Una función de circo dura dos horas. Por estos días, en el Circo Servian (ubicado en la playa de estacionamiento de un hipermercado de Godoy Cruz), hay una función de martes a viernes a las 22, mientras que sábados y domingos se agrega además una más temprano a las 19. La cuenta rápida da como resultado 16 horas de trabajo por semana, aunque solamente en lo que demandan las funciones.
Pero el circo no es un trabajo de esos de oficina, en los que se cumple un horario, se apagan las computadoras y las luces y no se retoma hasta el día siguiente. El circo, como coinciden sus hacedores, es un estilo de vida. Y detrás de lo que ve el público en escena, hay horas de ensayo, de maquillaje, de convivencia. Toda una vida transcurre cuando las luces se apagan y cuando el telón se baja.
En toda la compañía del Servian hay más de 100 trabajadores. Muchos de ellos son familias de circo, generaciones enteras que nacieron y se criaron en ese ámbito. Y, si bien las carpas y sus camarines están concentrados en el estacionamiento, hay mucho más de lo que se ve en el lugar. En un terreno descampado detrás del híper –y en uno de esos tantos espacios invisibles al público– está la “ciudad con ruedas” que mueven los artistas cada vez que inician una gira. Son esos tráilers, que un mes pueden estar en el Norte Argentino y, de un momento para el otro, amanecer con el mar de la Costa en frente para, un par de días después, estar en la Patagonia.
Vida nómade
El Servian lleva un año y medio en Mendoza, récord para una vida itinerante. La explicación es la misma que para todo aquello que hizo modificar rutinas: la pandemia de coronavirus.
En el momento más duro de las restricciones y sin funciones, los artistas tuvieron que rebuscárselas dictando talleres y hasta vendiendo tortas. Pero de a poco todo comenzó a normalizarse y, aunque con un aforo reducido a la mitad de la capacidad total de la carpa, la gente comienza a volver para disfrutar de la magia del circo.
Ailén y Guadalupe, hermanas y acróbatas
“Siempre estamos cambiando de lugar, en el escenario y en la vida. Eso te permite adaptarte a los cambios”, cuenta Ailén Servian (24), trapecista y acróbata, y quinta generación de artistas. Ella y su hermana, Guadalupe (20), son las nietas de Jorge Servian, fundador de circo hace 28 años. “Somos parte de toda una familia nacida, criada y con toda la vida en el circo”, resumen las jóvenes.
Aunque las funciones diarias no comienzan sino recién a la noche, Guada y Ailén son por demás detallistas. Por ello no sorprende encontrarlas por la mañana ensayando. El talento de ambas las llevó a trabajar durante un mes en Portugal (en 2019).
Existe una ley nacional que da facilidades a artistas de circos y de parques de diversiones para que puedan tener continuidad educativa en cualquier escuela del destino en el que estén. Basta con un certificado para que se las acepte y puedan sumarse a las clases, aunque sea solamente por algunas semanas. “Terminé la secundaria y me gustaría a empezar a estudiar Administración de Empresas. Voy a seguir en el circo lo que más pueda, pero me quisiera retirar bien y cuando yo quiera, no cuando los dolores no me dejen alternativa”, reflexiona Ailén, con su rostro maquillado y sonriente.
Guada también sueña con seguir una carrera vinculada con el arte. Y, al igual que su hermana, confiesa que seguirá relacionada con el circo lo que más pueda. “Si te gusta la adrenalina, la vida de circo es la indicada”, se sinceran.
Los pendulistas de la muerte
Uno de los números que más atrae a al público es el conocido como “péndulo de la muerte”. Sus protagonistas son Matías Sifon y el Tucu Rodríguez. “Cuando le preguntás de dónde es a alguien que nació y se crio en el circo, es muy difícil dar la respuesta. Yo soy la quinta generación de artistas de circo y parte de la familia Sifon, que tiene toda una tradición. Me ha tocado trabajar en varios circos y estuve en Inglaterra, Escocia e Irlanda”, explica Matías (31).
El “péndulo de la muerte” es un número que consta de dos circunferencias metálicas reforzadas, ubicadas en puntos diametralmente opuestos y unidas entre sí. Son lo suficientemente grandes para que Matías y el Tucu puedan estar parados y corriendo en el interior (como esos juegos con los que se entretiene a hámsters en jaulas), y mientras la estructura da giros completos, los acróbatas realizan destrezas.
“Somos una gran familia y hay un enorme compromiso de todos”, sigue Mati, antes de comenzar a ensayar. Ya tiene una hija de 5 años, quien también está trazando su camino en el circo.
El Tucu Rodríguez, en tanto, también tiene 31 años. A diferencia de Mati, no viene de una familia de circo, sino que está haciendo historia al ser la primera generación. Cada uno tiene su función en el péndulo. El Tucu es quien se encarga de hacer girar toda la estructura sobre su eje, mientras que Mati hace las figuras.
Los camarines, la ansiedad y las cábalas
El público suele ver solo la punta del iceberg: la recepción de entrada y la carpa del escenario principal. Pero, como en todo iceberg, hay una parte que no es visible a los ojos. Aquí se encuentran los camarines –en una especie de vagón con aire acondicionado– con el vestuario prolijamente colgado en uno de los costados y con los espejos, luces y sillas distribuidos del otro. En los márgenes de los espejos no faltan los collages con fotos familiares, y también sobresalen estampitas religiosas.
Entre luces, fotos y estampitas, Matías Maidana (31) termina de maquillarse. “Hace unos tres meses que llegué al circo. Pero a entrenar en el patinaje empecé hace 8 años. Antes me dediqué a otros trabajos, hasta que descubrí mi pasión”, cuenta el joven acróbata.
Prácticamente todos los artistas coinciden en que las funciones más difíciles son las de días de mucho calor o cuando hay tormenta: “Tenemos que salir corriendo al camarín y cambiarnos en pocos minutos sin que se nos corra el maquillaje”.
El fin del circo tradicional: no más animales y el ataque de un león
En 2010 el Circo Servian dejó de usar animales en escena. “Desde ese año encaramos un cambio de paradigma, con coreografías y más protagonismo de los artistas”, resume Cristian Servian (44), director general del espectáculo. En la actualidad están prohibidos los circos con animales en Argentina.
Cuando Cristian tenía 4 años, mientras el circo estaba Entre Ríos, vivió un momento realmente difícil: fue atacado por un león. “Mi mamá ensayaba cerca de la jaula de los leones y yo estaba sentado, viéndola. Me empecé a alejar caminando, siempre mirando al ensayo, y no me di cuenta de que quedé de espaldas y pegado a la jaula. Y un león que era joven todavía sacó las patas, me tomó de atrás y me rasguñó la cara, ¡no me soltaba!”, rememora.
La madre de Cristian intentó patear al león para que lo soltase, pero el animal se aferró de la pierna de la mujer. “Esa es una de las anécdotas tristes, después tengo miles de anécdotas felices”, concluye.
A partir de 2004, el Servian comenzó a adoptar un modelo vanguardista. Y en este proceso fue clave Ginette Servian (38). “Viajando y estudiando sobre espectáculos, conocí a Flavio Mendoza y le pedí que me diera la mano en un cambio de modelo. Comenzamos con funciones con más fuerza en la coreografía, en los artistas y en contar una historia”, rememora Ginette.