Convencidos de que la educación es el trampolín para un futuro mejor, Carlos y Patricia Villegas, quienes crían animales en un puesto del desierto de Lavalle, tienen un récord difícil de igualar: 10 de sus 12 hijos fueron o son abanderados y escoltas en la escuela primaria y secundaria de San José.
Nada fue casual: ambos se pusieron a disposición de los hijos para que priorizaran sus estudios y fueran, como suele decirse, “alguien en la vida”. La gratificación llegó con creces aún en medio de los muchos sacrificios que deben hacer.
Porque su puesto se encuentra alejado de la Escuela Albergue Maestro Pablo Pizzurno, donde concurrieron y algunos hoy asisten. Funciona como primaria y secundaria en turnos diferentes.
Es así como dos de sus hijas deben caminar nueve kilómetros para llegar a la parada de la combi que transita los 40 kilómetros hacia la escuela por el camino de los huarpes.
Un gran esfuerzo
“Sí, es un esfuerzo, pero todos lo han hecho por igual y sin quejarse”, reconoce Patricia, para agregar que los mayores ya se han independizado y tienen sus familias.
Activos y comprometidos con el establecimiento, para Carlos y Patricia era frecuente acompañar a sus hijos mayores a los actos como escoltas o abanderados. Luego llegó otra etapa cuando tuvieron a la segunda tanda. “Es un orgullo, porque mi esposo y yo no hemos tenido esa posibilidad y hemos apostado a ellos”, reflexiona.
El primer hijo es Víctor, que tiene 32 años. Luego siguen: Leonardo (30), Rubén (28), Diolinda (26), Belén (25), Andrea (22), Rocío (20), Candela (17), Carolina (14), Guadalupe (13), Juan Gabriel (11) y Javier, 7.
En la primaria o en la secundaria todos se han destacado por sus propios méritos. “Siempre los hemos acompañado participando en todo lo que hemos podido, cooperadora, viajes, actividades, pero jamás los hemos ayudado porque nuestra tarea siempre estuvo ligada al campo”, advierte. “Trabajan y estudian, pero lo más importante es que hemos educado a personas de bien”, reflexiona Patricia.
El largo camino a la escuela
La escuela está lejos de su casa, por eso tiene un régimen de albergue. Para los más chicos, una combi pasa por el puesto y los traslada, aunque las dos adolescentes que concurren a la secundaria deben caminar 9 kilómetros hasta la parada. De allí en más, el transporte sortea 40 kilómetros.
“Es una vida hermosa, pero sacrificada, y sigo eligiendo el campo, donde hay más seguridad y tranquilidad”, cuenta Patricia. Y agrega: “No todos han podido continuar en la universidad por dificultades económicas, pero todos trabajan o estudian”.
Ángel Navarro, exdirector de la escuela albergue Pizzurno -quien vio pasar a casi todos los hermanos Villegas y los recuerda uno por uno al frente de la bandera- valoró la actitud de los padres. “Actúan, justamente, como todo colegio necesita, con compromiso, presencia y solidaridad con todos y cada uno de sus hijos, algunos de los cuales aún hoy estudian”, dijo.
Y finalizó: “Además, demuestran un profundo respeto hacia los docentes y el colegio, propio de aquellos que desean progresar y apostar a la educación que tal vez ellos no han podido recibir”.