El guía de montaña y experimentado andinista mendocino Ignacio “Nacho” Lucero (50) falleció a fines de noviembre por hipotermia y mientras se encontraba de expedición en el cerro Marmolejo, en el corazón de la Cordillera de los Andes y en una zona limítrofe entre Argentina y Chile. Concretamente, este pico de 6.100 msnm se encuentra a la altura del Valle de Uco, en Mendoza. Y Lucero iba al mando de la excursión, acompañando a otras dos personas -oriundas de La Pampa- y quienes también fallecieron en esa misma tragedia.
La muerte de Nacho Lucero despertó un gran dolor entre quienes lo conocieron, aunque apenas hayan compartido unos pocos instantes con él. Porque, siempre humilde y dispuesto a compartir sus conocimientos, Nacho era una enciclopedia abierta y material de consulta permanente entre montañistas. Y era muy querido y sociable con quienes llegaron a compartir aunque sea una mínima charla con él, generalmente referida a aventuras en los distintos cerros y picos (desde aquellos más majestuosos e indomables hasta aquellos otros de perfil más bajo y solo conocidos por quienes aman la actividad).
El mundo conoció la historia de Nacho Lucero en octubre de 2011, cuando -mientras intentaba ascender el Manaslu, en la cordillera del Himalaya- sufrió un infarto masivo. Y como si con esta emergencia no fuese ya suficiente, mientras lo operaban -en Nepal-, el mendocino sufrió un ACV. Todo en un mismo día, en cuestión de horas. Pero Nacho nunca abandonó su pasión, y tras completar la rehabilitación, no solo regresó a la montaña -acompañado de su perro Oro, quien fue clave en su recuperación y regreso-, sino que volvió a intentar hacer cumbre en el Manaslu.
Y fue durante su última expedición a este pico de los Himalayas -en octubre de 2022- cuando Nacho escribió un emotivo cuento dedicado a su hijo, Salvador (o Salvi). “Justo Salvi cumplió su primer añito cuando él estaba en Nepal, por eso hice dos festejos -cuando fue el cumple y cuando Nacho volvió-. Y, estando en la altura y en medio de la expedición, Nacho le escribió un cuento a su hijo por su primer cumpleaños”, destaca, emocionada, María Fernanda Martínez Thierry, pareja de Nacho y madre de Salvi, a quien el montañista mendocino rebautizó como “Torito” en su cuento.
EL EMOTIVO CUENTO QUE EL MONTAÑISTA NACHO LUCERO LE ESCRIBIÓ A SU HIJO PARA SU PRIMER CUMPLEAÑOS
Escrito a mano en un cuadernito donde Lucero llevaba todos los apuntes de su viaje -siempre iba con un cuadernito-, el 7 de octubre de 2022 -fecha que figura al comienzo del escrito- el guía mendocino comenzó a escribir sus “Cuentos para Torito y Caricias en el alma”.
“Los escribía estando en la altura, por eso a veces la letra es difícil de entender”, agrega Fernanda, quien compartió los manuscritos del emotivo cuento con Los Andes. Y quien sabe que será uno de los primeros textos que Salvi leerá cuando aprenda a hacerlo.
En el cuento, Nacho describe -dentro de un mundo de fantasía- su propia historia, contando que un hombre se encuentra en la montaña en la previa del cumpleaños de su hijo y cuenta que debe regresar para celebrarlo. También refleja a su primogénito -a quien llama “Salvi” y “Torito”- como un héroe bebé que, antes de cumplir un año con ayuda de otra niña y un yak -una especie de cabra que habita en los Himalayas-, ayudan a salvar a la ciudad de una espectacular inundación.
HOMENAJE A NACHO LUCERO A 4 MESES DE SU MUERTE
El próximo sábado, 9 de marzo, amigos y conocidos de Ignacio Lucero se reunirán para homenajear al querido andinista y guía de montaña mendocino. Será en la base del Cerro Arco, en el predio de paintball.
“La idea es juntarnos, llevar fotos, las últimas botas y el último bastón que usó Nacho en su expedición. Quiero que la gente vea fotos de él y compartan sus anécdotas, y que sea un agradecimiento a su manera por cómo era Ignacio”, contó Fernanda. La reunión será a las 19 del próximo sábado.
“La idea es poder darle un cierre a todo lo que hizo. Y está la idea de ponerle el nombre ‘Cerro Lucero’ a algún cerro que no esté bautizado. Había una idea de hacerlo en el Cerro Medio, de Vallecitos, pero ese ya tiene nombre, justamente. La idea es que se elija un cerro sin nombre aún, y que sea de fácil acceso, ya que queremos ir con Salvi. Y yo no soy montañista, y él tiene un año”, agregó la pareja de Nacho.
EL CUENTO COMPLETO
“Cuentos para Torito y Caricias en el alma” (por Ignacio Lucero)
(7/10/2022)
El papá de Torito estaba en las montañas de los espíritus en Nepal, en la cordillera de los Himalayas, y los dos había quedado en hacer una gran fiesta para su cumpleaños uno. Pero al papá de Torito se le complicó en la montaña, los puentes se cayeron, las grietas se ensancharon y las avalanchas arrasaban todo.
El papá de Torito corría para abajo de la montaña, para sobrevivir y cuidar a su gente. Los ríos estaban desbordados y comenzaban derrumbes. En el pueblo estaba Torito esperando al padre, ¡había que apurarse! Habían muchos vuelos para llegar a la Tierra del Sol, todo estaba preparado para el gran evento, el festejo más grande de todo el pueblo. Venía gente de todas partes del mundo, venía el sapo, el pájaro, la Reina de las Ranas del profundo Las Heras, también el gobernador del Zanjón de los Ciruelos y todos los Corsarios del Borbollón. Todo El Challao estaba invitado e, incluso, todos los compañeros de pilates. Todos los amigos de los hospitales, todos los niños del mundo estaban invitados, era un gran festejo. Pero su padre, el sobreviviente de las montañas, no llegaba al pueblo.
Aquí llovía como el último diluvio universal. Pero nuestra única escapatoria era salir por el aire.
(No es una historia de vanidad y exitismo, es una historia de mera supervivencia y algo de autosuperación)
El pueblo hacía días que se había inundado, y las casas tenían el agua al nivel dintel. La gente ya estaba habitando los techos, las segundas y las terceras plantas. Los animales se estaban ahogando.
Torito ya había explorado todo el pueblo y todos los alrededores mientras esperaba a su “dady”. El pueblo ya no podía más, deberían irse, huir del pueblo a tierras más altas. Pero arriba, en las montañas, estaba lleno de nieve y avalanchas. La gente no sabía qué hacer.
Salvi, el Torito, pensaba y él sabía qué hacer. Él empezó a buscar cosas que necesitaba para intentar ayudar al pueblo. Pero necesitaba ayuda de la gente del pueblo. Claro que él no hablaba mucho, solamente tenía tenía cuatro palabras para comunicarse. Entonces buscó la ayuda de otra niña un poco más grande, una niña como de dos años, bien formada, con una postura de guerrera fuerte, de rasgos duros y curtidos, ojos rasgados, una ñata pequeña, de esas que casi no les deja entrar el aire. Astuta, vivaz y ágil como una culebra.
Le tomó la mano, se comunicaron y entendieron inmediatamente, con esas pocas palabras que tenían, pero teniendo otra comunicación más integral. Se comunican con la intención, con los gestos, con el cuerpo. Un misterio, pero se entendieron. Pero buscaron a otro aliado que tuviera más fuerza y que los ayudara a trasladarse más rápido, a desaparecer de la mirada adulta, y se encontraron a su amigo yak, viejo, cansado, astuto y mañoso. Pero ellos se entendían, era el equipo perfecto y pasaban desapercibidos. Eran como una sombra escurridiza. Pero la combinación era fatal, fabulosa: astucia, osadía, inteligencia y fuerza.
El padre seguía peleando en la fiereza de esa gran montaña, pero era inconsciente de lo que sucedía en el pueblo. Ya desde lo alto veía que el pueblo estaba inundado y que la gente no podría salir del pueblo. El pueblo estaba debajo del agua, el agua ya estaba tapando el helipuerto, el fluido ya tocaba la panza de los helicópteros y ya casi flotaban. Yak, Salvi y Juny, una niña gurka de Samagaon, se fueron directamente al helipuerto y arrancaron muy fuerte los helicópteros para que el agua no se los lleve.
La lluvia cada vez era más torrencial, y el padre no llegaba,
Yo (NdA: aquí el autor habla del padre del niño de la historia en primera persona) veía todo desde esta terraza cubierta, a mi espalda todos los pájaros sin volar, la montaña al frente, temible, gigante, infranqueable, rugiante, las avalanchas se escuchaban como un oso enojado.
Salvi recordaba lo que le había contado un monje en el templo. Y él recordaba todo. Los tres se dirigieron hacia la gran grieta debajo de la montaña, una cueva donde antiguamente la gente del pueblo trabajaba y extraía piedras para el comercio. Pero hacía mucho estaba en desuso.
Salvi se dio cuenta de que no tenía mochila para llevar sus cosas, sus juguetes y herramientas, su padre, el más atento, no se había dado cuenta de que él ya necesitaba una mochila. Él ya había intentado decirle a su padre, pero su padre no advertía que él ponía sus juguetes en su remera, debajo de su ropa e -incluso- dentro de su pañal. Pero nadie advertía que él ahí llevaba esas herramientas y juguetes.
Ya estaban en la puerta de la mina, en el lomo del Yak, él les explicó en su lengua polisémica y sintética, llena de polirecursos. Entre los tres se entendían.
Salvi, de su pañal, sacó un gancho y se lo dio a Juny y le dijo qué debía hacer. De su remera sacó una larga soga que se padre había dejado porque era corta para su trabajo. Salvi la había unido, entonces tenía la adecuada longitud,
Se metió por la caverna adentro y vio que necesitaba una lámpara de cabeza para tener las manos libres. En su remera había cargado la linterna que su padre había descartado.
Pero algo que Salvi le quería decir a su padre es que las herramientas son útiles, pero que tienen que ser de confianza, no mierdas.
Dentro del momento más crítico, cuando Salvi estaba anudando la cuerda en la roca, sucedió lo que iba a suceder: la linterna dejó de funcionar. Se acordó de su padre, de modo muy poco políticamente correcto, pero se acordó. Le dio un par de golpes a la linterna, él había visto que su padre tenía una especie de magia en su mano y le daba golpes a las cosas para que anduvieran. Recordaba a su padre golpeando a su camioneta para que ante, también su radio e, incluso, su linterna. Recordó “el golpe de magia” que hace su padre con sus herramientas.
Funcionó con la linterna. Terminó de atar la roca con la cuerda y la tironeó para que estuviera ajustada y envió una señal de pequeños tironcitos en la cuerda atada. Juny sabía qué hacer, y entonces ella tomó el gancho y se lo colocó en las albardas del yak, bien firme. Y Juny, en su lengua polisémica, le grito a yak y tiró con gran fuerza. Y dentro, la gran roca que hacía de tapón comenzó a ceder, y con gran presión, empezó a escurrirse el agua. De repente, la roca salió de su lugar con un gran estruendo. Pero, con tan mala suerte, la cuerda anudada de su padre se enredó en el pie de Torito y quedó atascada la cuerda por el nudo y la pierna de Salvi. El agua empezaba a drenar con gran caudal, y Torito no podía salir de la gruta. Pero recordaba al padre, que le enseñó de pequeño a mantener la respiración bajo el agua. Entonces él no se desesperó. Tranquilo se desató su pierna y nadó hasta la salida de la mina.
Al salir, los 3 se pusieron muy contentos, después de la cara de sorpresa de Yak y Juny. El pueblo se desaguó rápidamente, la lluvia cesó y, en eso, el padre llegó al pueblo y se reencontró con Salvi. Y el padre sabía que en el desagüe del pueblo, Salvi tenía algo que ver. Llegaron al helipuerto y volaron juntos a otros aeropuertos, y llegaron juntos a su festejo de un año, el más grande y bello de todo el Oeste.