Cuando está concentrado en la técnica de bonsái, en su vivero de la calle Pascual Segura al 1800, de Godoy Cruz, Angel Fernández pierde la noción del tiempo y puede pasar horas sin darse cuenta.
Esta técnica japonesa y milenaria consiste en cultivar en macetas pequeñas algunas especies de árboles, plantas y arbustos ornamentales a los que se cortan brotes y raíces para evitar que adquieran su tamaño normal.
Él se enamoró del bonsái en 1978, cuando iba a la secundaria, luego de empezar a introducirse en el tema junto a un compañero. “De allí en más me aboqué por completo y cada día me apasiona más”, resume este ingeniero agrónomo de 59 años, padre de tres hijos, que en 2016 realizó en Japón una maestría en una escuela internacional de bonsái.
Como vive en un departamento céntrico, las especies las atesora y expone en su vivero. Tiene más de 200, entre olivos, pinos y aguaribays. Los propios no se venden.
La actividad requiere cuidados extremos, como poda, pinzado, riego y alambrado, de forma tal que se mantengan de un tamaño mucho menor al que alcanzarían en circunstancias naturales.
Sin embargo, según dice Angel, se necesita sobre todo tiempo para dedicarle y actualizarse, algo que nunca dejó de hacer.
Relata algunas particularidades: para acelerar el proceso de germinación de la semilla utiliza una técnica denominada esqueje y, algo increíble, existen bonsáis de ¡850 años!
“En Japón he visto de 150 o 200 años. Creo que por todas sus características es un producto bastante costoso, porque los valores comienzan a partir de los 1.500 pesos pero también hay de más de 40.000″, señala.
El tiempo y los cuidados intensivos que demanda su crecimiento resultan ser factores clave y por eso se encarecen.
Angel cuenta que el riego es permanente, pero para eso también tiene sus secretos y técnicas. De a poco, le va transmitiendo esta pasión a sus tres hijos, Federico, Agostina y María Esperanza, con quienes viajará a Japón en 2023. “A pasear, fundamentalmente, pero seguro algo de bonsái terminaré haciendo”, confiesa.
Como esta técnica se transmite de generación en generación, su máximo anhelo es que la colección pase en un futuro a sus hijos.
“Agostina, que me ayuda en el vivero, es la más interesada, pero creo que, llegado el momento, todos se harán cargo de cuidarlos. Ni hablar si algún día tengo nietos”, se esperanza.
Angel confiesa que encontró la mejor terapia de su vida y que desde hace más de 40 años la desarrolla con amor y dedicación. Y sin detenerse jamás.
Durante la mañana, cuando las horas transcurren en su “vergel”, Angel suele asesorar a los clientes que se detienen a contemplar -y comprar- bonsáis. Y hasta suele brindar cursos.
“En este sentido, la tecnología me ayudó muchísimo a explorar este mundo, que es infinito. Yo empecé con libros pero hoy todo resulta mucho más fácil con internet”, relata este apasionado por Japón.
“Los míos, esos que tanto me costaron tener, no los comercializo porque les tomé un cariño especial, pero sí vendo los que me envía un bonseísta taiwanés desde Buenos Aires”, aclara.
Y explica, también, en qué consiste una técnica llamada Yamadori que suele practicar y que implica desenterrar y extraer algunas especies de árboles justo antes de que el ejemplar empiece a crecer.
También puntualiza sobre el significado del esqueje: su empleo es una técnica muy popular entre los aficionados para reproducir sus árboles ya que es una manera rápida y barata de obtener nuevos forestales.
“Se denomina esqueje a las ramitas o estacas que han sido introducidas en la tierra para tratar de conseguir raíces en su base”, explica, casi de memoria.
Angel confiesa que podría estar horas hablando de los secretos y las técnicas, aunque nada mejor, agrega, que contemplar estas simpáticas plantas en persona.
Por eso invita a su vivero mientras se esperanza en vivir muchísimos años. “No tantos como 850, pero sí muchísimos para seguir abocado a esto”, bromea.