Habría que pensar seriamente en quitar la palabra malbec de las etiquetas de vinos. Y quizás, si me apuran, todos los nombres de uvas de las etiquetas, al menos las de los vinos más ambiciosos, esos que proclaman el terruño, los que -en su narrativa de venta- hablan principalmente de un origen. Y se me viene a la cabeza esto porque hace rato ya que el malbec en el mundo y, en especial, en el mercado norteamericano, ha dejado de ser la vedette, la uva de moda. Tal como le sucedió al syrah (o shiraz, si prefieren) de Australia en los tardíos noventas y comienzo del milenio, el estilo suculento y voluptuoso terminó por aburrir al consumidor. “La gente se acansó de esos malbec llenos de madera, demasiado altos en alcohol. Aquí en Nueva York es difícil ya ver malbec en las listas de restaurantes, incluso por copa.” Me dice Oscar García, el director de la influyente tienda neoyorkina 67 Wine. Y, claro, como mercado que marca tendencias, que nos muestra el futuro, lo que sucede ahora en Nueva York, es lo que va a pasar en el mundo en el futuro. Y en el futuro cercano.
Entonces, creo que ya ha llegado la hora de dejar de lado las marcas de uvas y concentrarse en el origen. No más malbec, sino que tinto de Gualtallary, de Altamira, de Agrelo, de Lunlunta. Hay que empezar a vender, promocionar, difundir lugares, orígenes. Y por dos razones bien importantes: la primera es que el lugar, al menos en los vinos de mayor ambición, es la gran meta para cualquier enólogo. Mostrar origen y, a través de su origen, ofrecer individualidad, da la oportunidad de desmarcarse del resto, de los miles de otros productores que hacen tintos así, a secas. El malbec, el cabernet franc, el chardonnay, el semillón, el cabernet sauvignon son grandes vehículos para mostrar origen. Y hay que aprovecharlos. Es decir, el medio de transporte está listo y con el motor encendido.
Y, segundo, porque si yo soy un productor de Nueva Zelanda y quiero aprovecharme de la más de una década de esfuerzos de promoción en la que ha invertido Argentina, es muy fácil hacerlo. Basta con poner la palabra malbec en la etiqueta y ya. Sin embargo, ese productor de Nueva Zelanda no puede hacer lo mismo con un tinto de Gualtallary. El debe tener uvas en ese lugar para poder hacerlo, pero el problema es que entre Gualtallary y, no sé, Marlborough, hay unos buenos miles de kilómetros de distancia.
Pero todo esto, vale la pena aclarar, no sólo se aplica al malbec o a la viticultura Argentina. Es un tema sudamericano que ya por al menos cuatro décadas a basado su comercialización internacional en la idea de vender varietales, de vender uvas en vez de lugares que es como, tradicionalmente, lo ha hecho el Viejo Mundo: Burdeos, Borgoña, Barolo, Rioja. Lugares, no uvas. Ahora nos toca a nosotros hacerlo.
En Descorchados, la guía que hacemos todos los años desde hace ya un cuarto de siglo y que incluye a los principales países productores de vinos de Sudamérica, estamos en una pequeña cruzada para promover esta idea. De hecho, en la feria que haremos en junio del próximo año, precisamente en Nueva York, nuestro proyecto es romper con el esquema clásico de ferias de vinos: Stand-Bodega y, en cambio, solo tendremos mesas con el nombre de lugares relevantes en la escena regional: Altamira, Casablanca, Agrelo, Maipo, Maldonado, Tarija, Vale dos Vinhedos, etc. Y en cada mesa, tintos y blancos que representen a estos terruños. Y sí, hay que empezar a hacer ruido porque si la tarea de mostrar una variedad fue larga, la de meter en la mente de los gringos la palabra Gualtallary (vaya palabra para que un gringo la pronuncie) eso va a costar mucho más.
*El autor es crítico de vinos y enólogo
