A Ernesto “Chicho” Ponce le tiembla la voz cuando habla de Juan Francisco, el hijo que decidió adoptar junto a su esposa hace 14 años tras varios embarazos fallidos. Así, en el Día del Padre, que se celebra hoy en varios países, este médico pediatra de 54 años oriundo de San Martín reflexiona sobre el sentimiento más hermoso y genuino que le dio el título de “papá”.
Desde muy joven “Chicho” soñaba con dedicarse a la medicina infantil y también con ser papá. El primero de estos anhelos lo cumplió el día que egresó, a los 26 años, de una carrera que le sigue apasionando y que intenta transmitir como docente ya que dicta la materia Relación Médico-Paciente 1 en la facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo. Y, por supuesto, diariamente en el consultorio, en Guaymallén.
Ser papá, en cambio, le costó bastante más. “Recién pude lograrlo a los 39 años, luego de muchos intentos. Me casé a los 33 y estuvimos seis años intentando sin resultados. Algunos embarazos fueron espontáneos y otros por tratamiento pero, invariablemente, a la sexta semana se interrumpían. Fue desgastante, sobre todo para Graciela, mi mujer, que ponía el cuerpo y lo sufría muchísimo”, relata en diálogo con Los Andes.
Fue así que decidieron anotarse en el Registro de Adopción, en una sede que existía en San Martín, cuando las dependencias estaban sectorizadas y donde cada seis meses se acercaban a ratificar aquella determinación.
La espera no fue fácil: angustia, incertidumbre y miles de sentimientos se agolpaban en ambos, que incluso recibían tratamiento psicológico. “Digo esto pese a que el sistema con nosotros fue bastante benévolo. Pero veo casos muy tremendos en el consultorio. No funciona bien”, advierte.
Lo cierto es que transcurrió una “eternidad” y, al mismo tiempo, todo sucedió en “un abrir y cerrar de ojos”, a juzgar por las esperas burocráticas de las adopciones en Argentina. “Cinco años. Mucho y poco a la vez”, grafica “Chicho” mientras, con su sonrisa de oreja a oreja, exhibe imágenes de “Juanfra” recién nacido, en la escuela, jugando al golf y en algún viaje familiar.
Amor desde la panza
Ernesto y Graciela se enteraron de que su hijo venía en camino cuando su mamá biológica llevaba cuatro meses de gestación y ya había ratificado su deseo de darlo en adopción en más de una oportunidad. El bebé llegó al mundo el 26 de agosto de 2009.
“Chicho” esperaba a su hijo con una expectativa y un amor que aún hoy no puede poner en palabras. “Lo pudimos tener 24 horas después de nacido y fue maravilloso. No puedo decir que resultó amor a primera vista, sino mejor: fue amor desde que estaba en la panza. Su llegada fue un antes y un después para nosotros y para todo nuestro entorno, familiares, abuelos, amigos y hasta compañeros de trabajo”, describe, mientras muestra aquella primera foto del bebé con los ojitos cerrados en los brazos del feliz papá.
“Como suele decirse, maternamos y paternamos mucho antes de que Juan Francisco llegara al mundo”, completa.
“Creo que fue él quien nos salvó a nosotros. El vínculo no costó absolutamente nada, fue todo muy natural y hermoso. Se adaptó incluso más naturalmente que nosotros. Graciela se lo puso en la teta y fue un momento maravilloso”, recuerda Ernesto.
Y agrega que desde que Juan Francisco tuvo uso de razón decidieron contarle la historia “de punta a punta” sin jamás ocultarle un solo detalle. “Y años después, en primer grado, mi hijo contó su historia en el aula”, dice.
Hoy, la vida de “Chicho” es un constante aprendizaje, un disfrute y también un desafío por la etapa de adolescencia que transita su hijo. “Siempre termina primando el amor que nos tenemos”, aclara.
“¿Cómo es Juanfra? Un chico maravilloso, educado, cariñoso, familiero. Ama el deporte y descubrió el golf durante un viaje cuando era muy chiquito, a los 4 años. Desde entonces nunca dejó de jugar. También practica fútbol, algo fundamental para los vínculos entre amigos, y está lleno de afectos”, lo define su padre.
Y asegura: “Lo llevo a todos lados, son muy aprehensivo y no lo digo con orgullo, porque entiendo que es un defecto, que me cuesta soltarlo. Pero disfruto tanto de la compañía de mi hijo que me encanta incluirlo en los planes. No me pierdo los actos de la escuela, los viajes, los partidos de fútbol y tampoco ningún torneo de golf”.
“Juanfra es una maravilla de hijo y de persona, con una gran capacidad de adaptación y alegría de vivir. Muchas veces me quedo contemplándolo como cuando era bebé, cuando duerme o cuando lo tengo enfrente y sigo sin poder creer este verdadero privilegio que la vida me ha regalado”, cuenta “Chicho” emocionado.
Para él, aunque suene “cliché”, la paternidad lo hizo sentir un hombre realizado. “No encuentro otra manera de definirlo”, indica. Y cuenta que en estos días está leyendo el libro “No huyo, solo vuelo”, de Alejandro Schujman, en el que el psicólogo y escritor invita a hacer un recorrido desde la cuna hasta que los hijos “vuelan solos”, enfatizando en la urgente necesidad de un vínculo saludable con ellos.
“Mi hijo me ayuda día a día a ser mejor, a ser menos malo, a potenciar las virtudes que puedo tener como papá. Me fascina esta misión tan fantástica, la de criar, educar. Siempre les digo a mis pacientes que ser padre es no dormir tranquilo nunca más, pero esa falta de tranquilidad es lo que, al mismo tiempo, otorga la paz de saberse realizado en este maravilloso rol”, reflexiona Ernesto.
Y concluye: “Mi profesión hace que siempre esté muy cerca de muchos papás y mamás y creo que muchos sienten lo que siento yo, que cumplí un sueño, un llamado. Soy un papá orgulloso que nunca deja de sorprenderse”.