Frío, aire escaso. Pulsaciones que parecen oírse en medio de esa cumbre callada, tachonada con gritos de alegría y con el ruido de otros pasos. Y la sensación de que la inmensidad se mete hasta por los poros, atravesando la gruesa ropa, la piel. Atravesando, incluso, los ojos que, literalmente, ven sin ver.
La experiencia de trepar el Aconcagua y llegar a la cima es una de las más fascinantes para muchos deportistas, que eligen nuestra provincia en esta temporada para llegar a Mendoza y emprender la hazaña de subir al “techo de América”, a su cumbre más alta.
Pero si para un andinista entrenado, o que se prepara para esta escalada, llegar a la cima termina siendo algo lindante con lo heroico –más cuando aparece el recuerdo de que algunos no pudieron lograrlo y se les fue la vida en el intento–, la cuestión alcanza mayor relevancia cuando esos andinistas aventureros que lo intentan son algunos que tienen otros desafíos previos por atravesar.
Por eso intentar ese ascenso y conseguirlo, llegar a la cima y no poder ver la inmensidad, es un logro notable. Y es el que acaban de conseguir Alexandru Benchea y Răzvan Nedu (ambos de 23 años), dos deportistas rumanos que hicieron cumbre en el Aconcagua y a quienes une una característica que hacen al suyo un logro mayor: ambos son ciegos.
Alex y Răzvan no son principiantes, sino avezados deportistas que se han propuesto el desafío de subir algunas de las cimas más importantes del mundo. Y al decidirse a empezar por el cerro mendocino, allí tomaron contacto con Pablo Tapia, un experimentado guía que había acompañado a Theofil Vlad, escalador rumano, a hacer cumbre en diciembre de 2021.
“Después de eso me escribió diciendo que quería venir a Argentina con un proyecto: traer a dos chicos con discapacidad visual, ciegos, para intentar subir el Aconcagua. Me gustó la idea y la comenté a la empresa para la que trabajo, Blanco Altas Montañas, y ellos me confirmaron que querían que yo fuera el guía de la expedición”, comparte Pablo, aún con la alegría de haber podido conseguir la proeza.
El proyecto de escalada del que habla se llama Seven Summit (Siete Cumbres), y consiste en subir las siete montañas más altas de cada continente. “Ellos ya han escalado dos, el Elbrus de Rusia y el Kilimanjaro de Tanzania. Lo siguiente fue nuestra montaña”, explica el guía y profesor de Educación Física.
Aún con la adrenalina propia del triunfo, Alex cuenta a Los Andes su alegría por haber llegado a la cumbre del Aconcagua. “Esta era mi tercera cumbre. Y se convirtió en la más larga expedición y la más alta montaña que he podido alcanzar”, asegura el rumano. Y continúa: “Esta montaña necesita mucho respeto. En el andinismo no existen caminos cortos, de por sí. Pero acá tuvimos momentos difíciles, especialmente entre el Campo 1 y el Campo 2, donde llegué a sentir insuficiencia respiratoria. El frío fue muy duro el día de la cumbre. En la bajada, además, vivimos también momentos muy duros. Igual, comer y dormir en la carpa, las condiciones de higiene, todo fue nuevo. Esto cambió mi percepción de la montaña”.
A Răzvan le conmueve revivir la experiencia al contarla. “No puedo creer que haya conquistado la cumbre de América. Fue una experiencia que no creí que iba a lograr. Al llegar me tiré en el piso y empecé a escuchar cómo todos me felicitaban. Ahí recordé dónde estaba. Una parte de la montaña se quedó conmigo”, explica.
Ahora bien, la escalada a picos como el Aconcagua suelen ofrecer como experiencia a los andinistas la posibilidad de contemplar la inmensidad de la cordillera y sus mantos blancos de nieve. Por la propia discapacidad visual de estos andinistas, eso les está vedado. Sin embargo, para ellos la experiencia no es menos vibrante. Răzvan, por ejemplo, dice que apenas llegó a la cima, no pudo contener la emoción. “Me paré a sentir a la gente de mi alrededor y eso es una ‘fotografía’ que quedará en mí para siempre”, explica.
Alex, por su parte, dijo que no extrañó no tener el sentido de la vista. “Lo más fuerte que sentí fue alegría y sorpresa, porque todos nos aplaudían. Eso sólo lo he vivido en la Argentina. Y cuando llegué allí no pensé jamás en que no podía ver, porque el logro me llegó por todos los sentidos”, expresa, emocionado.
El guía Pablo Tapia da fe de esa emoción, que también tiene que ver con sobrellevar las dificultades que tuvo este ascenso. “Yo llevaba encordado a uno de ellos y el otro guía lo llevaba encordado al otro. Para subir, se lo lleva al andinista bien ‘pegado’, a un metro y medio, y todo el tiempo uno le va indicando ‘a la izquierda, a la derecha’, para que pueda avanzar. Para hacerlo, además, generamos códigos con golpes en la espalda o en el hombro para agilizar las indicaciones”, detalla.
En su caso, esto se anota en su largo rosario de logros. “Cuando un andinista con características especiales se anima a esto, tiene que desarrollar los sentidos lo más posible. Para mí esto fue un desafío muy grande. Una vez llevé a la cima a un chico con esclerosis múltiple, pero algo como esto no lo había vivido nunca. La patología de la altura, más otras dificultades, hacían todo esto más complicado. Yo lo tomé como desafío”, subraya.
Ese desafío, esperan los heroicos andinistas, tal vez pueda servir de inspiración para otros. Así lo desea Alex: “Esta ascensión me hizo entender lo duro que puede ser. Fue impresionante la ayuda y el cariño de los que nos acompañaron. Me dejó la sensación de que en la Argentina o en Rumania podemos incentivar a los demás. Sé que sin Pablo, Anca Mihutescu (voluntario) y Teo no hubiéramos podido hacerlo. Al principio parecía imposible, pero se pudo. En mi país yo entreno a personas con el bastón blanco y quiero contarles esta expedición para poder motivarlos”, asegura. Ha conseguido desafíos mayores, ¿cómo no confiar en que logrará también este?