Tras la muerte de Diego Maradona (60), se abrió una investigación por “averiguación de causales de muerte”, la cual autorizó la familia.
Así fue que rápidamente se realizó la autopsia y con el informe preliminar se supo lo sucedido: “una insuficiencia cardíaca aguda, en un paciente con una miocardiopatía dilatada, insuficiencia cardíaca congestiva crónica que generó un edema agudo de pulmón”.
El fiscal general de San Isidro, John Broyard, ya había adelantado tras las primeras pericias que “no se advirtió ningún signo de criminalidad y violencia”.
Lo cierto es que la salud de Diego no era buena desde hace años pero hace unas semanas la necesidad de una intervención lo llevó a una situación compleja.
Se le había detectado un hematoma subdural en la cabeza y el martes 3 de noviembre fue operado en la Clínica Olivos.
Además de la recuperación propia de la intervención lidiaba con síndrome de abstinencia por el consumo de alcohol, por lo cual quienes lo asistían decían que era un paciente difícil.
Pero salió y el miércoles 11 se fue a su casa, en el barrio San Andrés, de la localidad bonaerense de Tigre.
Allí tenía acompañamiento terapéutico.
Según los relatos de allegados se había levantado y caminado un poco, como todos los días, pero luego dijo que se sentía cansado y se volvió a acostar.
Estaban su psicólogo, la psiquiatra y además la enfermera que lo asiste.
Y esa fue la última vez que lo vieron con vida. Cuando fueron al mediodía a darle la medicación no pudieron despertarlo y pese a los esfuerzos no lograron reanimarlo. También llegaron cuatro ambulancias pero ya era tarde.
Un comunicado de Matías Morla, el abogado que estaba a cargo de los temas legales de Maradona sembró dudas sobre la atención las últimas horas: “Es inexplicable que durante doce horas mi amigo no haya tenido atención ni control por parte del personal de salud abocado a esos fines”. Además, catalogó como “criminal idiotez” que la ambulancia demoró “más de media hora en llegar”, según publica Infobae.