Historias del post-coronavirus: cómo se reinventaron las familias para el cambio de vida que supuso el aislamiento. De odontóloga, a fabricante de ropa para perros; una abogada adaptó su casa para audiencias virtuales y una vecina armó grupos de whatsaap donde se compra y se vende.
El coronavirus nos ha cambiado la vida. ¿Qué dudas hay, a esta altura de las circunstancias, en que la cuarentena obligó a reinventarnos, a agudizar el ingenio, a vivir distinto, a pensar en cómo generar y sobrevivir?
Las historias se multiplican
Para Ana Lo Presti, odontóloga de 56 años, reconvertirse no resultó fácil, pero pudo lograrlo. Quién sino ella para afirmarlo, cuando debió cerrar su consultorio casi en el mismo momento en que su esposo hacía lo propio con su negocio de ropa deportiva.
De un día para el otro, Ana y Miguel, padres de dos estudiantes universitarios, uno de ellos en Buenos Aires, se hallaron prácticamente sin ingresos.
“Fue un proceso duro: reconvertirnos de manera rápida fue casi una obligación. No había tiempo. Volcamos voluntad, unión y dedicación y pusimos manos a la obra”, rememora.
Miguel desempolvó viejas máquinas de impresión y copiado que había utilizado años atrás, cuando se dedicó al rubro del fotocopiado, y empezó a ofrecer barbijos y tapabocas personalizados para empresas y particulares.
Su hijo, que junto con la selección argentina de beach handball estaba próximo a viajar a Italia, suspendió todo y regresó a Mendoza. Instaló en la casa familiar un delivery de fotocopiado e impresiones.
Ana, que alternaba sólo con alguna emergencia, comenzó a confeccionar indumentaria para mascotas y a vender a veterinarias, forrajes y vecinos.
Valentina, su hija, aprendió a fabricar placas identificatorias (también de mascotas) ofreciéndolas en principio a través de las redes. Poco a poco se encontró con una demanda inesperada.
La familia en su conjunto se sorprendió ante la respuesta de los clientes y supo aprovechar la “oportunidad”. Entendió, además, que la vida cambia, que nada es eterno y que el hombre propone, pero Dios dispone.
Los cuatro se transformaron en emprendedores, algo que implicó invertir largas horas, de lunes a lunes, y repartir como sea. A pie, en auto o en bicicleta.
“Dimos un giro y acá estamos: sobrevivimos”, reflexiona Ana, ya más relajada.
La oficina en casa
¿Cómo iba a imaginar Natalia De Lucía, abogada, funcionaria del Poder Judicial, que de un momento a otro, por ejemplo, las audiencias iban a transcurrir de manera virtual?
Especializada en Derecho de Familia en la Codefensoría de Ciudad, Natalia, que es mamá de tres nenas, asesora y patrocina a personas de bajos recursos en litigios familiares, regímenes, guardas y adopciones.
Con la compu en su casa y sus hijas alrededor, montó su oficina en uno de los cuartos y su tarea no se detiene: todos los días ingresan nuevos casos que se suman a los existentes.
Asegura que toda la estructura del Poder Judicial se vio modificada radicalmente y el personal tuvo que adecuarse como pudo.
“Con muchos de mis compañeros, todo este trabajo remoto lo llevamos a cabo en forma simultánea con el cuidado de nuestros hijos y la atención de sus tareas escolares, algo raro, agotador y a la vez satisfactorio”, señala, para contar que utiliza los recursos tecnológicos y los servicios como electricidad, gas e Internet, de su propio hogar.
“Mis hijas, Natasha, Valentina y Tatiana en mayor o menor medida también han sufrido este cambio. Son nadadoras federadas y han armado un gimnasio en casa para entrenar de distinto modo, claro, y no perder estado físico”, relata.
En la familia hubo festejo de 15 en plena cuarentena.
De la típica reunión con amigos que habían planificado, “Valen” celebró a través del zoom y en la intimidad de la familia. Ya habrá tiempo para desquitarse, advierte.
Todos para uno, uno para todos
Con una importante cartera de clientes y un gran perfil comercial, Mariela Zavaroni, que vive en Dalvian, se dedicó gran parte de su vida a la venta de seguros.
En abril, pleno aislamiento obligatorio, además de poner foco en su emprendimiento de frutos secos, se le ocurrió recaudar dinero entre vecinos (colocó una urna en la puerta de su casa) y así obsequiar huevos de pascua al personal de vigilancia. Se juntó una suma impensada y, lo más importante, afloró la solidaridad del populoso barrio.
“Los vecinos respondían, colaboraban, participaban. Empezamos a juntar ropa de abrigo, calzado, colchones, frazadas y comestibles y llevábamos a los barrios más carenciados”, recuerda.
Surgió el grupo de whatsap “comunicar, vender, donar”, que fluía sin parar. Abarrotado de gente, creó otro: “Compra-venta”. Y más tarde uno más: “Compra venta II”.
Así, más allá de que las donaciones a los barrios vulnerables continúan, gran cantidad de emprendedores y vecinos que desean ofrecer productos y servicios han encontrado en ese ámbito el lugar ideal para comercializar lo inimaginable, nuevo o usado.
Ropa, bicicletas, autos, patines, disfraces, muebles, dulces caseros, aceite, frutos secos, pizzas, empanadas, carne, masas finas, desayunos, barbijos, alfombras sanitarias y muchísimo más se exhiben con fotos o flayers atractivos y gran respuesta.
Docentes ofrecen clases de apoyo escolar e inglés. También se suman masajistas, diseñadores, abogados y un sinfín de actividades, especialidades, profesionales.
Mariela está convencida de que el mundo virtual para la compra y la venta de distintos productos llegó para quedarse. Por eso dedica gran parte de su día a seguir construyendo redes y contactos.
Un acto de solidaridad para que nadie quede afuera del sistema en tiempos de Covid-19.