Cuando, en marzo de 2020, las desgarradoras imágenes de muertes en soledad se iban sumando en la TV y portales de noticias, el personal de Salud se preparaba en la primera línea de fuego para hacer frente a la pandemia. Con las restricciones, en la mayoría de las terapias se suspendieron las visitas, lo cual implicó un retroceso en la humanización de los cuidados críticos y generó una intensa angustia entre familiares y profesionales que asisten pacientes terminales.
Surgió la necesidad de elaborar propuestas para poder brindarles contención en medio de una angustiosa situación. Con el propósito de guiar un accionar común, el Ministerio de Salud emitió recomendaciones para el acompañamiento de pacientes en situaciones de últimos días u horas de vida y para casos excepcionales con Covid-19. Un protocolo que distintos centros médicos fueron adaptando a sus posibilidades y realidades.
En Mendoza, este protocolo ya se está aplicando. Desde el hospital Central, por ejemplo, explicaron que cuando los médicos saben que el paciente está por fallecer, se permite que un familiar ingrese a la Unidad de Terapia Intensiva (UTI). Al visitante se lo viste por completo con ropa hospitalaria y, si bien no puede tocar a su familiar, sí se puede acercar a una distancia prudente y despedirlo.
En general, ingresa al lugar una persona por paciente. La diputada nacional Claudia Najul (UCR), ex ministra de Salud de Mendoza, presentó en agosto de 2020 un proyecto de ley para que el enfermo de Covid-19 no muriera solo. La legisladora hizo hincapié en “el derecho del adiós en la última etapa de su vida con esta enfermedad, además del acompañamiento psicológico en terapia intensiva y la información clara de lo que está pasando”.
En el Ministerio de Salud mendocino rige desde el 31 de agosto del año pasado la resolución 1.867 llamada “Protocolo para el ejercicio humanitario de derechos y decisiones en el final de la vida”, que es válido para todos los establecimientos de salud de la provincia. Leandro Tumino, médico intensivista en el HIGA General San Martín de La Plata y clínica San Camilo de CABA, explicó que en el hospital donde trabaja se conformó “Lazos del Poli”, brote del Comité de Bioética que coordina. Es un grupo interdisciplinario, conformado por psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, personal administrativo, farmacéuticos, médicos clínicos, emergentólogos e intensivistas, cuyo objetivo es evitar la muerte en soledad y restablecer, en parte, el acompañamiento de los pacientes.
El último informe de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), preocupada por promocionar los cuidados al final de la vida, relevó que esta tendencia está avanzando: hubo un aumento significativo de las terapias que permiten la despedida de los familiares de pacientes que mueren por Covid para favorecer el proceso de duelo. El incremento es de un 11% en relación con el análisis anterior, realizado el 30 de abril. De las 186 UTI encuestadas, ya el 90% permite la visita del “último adiós”. Los datos analizados nacen de una encuesta anónima y voluntaria a los referentes de cada unidad.
Se estima que todavía hay centros sanitarios que se resisten a brindar este derecho porque tienen menos recursos y que lo hacen por cuestiones operativas, en resguardo de posibles contagios. No tienen implementado un protocolo. Muchas veces, suele depender de la infraestructura del servicio y predisposición de los profesionales. Se trata de implementar la humanización para transformar el ambiente hostil y agresivo de la terapia en algo más acogedor y cálido. El tiempo medio de internación es de dos semanas, en quienes fallecen, y tres o cuatro si sobreviven. “Más allá de alguna heterogeneidad, a nivel nacional la situación del sistema sanitario está colapsada y probablemente se agrave en las próximas semanas”, describe Arnaldo Dubin, jefe de terapia intensiva del Sanatorio Otamendi, y refiere que hay un intervalo de entre una semana y 10 días desde el momento en que se producen los contagios hasta que impactan en las terapias.
Qué anticipa “el último adiós”
Médicamente, existen escalas de gravedad que evalúan las disfunciones de los diferentes órganos y sistemas. “Cuanto mayor es el puntaje, aumenta la probabilidad de fallecimiento. Un parámetro más objetivo es la falta de respuesta al tratamiento instaurado”, puntualiza Tumino.
Dubin señala que, en términos generales, la causa más importante de muerte en Covid es la hipoxemia refractaria, una alteración en la oxigenación acompañada de fallas de otros órganos y de un compromiso respiratorio o cardiovascular.
“Cuando desde la terapia vislumbramos que el paciente tiene la posibilidad cercana de fallecer, nos contactamos con la familia para anticipar la posibilidad de un desenlace inminente, dada la gravedad de la situación, e invitarla a que lo acompañe en los últimos momentos”, explica el especialista.
Dar malas noticias
Comunicar malas noticias es un desafío que no se enseña en la facultad de medicina. Nace de la inquietud y es parte del expertise que adquiere un intensivista durante sus años de formación. En el contexto actual, suelen darse por teléfono, donde hay un silencio que no puede suplirse con un abrazo de contención. “¿Cómo llegará ese familiar al hospital? ¿Tendrá la suficiente lucidez para manejar con cuidado?”, son preguntas sin respuesta que invaden a los médicos.
“Cada experiencia es única y dolorosa. Lo que más me genera angustia y frustración es tener que ‘apurar’ a la familia que venga, si quiere, a despedirse o, si ya falleció, a ver el cuerpo porque hay más personas esperando que se desocupe la cama. Uno no está preparado para ver morir tanta gente todos los días”, confiesa Tumino, quien también es director del Comité de Neurointensivismo de la SATI.