El sacerdote mendocino que ejerce su gran vocación en las favelas más carenciadas de Sao Paulo

El padre Andrés Gustavo Marengo trabaja en medio de una gran comunidad de bajos recursos, donde acompaña espiritualmente, brinda alfabetización y asistencia social. “Siempre extraño Mendoza, la Fiesta de la Vendimia, el vino, el frío y la nieve”, confiesa en diálogo con Los Andes.

El sacerdote mendocino que ejerce su gran vocación en las favelas más carenciadas de Sao Paulo
El sacerdote mendocino Andrés Marengo y la comunidad que asiste en San Pablo.

Aunque en algún momento Andrés Gustavo Marengo recuerda que se volcó hacia la carrera de Ingeniería en Informática, en su Mendoza natal, nada pudo contra esa vocación religiosa que había despertado siendo muy joven.

Hijo mayor de Silvia Helena y Manuel Estanislao Marengo, Andrés nació en el Hospital Español el 20 de enero de 1966 y creció a escasos metros de la Parroquia Santa Bernardita, en el barrio UNIMEV, Guaymallén, donde fue bautizado al mes de vida, tomó la Primera Comunión, la Confirmación, y fue ordenado sacerdote el 23 de marzo de 1996 por el entonces arzobispo de Mendoza, Cándido Rubiolo. Fue, según relata, el último sacerdote ordenado por Rubiolo.

Corrió mucha agua debajo del puente. Estudió en Colombia, en España (donde cumplió con un máster en Teología Bíblica en la Pontificia Universidad de Comillas, en Madrid) y tuvo una experiencia en Jerusalén, durante casi ocho meses. “Fue muy significativa y puso las bases de una vocación que responde a esa voz de María que dice en las bodas de Caná: ‘Hagan todo lo que él les diga’”.

Luego recaló en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, donde desde hace nada menos que 24 años es coordinador de Pastoral de la Región Santana y párroco en la Parroquia Natividad del Señor, en Jardim Fontalis, decanato San Matías.

Allí comenzó su misión hace años, cuando la parroquia aún no había sido creada. “Llegué con la alegría, la fuerza y el entusiasmo de participar en el nacimiento de una nueva parroquia”, recuerda, en diálogo con Los Andes, con un “portuñol” que a él mismo le causa gracia. Tras tantos años radicado en Brasil, saluda con “bom día” más portugués que castellano.

El padre Andrés, en el centro, junto a su gran comunidad
El padre Andrés, en el centro, junto a su gran comunidad

Gente alegre y espontánea

Encantado y familiarizado con esa vida, rodeado de gente alegre y espontánea, aunque con realidades muy difíciles, Andrés realiza un trabajo muy exhaustivo en ocho grandes comunidades. Todas muy populosas y de la periferia.

“Es maravilloso acompañar a familias, a la juventud, gente que no tenía un templo”, señala y agrega que oficia de coordinador pastoral de la Arquidiócesis zona norte de Sao Paulo.

--Padre Andrés ¿Qué extraña de Mendoza?

--Todo. Tal vez cuando vivían mis padres iba más seguido, pero tengo a mis hermanos, a quienes también extraño mucho. Sucede que con los años uno va adquiriendo aquí su propia familia. De Mendoza añoro el vino, la Fiesta de la Vendimia, la uva, el durazno, el melón, el olor de la tierra, la nieve y el frío ¡Qué cosas lindas! ¡Qué hermosa mi tierra del Sol y del Buen Vino! Puede parecer extraño, pero suelo escapar en busca del frío.

--¿Es feliz siendo sacerdote en un sector de tanta vulnerabilidad social?

--Absolutamente. Muy feliz y vivo mi realidad con gran alegría. Acá tengo un defecto, siempre bromeo con eso: soy argentino. Pero es muy gratificante ver nuestro templo repleto de gente. Los domingos desborda, se acercan más de 800 personas y eso es muy gratificante.

--¿Qué tareas sociales desarrolla como sacerdote en esa comunidad?

--Acompañamos a las personas en diversas situaciones y nuestra asociación, denominada Buen Samaritano Misericordioso, tiene un gran equipo asistencial integrado por un abogado, asistente social, terapeuta, nutricionista, psicólogos… Estamos muy cerca de la realidad de las familias porque creemos que la cura no es solo dar alimento, sino acompañarlas. De nada vale hablarles de Dios si están heridas. Hay que levantarlas, estar muy cerca.

La vocación intacta y el trabajo en Sao Paulo
La vocación intacta y el trabajo en Sao Paulo

--¿Qué hacen, concretamente, en la asociación?

--Muchísimas acciones. Por ejemplo, hemos iniciado un taller de alfabetización. Parece mentira que en el siglo 21 haya gente analfabeta. Días atrás se me acercó una señora de 78 años y me pidió que le enseñara a leer porque necesita saber el colectivo que debe tomar todos los días. Solo lo identifica por el dibujo y el color del vehículo. Hoy tenemos a 37 personas en esas condiciones. También hacemos música, con estos ritmos brasileros tan hermosos. Y combinamos con una escuela de formación profesional para ayudar a los jóvenes a insertarse en el mundo laboral. Todas estas realidades pude mostrárselas a mi familia cada vez que han venido a visitarme. Incluso mi madre se ha instalado y hemos pasado momentos inolvidables.

--¿Cómo fue su vida en Mendoza?

--Muy cercana a Dios, en una familia maravillosa y católica. Estudié en el Comercial del colegio Martín Zapata y creo que mi vocación fue surgiendo en la adolescencia y la juventud, sobre todo por las experiencias misioneras con el grupo de Santa Bernardita, donde solíamos pasar 15 días en la precordillera.

--¿La pobreza siempre le tocó el corazón?

--Así es. Tocar la pobreza, ver la necesidad de la gente hizo que me preguntara en muchas ocasiones qué quería para mi vida. Pero no siempre pensé en la iglesia, a veces incluso la rechacé. Pero luego abracé nuevamente a Jesús y volví a sentir esa vocación. Más tarde, a los 20, luego de abandonar ingeniería, busqué dónde iniciar realizar mi misión y encontré a los Misioneros de La Consolata. Allí fue el comienzo, tenían una parroquia en un colegio de Guaymallén. Luego me fui a Buenos Aires, estudié Filosofía con esos misioneros e inicié la vida religiosa. Pasé por el noviciado en Colombia y luego partí rumbo a España a estudiar Teología y licenciatura en Teología Bíblica.

--¿Cómo fue que se radicó en Brasil?

--Me destinaron a trabajar aquí e hice una gran experiencia en medio de las favelas de Rio Janeiro, algo muy rico y profundo. Trabajar en esas realidades es todo un desafío. Allí estuve como sacerdote misionero hasta que volvieron a llamarme de Buenos Aires, pero ya había encontrado mi lugar, quería seguir junto a la gente necesitada, lejos de las tareas administrativas. Necesitaba trabajar en la periferia.

Más de 800 personas se reúnen los domingos en la iglesia
Más de 800 personas se reúnen los domingos en la iglesia

--¿Y entonces?

--Me pregunté qué haría de mi vida en Buenos Aires y surgió el contacto con un padre de Sao Paulo que trabajaba con niños y jóvenes enfermos de sida. En el año 2000 sufrían un gran abandono. El sacerdote tenía dos casas para asistir a esa población. Fui a trabajar con él y más tarde surgió esta posibilidad en esta comunidad donde carecían de iglesia. Aquí estoy desde hace 24 años. Insisto, inmensamente feliz. Vivo mi sacerdocio con mucha alegría, vale la pena responder al llamado de Dios ante tantas propuestas que el mundo nos ofrece.

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