Día del maestro: la historia de la docente que durante 30 años llevó a sus alumnos a explorar los paisajes del sur argentino

En una humilde escuela de Rodeo de la Cruz, allá por los 90, Edita Pérez, que hoy tiene 80 años, impulsó viajes anuales a Villa La Angostura. Fue a pulmón, con rifas y colectas. La recompensa sigue siendo eterna. Su historia.

Día del maestro: la historia de la docente que durante 30 años llevó a sus alumnos a explorar los paisajes del sur argentino
La docente (al centro), ya jubilada, en uno de los viajes que siguió haciendo de Rodeo de la Cruz hasta Villa la Angostura.

Imposible no agasajar a Edita Pérez en este Día del Maestro, una docente de vocación y con gran compromiso y amor hacia sus alumnos. Jubilada y a punto de cumplir 80 años, esta sanjuanina que llegó a Mendoza para estudiar profesorado de Geografía dejó una huella imborrable en numerosas camadas de estudiantes.

Contagió alegría y mostró, a partir de un proyecto que sostuvo durante nada menos que 30 años, que viajar al sur junto a sus estudiantes para descubrir la Patagonia Argentina no era imposible a pesar de los obstáculos.

Casada con Mario Gutiérrez, madre de seis hijos y abuela de once nietos, hoy vive en Perdriel, siempre muy cercana a sus recuerdos y a sus afectos. No hay quien no la recuerde como una docente dedicada y amorosa que forjó el compañerismo, la camaradería, los viajes. Una maestra que supo darse cuenta cuando un chico pasaba hambre o frío en el aula y ponía manos a la obra de inmediato. Una educadora que supo trabajar ad honorem con la mejor recompensa: el amor que sigue cosechando hasta estos días.

Cuentan los que saben que Edita fue el motor de transformación de una comunidad dormida y abandonada, a otra con esperanza y visión de futuro: se trata de Kilómetro 11, en Rodeo de la Cruz (Guaymallén).

Llegó a esa comunidad en 1990 como directora de la escuela secundaria José M. Argumedo, creada un año antes y a la que considera su lugar en el mundo. Allí comenzó a trabajar con el amor y la pasión que la caracterizan. Encaró numerosos proyectos, aunque el más valioso se denominó “Viajes a Villa la Angostura”, que inició en 1991 para los estudiantes de tercer año. No había dinero, pero sí voluntad para impulsar rifas, colectas, donaciones y eventos para recaudar fondos.

La docente, en una de sus tantas caminatas por Villa la Angostura, adonde viajaba para llevar a sus alumnos.
La docente, en una de sus tantas caminatas por Villa la Angostura, adonde viajaba para llevar a sus alumnos.

Así, durante tres décadas los viajes fueron una marca registrada. Incluso después de jubilada continuó al frente de esa iniciativa que generaba y aún genera gran entusiasmo. “Nuestros alumnos no tenían vacaciones ni descanso, porque el verano es la estación más importante para la producción hortícola y ellos eran la mano de obra para levantar las cosechas”, evoca en diálogo con Los Andes. Y agrega: “Primera razón para inventar salidas. Muchos no conocían ni las montañas. Conseguí un albergue en Villa La Angostura y hacia allá fuimos. Desde Mendoza llevábamos toda la mercadería, fruta, verdura y pan para toda la semana y anécdotas hay miles, como cuando inventábamos una forma de patinar en la nieve con nylons. Yo era la primera para enseñarles que era divertido”.

“Eran todos chicos de familias humildes, con un gran porcentaje de nacionalidad boliviana. Recuerdo que un alumno viajaba sin campera, decía que se la había olvidado. No era cierto. No tenía y, así, implementamos el sentido de la solidaridad, porque siempre hubo desde ese momento un abrigo de más”, recuerda.

Ya en Villa La Angostura, el programa de salidas era variado y dependía del clima. En las noches había fiestas y fogatas. “Todos cantábamos, disfrutábamos y los chicos lloraban de la emoción”, rememora.

Recuerda, en una ocasión, a un alumno que se negaba a regresar a su casa. “Lo seguíamos de cerca porque temíamos que se escapara del campamento. Después de unos años, iba yo caminando por Bariloche y alguien me tapó los ojos. Era él, que se había radicado en el sur”, se emociona.

El mayor agradecimiento de Edita es para las directoras que la sucedieron, “todas muy generosas que me permitieron compartir la adolescencia de sus niños, porque los viajes continuaron cuando me jubilé”.

Salir de excursión con esta profesora aguerrida llevando una bandera blanca era algo común. Significaba ir en son de paz, porque muchas veces atravesaban terrenos privados. Recuerda que los padres de los años 90 eran en su mayoría chacareros, floricultores, trabajadores agrícolas y sus hijos colaboraban con las tareas, de modo que jamás tenían salidas ni espacios recreativos.

“En las charlas con los padres debí mostrarles la ubicación de Villa la Angostura en un mapa de la República Argentina. En todos estos viajes conté con el apoyo de muchos colaboradores, entre ellos los docentes y padres, pero principalmente del profesor Roberto Martín y, más tarde, de Miguel Monge, que aún hoy continúa”, rememora.

Con los años y con cada viaje se fueron sumando las anécdotas, las risas y los llantos de los jóvenes que quedaban maravillados con el paisaje y con lo que vivían de manera grupal.

“También fueron cambiando las necesidades y las exigencias para cruzar fronteras provinciales, cambiaron las condiciones que pedían los albergues universitarios y hasta los caminos y recorridos. Nunca olvidaremos la erupción volcánica de 2011 que cambió el paisaje de La Angostura. Luego llegó el Covid que impidió viajar hasta 2022″, enumera.

Los objetivos del proyecto siempre fueron muy claros y se lograron con éxito: convivencia, ayuda mutua, valores, respeto, nuevas amistades, habilidades sociales, confianza y autoestima.

“El proyecto –finaliza Edita—terminó siendo de la escuela y eso es lo que más me enorgullece”. “En todos esos viajes, ella y su equipo han enseñado a amar, valorar y respetar la Patagonia Argentina y sus parques naturales. Los que recibieron, aprendieron e incorporaron esto, seguramente, serán personas que actuarán en consecuencia en cualquier lugar de Mendoza, de la Argentina o del mundo”, sostuvo Gabriela Zanin, profesora de Matemática en esa escuela durante años y ahora amiga de Edita.

En todos estos años los contingentes de jóvenes disfrutaron de la naturaleza al mismo tiempo que incorporaban conocimientos, enseñanzas y valores que quedaron plasmados en sus corazones. “Sólo una mujer especial logra esto. Algunos exalumnos se fueron a vivir y a trabajar a la Patagonia. Ahora hacen estos viajes los hijos de las primeras promociones, anhelan ese viaje que les cuentan sus padres”, agrega Zanin.

Edita solía hacer lo que no muchos docentes practican: la tarea de campo, la de búsqueda y seguimiento. Cuando algún chico faltaba se subía al auto y emprendía la marcha hasta que la huella se lo permitía. Luego, seguía caminando por los matorrales hasta encontrar ese hogar precario donde vivía su alumno. Y siempre hacía algo concreto para ayudarlo.

Gabriela atesora otro recuerdo de aquellos tiempos. “Corría 1991 y se abrió un nuevo primer año. Edita los observó muy delgados. Dijo que a esos chicos les faltaba olla y de inmediato decidió abrir un comedor”, repasa.

“Contrató una cocinera, consiguió los insumos y todos los mediodías se ofrecía en la escuela un exquisito plato de comida que ella compartía con los estudiantes”, relata Gabriela.

“Ella enseñó de modo personalizado”

Carina Chaile es exalumna de Edita. Hoy es profesora de Lengua y Literatura y sucesora de Edita en los viajes a Villa La Angostura. La recuerda de esta manera: “Me enseñó a enfrentar la vida con valentía y sin miedo. Porque muchas veces no nos damos cuenta del poder que tienen las palabras. Fue una docente que enseñaba de manera personalizada. Sabía quién era mi familia y quién era yo”.

“Esos viajes inolvidables pude compartirlos como alumna y ahora como docente. Me dejó ese legado valioso que hoy es una marca registrada en nuestra escuela”, reflexionó, para enumerar a otros profesores que formaban ese equipo, Roberto Martin, Mario Mulot y Miguel Monge, entre otros.

Carina concluye: “Todo lo que se da de corazón transforma la vida de las generaciones. Y esa cosecha siempre es a largo plazo”.

Una madre y abuela orgullosa

Más allá de todos sus alumnos, que también fueron sus hijos, Edita tuvo seis hijos: Fernando (51) ingeniero; Gabriela (49), ingeniera; Sebastián (46), médico; Noelia (42), doctora en Ciencias Políticas; Jael (40), psicóloga y Agustina (35), programadora. Es abuela de once nietos.

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