No tener claro qué hacer después de terminar el secundario, tener miedo a crecer y a hacerse cargo de una elección “para toda la vida” no es nuevo. Gran parte de los adolescentes que concluyen esa etapa dudaron, dudan y seguirán dudando sobre su vocación. Pero hay una tendencia que viene siendo cada vez más común entre los jóvenes: tomarse un año sabático. Elegir no elegir y poner la vida “en pausa” por un tiempo.
Ahora bien, ¿es bueno o malo tomarse un año sabático? ¿Es sinónimo de vagancia, de pérdida de tiempo, de inmadurez o implica una inversión para el autoconocimiento y el respeto por el propio ritmo? ¿Se corre el riesgo de que esa pausa se extienda y el horizonte profesional se aleje?
Según coinciden los expertos consultados por Los Andes, todo depende de cada joven, cada familia y cada circunstancia. Pero sí –aseguran– “hay signos de la época” cada vez más frecuentes: los chicos vienen cada vez más desprovistos de mandatos sociales y familiares rígidos; cada vez más desconectados con su propio deseo en tiempos de redes e insatisfacción, y muy abrumados por la sobreoferta educativa y la sobre información.
Ganas versus deseo
La definición de “año sabático” remite, según el diccionario, al período de tiempo en el que una persona se toma un descanso planificado de sus responsabilidades académicas con la posibilidad de recibir un salario. En el caso de los jóvenes que finalizan el ciclo escolar obligatorio (nivel medio) suele ser un año en el que cuentan con la manutención de sus padres mientras rinden materias pendientes del secundario, o deciden prepararse para un ingreso a la universidad. También lo usan para “descansar” de sus obligaciones académicas y trabajar y asomarse a una seudo “autonomía”; hacer actividades recreativas, realizar un viaje de intercambio cultural, de idiomas o, de autoconocimiento.
Para Aníbal Silione, psicólogo, psicoanalista especialista en jóvenes, asegura que la palabra “sabático” hace referencia al sábado, considerado el día en que una persona hace “lo que se le da la gana” y allí, advierte el especialista, radica “la trampa”. Porque las ganas son lo opuesto al deseo.
“Las ganas son el reverso del deseo. Por lo tanto, el deseo se reprime. El deseo te interpela por otro lado. Aquellos jóvenes que eligen hacer por un año lo que se les da la gana están eligiendo postergar el deseo. Por lo tanto, lo que se manifiesta es la incapacidad de elegir. Sí, es incómodo y ahora a los jóvenes no se les enseña a incomodarse, a hacer sacrificios, a realizar esfuerzos y a tener que elegir. Si, después, la carrera que eligen no es la que esperaba no importa, pero es válido interpelarse el propio deseo”, argumenta Silione.
La secundaria, el ciclo que cuesta cerrar
El psicólogo plantea que hay una gran diferencia entre los adolescentes que llegan a su consultorio a pensar su futuro (lo cual “habla de una voluntad por interpelarse y un entorno social diferente”) y aquellos que llegan derivados al gabinete psicopedagógico de las escuelas donde él atiende.
“Muchos chicos ni siquiera se cuestionan ni piensan en su futuro o en un año sabático. No se cuestionan un proceso de estudio a futuro. Es que el egreso efectivo de la secundaria es cada vez menor. Muy bajo. Eso es ya un indicador de que no hay una mirada de planificación para el futuro. En la adolescencia se carece de planificación y no se le da valor al tiempo. No se cuestionan si pierden un año. Es un año sabático casi involuntario en el que rinden lo que adeudan”, señaló.
Y las estadísticas sobre egreso escolar reflejan esa tendencia. Según el reciente informe del Observatorio Argentinos por la Educación, publicado esta semana, 8 de cada 10 jóvenes desean seguir su trayectoria académica tras concluir la secundaria, pero solo la mitad concreta esos planes. Es decir, que apenas 4 de cada 10 adolescentes entre 19 y 25 años continúa sus estudios luego del secundario. Si bien gran parte de esa cifra se debe al factor económico, existe una tajada de ese porcentaje que tiene otras causas, basadas, quizás, en elementos más bien culturales.
Si bien el acceso a la posibilidad de continuar los estudios superiores no es igual para todos, para el psicoanalista Silione también sucede un fenómeno que “fogonea” la indecisión o parálisis de los adolescentes: “El mandato escolar y familiar están debilitados. Antes tenía mucha relevancia y ahora no. El mandato dice: ‘Hacé algo. Sé responsable y elegí para bien o para mal y volvé a intentarlo; hacéte cargo’. Y eso no pasa ahora. ambas instituciones están desdibujadas. Entonces el joven no tiene ni siquiera el desafío de separar el deseo ajeno del deseo propio. No se interpela”, plantea Silione.
En concordancia, la psicóloga especialista en Orientación Vocacional, Carolina Livellara, asegura que los chicos que hoy llegan a su consultorio vienen “más sobreprotegidos que antes, más cómodos, más saciados”. Un poco por la inseguridad, otro poco por tener padres que “son más amigos que padres” y que no ponen límites suficientes como para que el joven quiera romper, salir del cascarón y arriesgarse a vivir en un mundo con desafíos y frustraciones.
¿La juventud desconectada?
Para Livellara, si bien la decisión de tomarse el año sabático sigue siendo la realidad de una minoría, advierte que durante los últimos años llegan a su consultorio chicos “más inmaduros y muy desconectados de ellos mismos”, lo que refleja una carencia en conocer la propia identidad –asegura–, y pensar en un futuro a la medida de sus talentos, gustos y habilidades.
“La vocación es algo que se siente. No se los puede decir de afuera. Mis primeras sesiones tienen que ver con que ellos respondan preguntas del autoconocimiento. Muchas veces no pueden responder esas preguntas. Veo que el ‘todo ya’, las tecnologías y el mundo de las redes sociales hace que les cueste mucho pensarse, sostener un proceso de 12 sesiones… ni hablar de procesos más largos y de hacer sacrificios, incluso con una vocación clara”, agrega la psicóloga.
No obstante, y ante este nuevo esquema, Livellara señala: “La identidad es parte de una maduración interna y no tiene fecha; es un proceso interno. Hay chicos que con 17 años no están preparados para elegir su vocación y han sido atravesados por una pandemia. Son procesos muy personales”. Por eso, la psicóloga recomienda, en esos casos, un año sabático con el fin de que el adolescente “se permita sentir esa confusión, experimentar otras vivencias, y que eso se convierta en un motor para encontrarse a sí mismo”.
Una mirada cortoplacista
Un síntoma de época es que en las últimas ferias educativas realizadas en Mendoza se han incluido los oficios como parte de las propuestas educativas, algo que antes brillaba por su ausencia. En general, y lejos de las carreras tradicionales, los jóvenes vienen eligiendo año a año, carreras cortas y oficios con rápida salida laboral, más allá de sus preferencias o talentos.
“Notamos que hay un cambio de paradigma en los adolescentes. Más allá de las carreras tradicionales, como Medicina, Derecho o Ingeniería están poniendo la mirada a lo vinculado a la innovación tecnológica y, sobre todo, a las carreras cortas”, sintetiza la psicóloga social, Marisa Marlia, co-coordinadora del área de Orientación Vocacional de la UNCuyo.
Según Marlia, el trabajo más fuerte desde la Universidad pública es fomentar la continuidad académica y que, tanto jóvenes como adultos, no abandonen la carrera. Y si lo hacen, acompañarlos para reencauzar sus deseos y sus expectativas con una nueva elección. “Trabajamos fuertemente en la reorientación vocacional y en eso ponemos énfasis”, aclara la especialista.
Tanto Marlia como la psicopedagoga Mónica Vicchi trabajan en acompañar a jóvenes desde cuarto año del secundario a encontrar su vocación y a tomar decisiones, luego de asesorarlos en las diferentes carreras, titulaciones y salida laboral. Pero también aclara la experta, se realiza un acompañamiento emocional. Es que a la UNCuyo llega una gran cantidad y diversidad de estudiantes cada año. Y si bien el año sabático es lo opuesto a la continuidad académica que se busca desde allí, Marlia también lo contempla como una posibilidad para tomar decisiones más conscientes.
“El año sabático no es una trampa. Es de acuerdo a cada estudiante, porque cada uno tiene un proceso de reflexión, de elección y de encontrar su vocación. Por eso, el autoconocimiento es muy importante para que vean las habilidades que tienen, incluso, si deciden trabajar en vez de estudiar”, reconoció.
Salir de lo ‘calentito’ tiene sus ventajas
“Los papás y mamás tenemos que poner límites, quizás más flexibles, más negociables y con diálogo, pero que le hinchen bastante al adolescente como para tener ganas de salir de un mundo lleno de reglas, salir al mundo y convertirse en adulto. Ésa es la tarea del adolescente y para eso los adultos tenemos que ayudarlos”, propone la psicóloga.
En esa línea, para Silione el acto de arriesgar, de elegir en base al deseo, con el costo de perder y de frustrarse tiene mucho de ganancia. “Aprender de la frustración es parte fundamental para ser exitoso. Saber que uno puede avanzar, pese a todo, da placer. Da satisfacción cuando se logra la meta que uno se propuso. Esforzarse, progresar y haber conseguido lo que uno ha deseado es muy satisfactorio. Hay algo emocional que se pone en juego y vale la pena”, concluye el terapeuta.
En primera persona: “El año sabático me quitó presión”
Azul María decidió tomarse un año sabático en 2023, luego de egresar de un colegio de la Universidad Nacional de Cuyo. La decisión no fue fácil, asegura. Siempre se había destacado por sus talentos musicales, pero prefirió no seguir una carrera afín a eso. Entonces, comenzaron los cuestionamientos internos, externos, las sesiones de orientación vocacional y la angustia de no saber qué ser y qué hacer cuando fuera “grande”.
Este año comenzó a estudiar Marketing, mientras sigue tomando cursos de piano y hace deporte. La diferencia, aclara Azul, es que perdió el miedo a crecer, a elegir, a equivocarse de carrera y, si tiene que volver a elegir una nueva dice que lo hará “sin el peso que sentía apenas terminé el colegio”.
“Lo que más me preocupaba era encontrar algo que me gustara y me apasionara realmente. Siempre canté y toqué instrumentos; estaba muy familiarizada con la música, pero sentía que me gustaba como hobby y no como un trabajo y tampoco sentía que iba a poder de vivir de eso”, explica la joven.
“El año sabático fue decisión mía porque no quería presionarme tanto. Sabía que si me presionaba iba a ser peor, me iba a hacer mal. Me lo tomé para conocerme y hacer cosas que me encantaban: estudiar idiomas, hacer deportes y un curso de cocina, tomar clases de piano y canto…a mí me sirvió. No fue una pérdida de tiempo. Me quitó ansiedad”, agrega la adolescente de 19 años.
Azul cuenta que al principio se sintió “afuera de toda esa parte social” en las que los pares comienzan a estudiar o se dedican al preuniversitario o a trabajar. Recuerda que fue la única en su curso que se tomó el año “libre” y que, al final de ese ciclo, habían mermado la ansiedad y la presión de tener que elegir algo “para siempre”.
“Retomar este año la facultad con Marketing no fue tan difícil. El primer mes no me gustaba, me agarró la duda, me costaba ponerme a estudiar y ahora la verdad es que me gusta más. Pero lo veo con otra perspectiva. Ese año sabático fue sacarle peso a la elección de carrera. Entendí que, si no me gusta puedo estudiar otra cosa y no me voy a sentir mal. Aprendí a quitarle presión”, completa.