El caso de Gil Pereg y la historia de Romasanta, un asesino serial que alegó ser un lobo

Manuel Blanco y Romasanta fue un cínico asesino que terminó con la vida de 13 personas. ¿Cómo? Las desgarraba y se las comía ya que “se transformaba en lobo”.

El lobo lo llevaba a asesinar según su relato.
El lobo lo llevaba a asesinar según su relato.

Ayer el caso de Gil Pereg, acusado de matar a su madre y su tía en enero de 2019, trascendió las fronteras provinciales. No por el juicio oral en su contra o por los crímenes que se le atribuyen sino que por su reacción ante la mirada y las palabras constantes de la jueza Laura Guajardo quien tuvo que desalojarlo de la sala de audiencias ante los maullidos imparables del israelí.

Los testigos lo describieron luego como un hombre inteligente, coherente y colaborativo. ¿Qué pasó en el camino? ¿Se trata de una estrategia para evitar la cadena perpetua que pesa como una sombra sobre sus hombros? Dos posturas se ciernen sobre él. O miente, la creencia que tiene fuerza entre el ideario popular, o padece lo que se llama licantropía.

¿Existe algo así? La historia nos lleva entonces a la tenebrosa vida de Manuel Blanco y Romasanta. Este hombre, que en realidad nació como mujer (se cree que era hermafrodita), asesinó a sangre fría a 13 mujeres y niños ya que, según su historia, se consideraba un hombre lobo. Se trató del primer caso documentado de licantropía clínica lo que le salvó la vida del garrote pero no de un cáncer que lo terminó matando mientras estaba en la cárcel.

Él mismo relató su historia: “Me llamo Manuel Blanco y Romasanta, natural de Rigueiro, partido de Allariz [Ourense]. Viudo, tendero ambulante, 42 años de edad. Desde hace 13 hasta el día de San Pedro de 1852, por efecto de una maldición de alguno de mis parientes —mis padres, mi suegra o no sé quién— he traído una vida errante y criminal, cometiendo asesinatos y alimentándome de la carne de las víctimas. Unas veces solo; otras con dos compañeros valencianos, don Genaro y un tal Antonio. Nos convertíamos los tres en lobos, nos desnudábamos y nos revolcábamos en el suelo, y después acometíamos y devorábamos a cualquiera, quedando únicamente los huesos. A veces conservábamos ocho días la forma de los animales dañinos”, explicó él en sus declaraciones. Para analizar luego: al “recobrar la figura humana” y “el uso de la razón perdida, los tres nos poníamos a llorar”.

El caso del hombre lobo gallego.
El caso del hombre lobo gallego.

El 2 de julio de 1852 este frío asesino dejó las calles, fue trasladado a una prisión y confesó 9 crímenes. Luego se supo que en realidad eran más. Los cuerpos de estas personas aparecieron desgarrados de la misma manera en que atacan los lobos. Durante dos años se llevó adelante su juicio que terminó con dos mil folios divididos en siete tomos. Romasanta engatusaba a las mujeres, en general madres solas o separadas para luego asesinarlas. Una vez muertas él escribía cartas supuestas de ellas donde relataban que estaban bien en algún destino lejano. Mientras, el asesino se quedaba con todas sus pertenencias. Dentro del espanto, un dato también tenebroso, la grasa de los cuerpos de las fallecidas terminaba en las farmacias de Portugal donde él la vendía como un supuesto “ungüento mágico”.

Un hipnólogo llamado Philips que lo salvó del garrote

¿Cómo es que se salvó durante tantos años de la pena de muerte? Sucedió gracias a la carta de un hipnólogo francés llamado Monsieur Philips. Este hombre defendió al acusado y alegó ante la reina Isabel II que Romasanta padecía de licantropía. Así la Justicia lo condenó a la muerte pero la Corona le dio el indulto y hasta financió los costos de todo su proceso judicial.

En la otra punta de la historia se encontraron los expertos quienes sabían que Romasanta había nacido en realidad como Manuela. Seis forenses realizaron además una exhaustiva observación del acusado que no llegaba al metro y medio de estatura y quien presentaba episodios de fuerte agresividad.

“Pretende hacerse pasar por un ser fatal y misterioso, un genio del mal, lanzado por Dios en un mundo que no es su centro, creado ex profeso para el mal ajeno á que le impele la fuerza oculta de una ley irresistible, en virtud de la cual cumple su fatídico y tenebroso destino”, detallaron los médicos en ese momento para rematar: “Manuel Blanco ni es idiota, ni loco maníaco, ni imbécil; y es probable que si fuera más estúpido no sería tan malo…. Su lado impulsivo es una blasfemia; su metamorfosis (en lobo), un sarcasmo”.

De mediados del siglo XIX a la actualidad han pasado decenas de años. Hoy se sabe mucho más sobre este trastorno alucinatorio. ¿Podrá la ciencia develar la verdad detrás del caso de Gil Pereg?

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