Desacostumbrados: la intranquila calma en esos lugares en los que el movimiento y la vorágine eran parte de la rutina

Salas de cine, teatros, casinos, hoteles y galerías de arte lucen de una forma atípica -por no decir irreconocibles- en medio de la pandemia de coronavirus declarada desde el 20 de marzo. ¿Cómo se ven esos lugares y aquellos detalles en los que, probablemente, nadie nunca siquiera se detuvo?

Desacostumbrados: la intranquila calma en esos lugares en los que el movimiento y la vorágine eran parte de la rutina
Sin turismo interno ni externo y actividades culturales el Teatro Mendoza se encuentra cerrado. Ignacio Blanco / Los Andes

Llegar a una sala de cine con la película ya empezada -o al menos las colillas-, repitiendo para uno mismo la letra de la fila y el número de la butaca en que debemos instalarnos. Y cruzar toda la fila pidiendo “¡permisoooo!” tímidamente, mientras esquivamos las piernas de aquellos que -como corresponde- llegaron temprano y se acomodaron en sus asientos para disfrutar de la función. Personas en las que, aunque no podamos verlas claramente en la oscuridad de la sala, imaginamos una perfecta mueca de enojo en sus rostros porque deben retorcerse para que podamos pasar.

Esperar que se haga lugar en una de las “maquinitas” del casino para probar suerte; mientras nos dejamos llevar por los hipnóticos sonidos electrónicos -símil videojuegos- que emanan de todos lados; de todos los pasillos. Y, entre ficha y ficha, salir a fumar y consumir el cigarrillo a toda velocidad en la puerta de la sala para volver a la máquina; mientras vemos (si es que nos percatamos) que a nuestro alrededor son varios los que apuran el pucho casi sin disfrutarlo. Y sin intenciones de intercambiar siquiera un saludo.

Lobbys de hoteles repletos de familias enteras que no dejan de llegar -valijas y maletas en mano-; y que se forman una atrás de la otra, y del otro lado del mostrador. Mientras que conserjes, empleados y hasta botones sacan habilidades de pulpos clonados para estar en todos lados; responder a todas las preguntas y atender esos teléfonos que no dejan de sonar; o responder esos mails que no cesan de entrar a la casilla. Y todos de personas interesadas en averiguar por disponibilidad de habitaciones para tal o cual fecha. Mientras tanto, en los sillones, una pareja revisa en su celular la hora y el itinerario de bodegas para recorrer o lugares para ir a hacer turismo aventura.

Cientos de personas paradas, aplaudiendo eufóricamente de pie la pieza magistral de teatro que acaban de disfrutar; mientras que en el escenario el, la, los o las actores y actrices inclinan la mitad de su cuerpo a modo de reverencia y agradecimiento ante tal reconocimiento. Las mismas personas que saldrán minutos después de la sala y enfilarán por calle San Juan (al norte o al sur) buscando un restó para tomar un café con un tostado; o un carrito para un lomo con papas y cervezas.

Una exposición de arte, con las obras dispuestas cuidadosamente para que la perspectiva y la luz hagan su parte también. De a uno, o de a varios, los espectadores recorren todos los rincones; entrecierran sus ojos para intentar observar alguno de esos detalles esenciales -que, como dice Saint-Exupéry, son invisibles a los ojos- y los analizan casi con la meticulosidad de una máquina de Rayos X intentando interpretar el o los mensajes. Luego, una vez recorrido los salones y las galerías, será el turno de concentrarse en el hall de entrada o en la vereda para continuar con los planes particulares. No sin antes intercambiar palabras y pareceres sobre la obra que acabamos de ver, el mensaje que interpretamos que quizás intentó hacernos leer entre líneas la inspiración del artista. Y concluyendo la charla con frases del estilo: “¡Qué efímero es todo!” o “Somos apenas una gota de agua en el océano”, acompañadas de una seriedad en el rostro que pretende dar aún más profundidad a la reflexión.

Todas estas situaciones -y otras tantas más- están ausentes y con aviso desde hace casi cinco meses. Todos estos espacios, donde el ruido, el frenesí y el constante movimiento eran parte de su identidad; están como en pausa desde el 20 de marzo; días más, días menos. Como lugares en sí, siguen donde siempre. Pero con una identidad distinta, rara; ajena. Un casino, un teatro, un hotel, una sala de cine o un espacio de arte no son tales sin esos factores externos y tercerizados que les daban vida. Todos estos espacios -y la vida que habitaba en ellos- intentan adaptarse a lo que ya se conoce como “nueva normalidad” post coronavirus. Y, sobre todas las cosas, todos estos espacios aguardan (como la humanidad en su totalidad) que esto pase pronto y que la “nueva nueva normalidad” se parezca un poco más a la “vieja normalidad”.

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