El vertiginoso avance de la tecnología genera desde hace unos años una extraordinaria demanda de recursos humanos que en la Argentina no se puede cubrir. Lo mismo ocurre en otras partes del mundo, porque la humanidad hoy está sumergida en infinita información que requiere mano de obra calificada.
La Cámara de la Industria Argentina del Software (Cessi) estima que cada año quedan sin cubrir alrededor de cinco mil puestos de trabajo, y las proyecciones para el comienzo de la próxima década hablan de la disponibilidad de decenas de miles de puestos vinculados a la industria del conocimiento. Justamente, en el paquete de nuevas medidas económicas anunciadas por Sergio Massa al asumir como ministro se incluyó un programa para formar a 70 mil nuevos programadores en los próximos 12 meses.
Las universidades de todo el país vienen adaptando sus ofertas a las disciplinas de vanguardia: matemática aplicada, ciencias de datos, ingeniería de la innovación, bioinformática (computación aplicada a la biología), biomedicina, negocios digitales, computación cuántica (física y computación), ingeniería en inteligencia artificial. No todas están disponibles en Córdoba, pero hay una buena oferta de grado y de posgrado que seduce a cada vez más personas, aunque sin alcanzar, por supuesto, la matrícula de las tradicionales.
La situación no deja de ser curiosa, porque no existe relación entre la demanda, los posibles beneficios y la cantidad de aspirantes y de graduados universitarios vinculados a las ya mal llamadas “carreras del futuro”.
¿Por qué la posibilidad del desempleo cero en un amplísimo campo laboral y de sueldos en dólares (o equivalentes) no genera una avalancha de estudiantes en las carreras vinculadas a la tecnología? ¿Por qué el secundario no despierta el placer por las materias base de estas ciencias?
Los especialistas en didáctica de las ciencias de la computación creen que hay varias deudas pendientes. Antes que nada, las escuelas deben poner el foco en la promoción de la ciudadanía digital para la comprensión del mundo digital, para la toma de decisiones y la participación social. Es prioritario, aseguran, que niños, niñas y adolescentes (en realidad, todos) se corran del mero lugar de espectadores y adviertan que la tecnología digital puede también contribuir al bien común: los “programas” computacionales no sólo aplican a las empresas, sino también al desarrollo social y productivo.
La segunda necesidad es un cambio cultural y modificar la mirada pedagógica. En gran parte de las escuelas aún se enseña tecnología desde la ciencia básica, con un gran nivel de abstracción, y se deja de lado la enseñanza con una visión social, de ampliación de derechos. Tampoco se analiza siempre el camino inverso, que parte desde lo concreto (crear un videojuego, una app o un robot) para ejercitar el pensamiento lógico y la operación con números.
“Existe la idea de que al finalizar el secundario los alumnos deciden qué desean ser, pero no siempre nos preguntamos cuándo un niño decide lo que no quiere ser. Al respecto, sabemos que en torno de los 12 años, la mayoría de las personas suelen formar un juicio, muchas veces definitivo, sobre la matemática, si les gusta y si son buenos para esa actividad”, explica Damián Villaronga, CEO de Funiversity, empresa que capacita a docentes en nuevas tecnologías y brinda diferentes actividades de robótica y programación en escuelas de la ciudad de Córdoba (https://funiversity.la/escuelas).
No podemos darnos el lujo de que los adolescentes sigan encontrando aburridas o sin sentido las asignaturas que sostienen las ciencias de datos, las consideren difíciles o desconozcan su alcance, porque así quedan fuera de su radar.
Para evitarlo, se impone un abordaje amplio, alejado de fórmulas aisladas, del uso acrítico de aplicaciones y de la falsa creencia de que los “nativos digitales” están alfabetizados computacionalmente, y comprender el poder de las tecnologías digitales en la solución de numerosos problemas.
El alumnado debe saber que el análisis de grandes datos (big data) permite entender el mundo y, por qué no, salvarlo en pequeñas porciones. Gracias a los datos, podemos conocer, por ejemplo, qué sector de la población accede a determinados bienes y servicios, cuáles son las regiones con mayor daño medioambiental o cómo funciona la vacuna contra el Covid-19 en determinados grupos etarios. Y con esta información, otros podrán encontrar soluciones.
Cecilia Martínez, doctora en Educación y docente de la Universidad Nacional de Córdoba, explicó en una oportunidad a este diario que las tecnologías digitales también son la clave de la precisión de diagnósticos médicos, ayudan al manejo eficiente de la energía o a la automatización de tareas perjudiciales para la salud humana. El acceso y la formación en nuevas tecnologías mejora el índice de calidad de vida y contribuye a la participación política, a la transparencia económica, a la distribución de saberes y al acceso a la cultura.
Saberlo es, además de una oportunidad para el desarrollo, una llave de esperanza.