A sus casi 91 años, Manuel Bobadilla se ríe a carcajadas, increíblemente, cuando imagina el día en que ya no estará en esta Tierra. Él asegura que se irá feliz, agradecido y sin cuentas pendientes.
La vida le dio salud, una hermosa familia y una pasión que tiene nombre y apellido: un cuatriciclo Polaris Sportsman 1000 modelo 2020, con una potencia de 90 HP.
En poco más de un año, montado en él, sumó 12 mil kilómetros de caminos recorridos, y ahora va por muchos más.
El “cuatri” actual fue un lujo que se dio en 2020, aunque se enamoró de estos “bichos” hace 26 años y compró el primero casi de inmediato. Lo vio en una vidriera de una casa de motos y supo que era para él. De allí en más, cada vez que se sube siente que se convierte en un “animal que escapa de la jaula” y sale sin rumbo fijo hacia la más absoluta libertad.
Manuel nació el 27 de abril de 1930 en Godoy Cruz, pero creció y desarrolló su vida en Tunuyán, donde fue un exitoso viverista. Más tarde se dedicó a los frutales.
La suya fue una vida de trabajo y sacrificio que le dio “frutos”, justamente. No sólo duraznos, cerezas y manzanas sino de los otros, los más dulces, los que tienen que ver con el afecto cosechado: el amor de su esposa, hijos y nietos.
A esta altura de su vida, confiesa, perdió la cuenta de los años que lleva casado con Irma Antonia Sebastianelli, de 82, con quien tuvo cinco hijos, Fabián, Javier, Marcela, Patricia y Manuel. También es abuelo de 14 nietos y un bisnieto viene en camino.
Posee, además, una camioneta Hilux, pero asegura que, en caminos de tierra, como los que suele desandar a diario, el cuatriciclo no se compara con nada y es mucho más suave. Tanto que “ni se siente”.
Y hay más: cuenta que se enfunda en su traje de agua y que no lo “pilla” nada: ni la lluvia ni el viento.
“¿Si me retan mis hijos por salir en cuatriciclo? Para nada, al contrario, los reto yo a ellos. Ya he cumplido dándoles todo y fui una persona de trabajo que jamás tuvo vicios”, se define.
Potrerillos, el Manzano Histórico, además de todos los departamentos de Mendoza son, para él, moneda corriente, aunque también recorrió la Ruta 40. El sur argentino lo conoce como la palma de su mano.
“Siempre solo, descubriendo lugares, frenando en hoteles y continuando al día siguiente. Es una sensación maravillosa”, repite.
Lleva todos los papeles de su vehículo en regla y, según dice, solamente lo interceptan los curiosos que suelen andar por todas partes para indagarlo: su edad, su vida, sus travesías, siempre surgen en las conversaciones y le piden fotografiarlo.
“Siempre digo lo mismo, que la vida es esto, aprovechar cada momento al máximo y eso es lo que hago, libre como los pájaros”, insiste.
A Manuel se le ilumina el rostro cuando habla de Mendoza, a la que no cambiaría por nada del mundo. “Uno puede estar fuera del país, pero no conozco provincia más hermosa que la nuestra”, advierte, orgulloso.
“Tuve fincas y hoy lsa trabajan mis hijos. Pero, ojo, siempre yo ando muy cerca, recorriendo, vigilando, cosechando duraznos, mirando las plantas crecer. En definitiva, haciendo lo que siempre hice en mi vida”, nos relata.
Lo único que desea
Manuel lamenta profundamente que su esposa no esté igual de saludable que él. “Desearía de todo corazón llevarla a pasear, pero se le están aflojando las cuerdas. No me animo”, se sincera.
De todos modos, vuelve a agradecer. Casi como un lema. “A Dios y a la Virgen María”, dice, con su sonrisa eterna y su porte de caballero.
Porque Manuel es eso: un caballero de los de antes, pero a bordo de un moderno cuatriciclo.