Soledad (19) y Gisella (18) son primas. Las dos viven en Tunuyán y, hasta hace 3 meses, estudiaban Diseño Gráfico en el ITU de ese departamento del Valle de Uco. Sin embargo, tal vez un poco cansadas y aburridas de la rutina, un día decidieron patear el tablero de las convenciones y decidieron irse a trabajar al circo. No, no es una metáfora, es literalmente el feliz rumbo que eligieron para sus vidas.
Las dos tunuyaninas son las más recientes incorporaciones a la familia del Circo Atlas, una comunidad conformada por, al menos, 15 personas (entre quienes están fijos y el personal que se ha sumado en este año que decidieron instalarse en Mendoza). “Al principio no le gustó mucho la decisión a mi familia, pero después lo entendieron”, cuenta –sonriente- Soledad. Las dos primas son magas y se encargan de animar –y asombrar- con sus números en las distintas funciones del circo.
“Nos hicimos amigos de los chicos y las chicas que estaban en el circo mientras estuvo en Tunuyán y nos sumamos las dos juntas. Mi mamá lo entendió y me acompañó”, acota Gise. Además, las dos jóvenes tomaban clases de acrobacias aéreas en tela con Cinthia, otra de las artistas que se sumó al Circo Atlas en esta gira mendocina, también en Tunuyán.
“Ya tenemos decidido seguir en el circo y sumarnos a las giras por otras provincias, no nos queremos ir más”, coinciden –entusiasmadas- las primas tunuyaninas mientras se maquillan y preparan para la primera de las dos funciones que brindarán en carpa instalada en la playa de estacionamiento de un importante hipermercado de Godoy Cruz.
“Es toda una gran familia, todos aprendemos a vivir en comunidad. En cada lugar donde estamos se suman artistas para las funciones allí, pero hay otros que llegan para quedarse y terminan siendo parte justamente de esta gran familia”, describe a su turno Alejandra Montes De Oca (42), locutora, animadora y responsable del Circo Atlas.
Alejandra es la cuarta generación de familia circense. Su bisabuelo Eloy Montes De Oca fundó el circo en la Ciudad de Buenos Aires a mediados de la década del 60 y luego continuaron con la tradición y coordinación el abuelo de Alejandra, Eloy Montes de Oca (hijo) y el padre de la encargada actual, Rubén Montes De Oca.
De hecho, Rubén era artista de circo –participaba de un dúo de acrobacia- y fue en este espacio donde conoció a la madre de Alejandra, que también era trapecista. Y de allí nació la familia. Pero la tradición se mantiene, y las generaciones continuarán por el mismo sendero y tradición. Porque el marido de Alejandra también es de una familia con historia en el circo –Juan Dresner, trapecista de especialización él- y los hijos de ambos, Santino (16) y Yamil (17) Dresner son los dos payasos del Circo Atlas.
“De toda la vida hemos estado en el circo, desde que nacimos. Lo más lindo de esta vida es que viajás mucho y podés arrancar a las 8, y son las 23 y seguís a full. Eso puede ser malo también”, cuentan –entre risas- los adolescentes en la previa. En su tráiler, ubicado detrás de la carpa principal, el maquillaje va haciendo su magia para transformar a Santino en “Taruguito” y a Yamil en “Milito”, tales como son sus nombres artísticos.
“Una de las cosas más lindas que nos suele pasar es que mucha gente suele acercarse a decirnos, después de la función, que venían al circo para despejarse de un mal día. Y nos agradecen porque lograron hacerlo. Eso es algo que nos da mucha alegría”, cuentan los divertidos payasos, antes de meterse en el papel. “Y a nosotros mismos nos pasa, podemos estar teniendo un mal día, pero nos pintamos, salimos y nos olvidamos de todo; lo dejamos abajo del escenario”, acotan.
Había una vez un circo
Los dos extremos ya fueron descriptos. Por un lado, el caso de Soledad y Gisella, quienes se sumaron hace 3 meses al circo y mientras la carpa estaba instalada en el Valle de Uco para probar una vida nueva y completamente desconocida a lo que ya estaban acostumbradas. Por el otro, Santino y Yamil, quienes prácticamente nacieron entre función y función y llegaron con el talento y la tradición circense bajo el brazo. Los 4 jóvenes son partes por igual de la gran familia del Circo Atlas, así como lo son todos los que hacen posible que –día a día- el telón se levante y se baje.
“Es todo una comunidad, por lo que siempre estás ayudando al otro. Además, estás compartiendo 24 horas, por lo que hasta escuchás los ruidos en el tráiler vecino. De hecho, en la pandemia, todo el mundo vivió de la misma manera en que vivimos nosotros toda la vida en el circo: siempre viendo y escuchando qué hace el vecino”, describe, entre risas, Alejandra Montes De Oca, quien lleva 42 años –es decir, toda su vida- viviendo en y del circo.
La modalidad del Atlas es la de estar todo un año en una misma provincia, y sumar –periódicamente- algunas giras a Brasil, Chile y Uruguay. Por esto mismo es que, en enero, llegaron a Mendoza y, desde entonces, pasaron por todo el Valle de Uco. A mediados de junio llegaron a Godoy Cruz, donde están aprovechando el fuerte de las vacaciones de invierno, mientras que el 6 de agosto levantarán la carpa de esa locación para instalarse en otro departamento mendocino. Y antes de reanudar las funciones en tierras mendocinas, la familia participará del Festival de Circo Argentino que se celebrará en el Circo Rodas (Buenos Aires) el 9 de agosto.
“Es un encuentro de artistas y sirve para reencontrarnos entre nosotros, y también conocer a gente nueva”, confiesa Ale.
Durante todo el año en que se instalan en una misma provincia –y en los distintos departamentos o municipios-, el predio se divide en dos sectores bien diferenciados: donde está la carpa y que es la cara visible del circo, y el patio trasero, que es donde están los vehículos y los tráilers donde viven y que ya prácticamente se han convertido en una ciudad móvil.
“Somos dos las familias que viven permanentemente en el circo, y los que viajamos en los tráilers a todos lados. Eso es algo que cambió muchísimo en los últimos años, porque antes los artistas llegaban a una ciudad, alquilaban una pieza y solamente tenían un camarín para cambiarse donde estaba el circo. Pero era un gasto muy alto, alquilar en todos lados. Entonces los camarines pasaron a ser tráilers, prácticamente casillas rodantes y equipadas con todo”, agrega Montes De Oca.
La “planta permanente” del circo, y que son quienes llevan esta vida nómade, emprenden los viajes ruteros todos juntos, casi con los camiones y tráilers pegados entre sí y siempre pendiente si uno u otro necesitan algo o tienen algún desperfecto. Desde Ushuaia a La Quiaca, siempre viajan en caravana y haciendo las mismas detenciones en el camino. Porque, ante todo, la solidaridad.
“Lo más lejos que hemos estado es Ushuaia. Es un lugar hermoso, pero hace mucho frío. Y en la Patagonia, en la ruta, hay lugares que tenés 300 kilómetros entre pueblo y pueblo. ¡Te lo encargo!”, destaca, siempre sonriente, la encargada del Circo Atlas.
Cuando el telón se baja o, en este caso, cuando la carpa se cierra y ya no queda nadie del público en el interior, todos hacen un poco de todo (desde soldar algunos sectores hasta acomodar las sillas). Incluso, entre número –y con la gente en el lugar-, Melisa (quien es una brillante trapecista y acróbata) también da una mano con la venta de comida y bebida en el carrito que se encuentra dentro de la carpa. Porque, como ya se dijo, es una gran –enorme- familia.
“Normalmente, en la vida de circo, vas experimentando y haciendo un poco de todo. Yo ahora hago la locución, pero también he hecho la parte artística, he sido asistente de mago y hasta terminas aprendiendo un poco de marketing y ventas”, sigue Alejandra Montes De Oca, encargada del circo. “Para llevar una vida de circo, te tiene que gustar mucho viajar; y compartir. Aguantar fríos y calores en medio de una gira, festejar los cumples con esta familia. Y respetar y entender las cábalas y amuletos de todos los artistas, o si son religiosos y rezan. Así como los futbolistas tienen sus cosas de pisar siempre primero con un pie, acá también existen esas prácticas”, sigue Ale.
El show debe continuar
Encontrar un hito puntual y específico que marque el nacimiento del circo en la historia universal es prácticamente imposible. Ya desde la época del Coliseo Romano se realizaban estos espectáculos para entretener (o intentar hacerlo) a las poblaciones (incluso, es algo que en la prehistoria y alrededor del fuego se hacía también). Luego se cambió por la figura del bufón del rey –Edad Media- y terminó combinándose con el teatro, lo que marcó el comienzo de la interacción entre los artistas y el público.
Mucho más aquí en el tiempo, hubo una especie de divorcio entre el circo propiamente dicho y el teatro, por lo que los primeros sumaron otro tipo de “atractivos”: los animales. No obstante, las normativas más actualizadas –y humanas- prohibieron en los últimos años los circos con animales, y fue allí donde el circo se alió estratégicamente con el arte escénico.
“En las últimas dos décadas se prohibieron los animales en el circo, entonces se empezó a recurrir a los recursos teatrales, las destrezas acrobáticas tomaron un mayor protagonismo, así como también el maquillaje y la iluminación. En los últimos años se ha profesionalizado muchísimo el circo y hoy hay talleres y escuelas de acrobacias, de clowns. ¡Incluso, tenés la Untref (Universidad Nacional Tres de Febrero) que ofrece la carrera ‘Artes del circo’! Se profesionalizó el oficio y mucha gente pudo validar con un título su ocupación”, explica Montes De Oca.
De regreso en la “parte oculta” del Circo Atlas, en esta ciudad desmontable están los dos tráilers. Es jueves a la siesta y restan dos horas para la primera de las funciones, que comenzará a las 15:30. En el primero de ellos, colocándose las primeras capas de maquillaje, están las dos primas tunuyaninas (Gisella y Soledad –magas-), Melisa (trapecista), Cinthia (acróbata aérea) y Sol (maga y acróbata).
“Hace 20 años que trabajo y vivo en el circo. Empecé a los 20, por hobby, pero desde entonces, solo se fue armando el camino profesional y me fueron surgiendo posibilidades de trabajos. Yo me dedicaba a otra cosa –era camarera-, pero cuando tuve que elegir, decidí seguir en el circo. Y por nada en el mundo lo cambio”, cuenta Melisa (41), quien, si bien no viene de una familia con tradición circense, sí tiene sus raíces en el arte (muchos de sus familiares son músicos).
Para la ágil trapecista, lo más lindo de la vida de circo es conocer lugares y hasta familiarizarse con palabras y forma de hablar. “Ahora, desde que llegamos a Mendoza, se me ha pegado el ‘manso’, pero con un significado que nunca lo usé. Los chicos vienen después de la función y me dicen que el show estuvo ‘manso’, y yo no lo conocía. Pero ahora lo estoy usando”, cuenta la artista.
Cinthia es mendocina y se dedica al circo de manera independiente. “Yo no soy de familia circense, pero siempre me gustó el arte, fui a escuelas artísticas, hice teatro. Y me uní a esta gira cuando el circo estuvo en Tunuyán también”, cuenta la acróbata aérea quien, además, es profesora de tela de las primas Soledad y Gisella.
Sol, por su parte, es profesora, actriz y “acróbata de la vida”, como ella misma describe. Se sumó al Atlas en abril, cuando estaba en Tunuyán, como reemplazo –al principio- de Meli. “Somos todos una gran familia y yo disfruto mucho, pero no sé qué voy a hacer cuando el circo se vaya de Mendoza. Porque yo tengo, además, otros trabajos”, reflexiona en voz alta, mientras se maquilla el rostro. “Hoy estoy aquí, mañana no sé”, cierra, también con una sonrisa.
El otro tráiler ubicado detrás de la carpa principal es el de los hermanos Santino y Yamil Dresner, más conocidos como los payasos “Taruguito” y “Milito”.
“El circo ya es parte de nuestra vida. Ya estamos acostumbrados a pasar de estar en Santiago del Estero a movernos hasta Chubut o Río Negro, es parte de nuestra vida”, reflexionan en la previa a la función.
Y si tienen que repasar lo más complicado que les ha tocado vivir, se remontan al peor momento de la pandemia de Covid-19 y sus restricciones y confinamiento. “Tuvimos que parar prácticamente a cero, no podíamos hacer nada. Y mucha gente que estaba en el circo se fue. Pero, así como eso fue difícil, una de las cosas más lindas fue poder volver después de que pasó eso”, coinciden.
Anécdotas: Jim, el león que lamió a un espectador
En 42 años viviendo en, del, para y por el circo, a Alejandra Montes De Oca le sobran las anécdotas de funciones. Sin embargo, la encargada del Circo Atlas no duda en repasar una de las más llamativas y que involucró a un león, en la época en que –todavía- se permitían los circos con animales.
“Teníamos un león al que, literalmente, lo habíamos criado con mamadera. Estaba siempre en la casilla con nosotros y andaba arrastrando para todos lados su frazada como si fuera un perro. Los cuidábamos las 24 horas y era realmente muy dócil”, rememora la mujer. Y agrega que el nombre del felino era Jim.
En aquella época, justamente porque los atractivos principales eran los animales, no había un escenario ni tarimas, sino que todo el centro del espacio era el foco. La anécdota con el león Jim ocurrió durante una gira por Corrientes, en el momento en que transcurría el número del domador de leones.
“El domador estaba en escena, haciendo su acto, y la jaula del león no había quedado cerrada. Entonces Jim salió y comenzó a caminar por el lugar, con toda la melena que le habían peinado hacia arriba. ¡Imaginate la tranquilidad del león y lo dócil que era que caminaba, suelto, y solamente miraba a la gente!”, sigue Alejandra, recordando que hubo un silencio absoluto en ese momento.
Sin alterarse, el león Jim siguió caminando hasta quedar frente a un espectador. “En ese momento, Jim le dio un lengüetazo a ese señor -con una lengua que tenía la textura de una lija durísima-, se dio media vuelta y volvió solito a su jaula. En el momento no pasó nada, pero hubo que asistir al señor del susto que se había llevado ante el episodio”, recordó –entre risas- Alejandra.
Circo Atlas
- Hasta el 6 de agosto en Godoy Cruz (Mendoza).
- Funciones: De lunes a jueves a las 17:30 y a las 19:30 / Viernes, sábado y domingo: 15:30, 17:30 y 19:30.
- Entradas: Desde 2.000 pesos.