Más allá de sus innegables bellezas naturales, de su moderno templo Nuestra Señora de Lourdes y de las posibilidades que brinda el Cerro Arco para los amantes del turismo aventura, El Challao hace alarde hoy de uno de sus bienes más preciados: el silencio.
Efectivamente, luego de una lucha vecinal que llevó años, la localidad, situada en el departamento de Las Heras y a 11 kilómetros de la ciudad de Mendoza, goza de un nivel promedio de ruido que no supera los 6,5 decibeles: la cifra es curiosa, si se tiene en cuenta que una biblioteca mide aproximadamente 20 decibeles.
Pese a que una ordenanza municipal aprobada en 2015 señala que no pueden funcionar establecimientos que superen el ruido ambiental de la zona, el último boliche bailable -que generó grandes controversias entre las familias y el gobierno municipal- logró clausurarse recién dos años más tarde.
Tanto la Fundación Pedemonte como la Asociación Vecinal El Challao (que compartió los datos de las mediciones sonoras) coincidieron en lo insostenible que resultaba habitar cerca de los establecimientos de diversión nocturna del pintoresco paraje lasherino, “porque la música hace vibrar los vidrios de las ventanas y no permite el descanso de los vecinos”.
El cuestionamiento de la gran mayoría de las 600 familias que habitan la zona apuntaba a las molestias ocasionadas por parte de discotecas; casas particulares que se alquilaban para fiestas y algún que otro camping sindical.
“Ni un boliche más”
Tajante, el titular de la Unión Vecinal, Jorge Muñoz, dijo a Los Andes que El Challao recuperó hace algunos años su verdadera esencia, es decir, la de villa tranquila, zona de turismo de descanso y, últimamente, cada vez más, de residencia.
“Esto se debe a la baja contaminación sonora. Los vecinos hemos luchado muchísimo y nos hemos unido en contra del anterior gobierno municipal que pretendía hacer de El Challao un lugar de divertimento nocturno”, explicó.
“Sabemos lo que implica una ruta provincial ocupada por vehículos a la madrugada a la salida del boliche. Rechazamos esa exposición porque provocó no sólo ruidos insoportables, sino accidentes y escasos controles, especialmente de menores y su consumo de bebidas alcohólicas”, agregó.
Situada en pleno piedemonte, la localidad representaba años atrás un punto atractivo que familias enteras elegían para pasar su tiempo libre alentadas por su inigualable paisaje, su surgente natural y su imponente Iglesia Nuestra Señora de Lourdes, que aún recibe a miles de fieles.
Además, la nota de color la daban Challaolandia y Challao Land Park, dos parques de diversiones que competían para captar a la mayor cantidad de niños y familias en tardes eternas de alegría y entretenimiento.
“Así deseamos seguir viviendo: recibiendo a nuestros turistas, pero que estos, a su vez, sepan valorar nuestra mayor riqueza, el agradable sonido del canto de los pájaros”, reflexionó.
El sueño de reflotar Challaolandia
A metros de la plazoleta central, Manuel Martín, “Manolo”, aún sueña con reflotar Challao Land Park, su viejo parque de diversiones convertido hoy en un depósito de hierros viejos y oxidados.
“Mi anhelo es lograr que alguna institución de bien público o voluntarios de ONG se interesen por reconstruir el parque. Yo ya no estoy en condiciones, pero sería una gran posibilidad que alguien se proponga para gerenciar el emprendimiento”, se esperanzó.
Manuel recordó las épocas de gloria del lugar, que heredó de sus padres, y dijo que se vio obligado a cerrar por “las presiones y exigencias de los gobiernos de turno, sobre todo en materia de tasas”.