Para que Claudia Molina pasara de ser una niña precoz, en su Alto Salvador natal, a una profesional reconocida en Nueva York, debió correr mucha agua debajo del puente. Ningún logro llegó de golpe a la vida de esta mujer que partió al país del Norte con la crisis de 2001 y que, casi sin querer, se volcó a programas de salud comunitarios.
Su inclinación por comunidades latinas y afroamericanas con cáncer, VIH y víctimas del atentado del 11/9, entre otras, le permitieron recibir numerosos reconocimientos que agradece y valora, aunque no tanto como el aprendizaje que le dejó el haberse decidido a escribir su propia historia cuando la Argentina ya no tenía cabida para su esposo y ella, sin dudarlo, decidió acompañarlo.
Vía correo electrónico, reflexiona sobre el amor por su tierra natal, en San Martín, y concluye que la típica forma de vida mendocina jamás la volvió a sentir en otro lugar. Claudia se remonta a su niñez, cuando era una estudiante ávida por saber todo, alentada por padres visionarios y de gran inteligencia emocional.
Enumera, casi de memoria, el aroma de los pastelitos de membrillo en las fechas patrias; el recuerdo intacto de su casa de barro en plena construcción; saludar con dos besos; las sopaipillas los días de lluvia y su maestro de primaria en la escuela rural.
“Sí. Mi maestro, que también fue el de mi papá, iba a dar clase con traje, religiosamente. Y los fines de semana plantaba duraznos en el patio de la escuela para cosecharlos en verano”, evoca, nostálgica.
También trae a la memoria la huerta de su papá, que compartía tomates y berenjenas con los vecinos; las noches de verano en un cielo estrellado como jamás volvió a contemplar; las tortitas de chicharrones y la vida simple que se dividía en dos: antes y después de la siesta.
-¿Por qué Nueva York?
-La decisión fue de quien por entonces era mi marido, que se sentía frustrado por la situación económica y había perdido su trabajo. Vivíamos en una casita del Banco Hipotecario cuyas cuotas se tornaron imposibles de pagar. Decidimos irnos para pagar la casa y regresar más adelante. Yo no tenía un cargo fijo y lo apoyé.
-¿Cómo fue la llegada?
-Fue algo milagroso, raro. Sentí que no era yo: había pasado de ser una mujer satisfecha con lo que hacía, con mi primera casita y mi familia, a ser nadie. En el aeropuerto partió una Claudia y 12 horas después arribó otra, muy distinta, analfabeta en cuanto al idioma y las costumbres.
-¿Cómo comienza a involucrarse con la acción comunitaria?
-Sin explicación lógica, me presenté de voluntaria en un programa comunitario de educación para la salud. Allí encontré mentores maravillosos, aprendí sobre liderazgo y, lo mejor, me reencontré a mí misma. Como dice Gabriel García Márquez, todos nacemos dos veces: una cuando nos pare nuestra madre y otra cuando nos vemos obligados a parirnos a nosotros mismos. Así fue exactamente.
-¿Cómo fue su formación?
-Estudié Obstetricia en la UNCuyo y en Estados Unidos me especialicé en Sexualidad Humana, en la escuela de Salud Pública de Columbia University. Me involucré en programas de educación sobre VIH/SIDA en poblaciones minoritarias y también estuve envuelta en los primeros planes de asistencia a los afectados por el 9-11. Luego trabajé en la Sociedad Americana del Cáncer y hoy me desempeño en NY Presbyterian Hospital Columbia University.
Matices
-¿Qué es lo que más extraña?
-Con el paso del tiempo veo las cosas con ciertos matices que proporciona el afecto, la nostalgia. Por ejemplo, la última vez que estuve, simplemente anhelaba saborear los pastelitos de membrillo que elaborábamos en casa.
-¿Qué tan importante considera que fue su infancia para forjar su futuro?
-Mis padres me marcaron. Mi mamá, habiendo cursado sólo segundo grado, se las veía en figurillas frente a una nena que todo quería saberlo. Vivía modestamente, pero tenía sueños grandes. Todo eso me dio coraje.
-¿Cuál cree que fue, entonces, su mayor logro?
-Haber encontrado un camino de desarrollo intelectual y enriquecer mi espíritu con logros fundamentales para cimentar la autoestima de cualquier ser humano y, obviamente, para enfrentar las disyuntivas que fue presentando la vida.
-¿Qué añora de Mendoza?
-Extraño a esa gente que llamo alquimistas porque convertían todo lo que tocaban, un palo seco en un árbol, un patio de tierra en algo liso como un billar, un desierto en un vergel, un puñado de hojas de hierba en un té milagroso… en definitiva, la capacidad de muchos mendocinos de hacer que las cosas sucedan: no había escuela, pues se creó una entregando algo, cediendo espacio y compartiendo. Aquel maestro consiguió trabajo dividiéndose para atender diversas necesidades, entregando su vida a aquel pueblito y a aquellos chicos. Mi familia que carecía de vivienda logró armar una con barro y cañas, sacando horas al descanso.
Esperanza ante la pandemia
-¿Cómo repercutió la designación de Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia en la campaña contra Donald Trump?
- De manera muy especial. Kamala es una mujer de clase trabajadora con una mezcla de razas en su sangre. Son momentos muy particulares porque, más allá de los resultados que obtenga, es poder ver materializado el hecho de que una de las muchas mujeres que empezaron de abajo pueden llegar a lugares importantes para la toma decisiones. Pudo llegar porque en el camino hubo muchas otras que la ayudaron a construirse, sin dudas, para celebrar.
-¿Cómo vive la pandemia del Covid-19?
-Muy diferente a otros tantos lugares, incluso a la Argentina. Se nota que hay preparación, sentido de la organización, una fuerza especial que hace sentir que saldremos adelante. Hemos sobrevivido a otras situaciones, seguramente también se hará lo propio con esta pandemia.