“Un zorro con las narices de un ebrio”, así tituló Los Andes una llamativa y espeluznante historia sucedida en la Mendoza de 1885. El 21 de octubre de aquel año “ha sido víctima –relató entonces este diario- de los agudos dientes de un zorro, un inquilino que habita un rancho en la calle Constitución, esquina a la de Monte-Caseros”.
Nos aseguran que la víctima llegó a su casa cerca de las diez de la noche, dominado por una soberana mona de alcohol, de pura uva, que se había apoderado de su cerebro festejando en una pulpería vecina, el aniversario de su feliz cumpleaños (…) No habiendo podido acertar a entrar a su cuarto de habitación, determinado a dar descanso a su cuerpo en el primer rincón que encontró a la mano, haciéndolo entre unos escombros donde se quedó profundamente dormido hasta media noche, hora en la que un zorro de los tantos que abundan en los escombros, se le acercó y creyéndolo cadáver, no encontró muy en mal llenar el estómago, dando principio por darle un feroz mordisco en las narices, que antes de que la víctima despertase al dolor, yacían en el estómago del hambriento animal, la mayor parte de las narices del desgraciado festejante”.
La desesperación del hombre lo llevó a gritar desconsoladamente, entonces “se levantó una mujer y un muchacho que habitan en la misma propiedad –continuó Los Andes-, y se encontraron con el horrible espectáculo, que presenta a un hombre bañado en sangre y con las narices completamente comidas”. Inmediatamente vieron a un enorme zorro darse a la fuga, cruzando por la puerta del humilde rancho.
Esta situación digna de ser considerada como fábula, tuvo su moraleja hacia el final de la nota:
“Cuanto mejor hubiese sido si en vez de festejar su cumpleaños, se hubiese recogido temprano en su habitación y dejarse de borracheras, que, siempre son la causa de amargos tragos para el hombre”.