De Guaymallén a Mongolia, la increíble misión de una mendocina en tierras nómades

Sandra Garay pertenece a la congregación de las Hermanas Misioneras de la Consolata y llegó a ese lejano país de Asia Oriental cuando casi no había cristianos y todo estaba por construirse. Hoy dirige Cáritas en la capital, Ulaanbaatar.

De Guaymallén a Mongolia, la increíble misión de una mendocina en tierras nómades
Junto a un grupo de religiosos de todo el mundo. Sandra está de pie, a la izquierda.

Sandra Graciela Garay todavía conserva intacta la tonada mendocina y asegura que no quiere perderla por nada del mundo. Aunque hace más de 20 años está radicada en Mongolia, un país en Asia Central que limita con Rusia y China, sus raíces siguen latentes más allá de los miles de kilómetros que la separan de su barrio natal, Unimev, en Guaymallén.

Nacida en una familia católica y numerosa, Sandra, que cumplirá 60 años este 3 de diciembre, emprendió su viaje hacia Mongolia en 2004. Ya había recorrido varios rincones del mundo con su congregación, las Hermanas Misioneras de la Consolata, una orden católica que desde 1910 se ha dedicado a llevar el mensaje cristiano a los pueblos más remotos. Pero en esta nueva misión, el desafío era mayor: en Mongolia, con su tradición nómada y apenas una iglesia católica, todo estaba por construirse.

“En 2002 me convocaron para la misión. Mongolia es un país fascinante, no solo por su cultura, sino también por el reto que implicaba. Era un terreno virgen para nuestra fe”, cuenta Sandra, hoy directora de Cáritas en Ulaanbaatar, la capital del país.

“Fuimos parte de una misión conjunta de sacerdotes y hermanas. Era un verdadero desafío, pero también una oportunidad increíble para trabajar en comunidad”, recuerda.

Aunque se siente mendocina, está muy arraigada a la cultura de Mongolia.
Aunque se siente mendocina, está muy arraigada a la cultura de Mongolia.

-¿Cuál fue su misión en todos estos años?

-Si bien hoy soy directora de Cáritas en la capital, Ulaanbaatar, siempre estuve vinculada con la formación de catequistas y muy cerca de gente necesitada, gente que nunca antes había tenido contacto con Jesús. En el 2006 empezamos una misión en el interior del país, un pueblo llamado Arvaikheer, donde no había ningún cristiano, de manera que el camino fue lento. En todo este tiempo hemos logrado que nuestra iglesia en Mongolia tenga alrededor de 1500 fieles. Claro que debemos tener en cuenta que la población total es escasa, de alrededor de 3,5 millones de habitantes. Por otro lado, muchos practican el budismo, el chamanismo y otros tantos son protestantes.

-¿Cómo es la cultura y el índice de pobreza?

-Como todos saben, el mongol es una cultura nómade, aman viajar y los cambios constantes de lugar para vivir. Los índices de pobreza siempre fueron elevados, de alrededor del 70%, aunque la revolución económica proporcionada por los grandes yacimientos mineros, cobre, oro, uranio y carbón, hicieron que a partir de 2008 existiera una mejor infraestructura que se percibe en escuelas, hospitales, calles, industrias. De algún modo apareció la clase media, aunque la vida sigue siendo cara para el mongol. Hoy la pobreza está en índices del 40 o 50% y la corrupción, aunque no es tan visible, sigue siendo un problema como en muchas partes del mundo.

Junto a compañeras de su congregación.
Junto a compañeras de su congregación.

-¿Cuándo y cómo se decidió por la vida religiosa?

-Desde pequeña me atraía la iglesia y el mundo de la religión. Por el trabajo de mi padre nos mudamos a Uspallata y recuerdo que todos los niños jugábamos alrededor de una pequeña capilla, la única que existía en el pueblo. Luego pasó un tiempo en que por distintas razones dejé de ir a la iglesia. Más tarde nos mudamos al barrio Unimev, en Guaymallén y decidí tomar la confirmación en una suerte de galpón cerca de la plaza central, donde se reunían algunas familias porque no había iglesia. Más tarde estudié en el Liceo Agrícola y fue en esa época cuando formé parte de un grupo misionero de montaña. Solíamos ir a Potrerillos a enseñar Catequesis y todo ese mundo me impactó. Entendí que no podía cambiar el mundo pero que si nos acercamos a Dios las cosas pueden mejorar. Sentí que necesitaba hacer algo para mejorar la vida de las personas y así fue como pensé en dedicarme a que los demás conozcan a Dios.

-¿Cómo conoció a la congregación de las misioneras de la Consolata?

- Tenía alrededor de 20 años y una amiga solía acudir a esa parroquia, en Guaymallén. La conocí y me encantó por su misión en América Latina y Africa. Me entusiasmé muchísimo y hablé con una religiosa, aunque me sugirió que “bajara la velocidad”. Me dijo que lo pensara, que me tomara mi tiempo. Pero soy una persona con determinación y enseguida supe que ese sería mi camino.

Sandra posa en un paisaje de Mongolia.
Sandra posa en un paisaje de Mongolia.

-¿Cómo siguió la historia?

-Visité con ellas comunidades muy particulares, como las de Chaco y me gustó el estilo simple, familiar y cercano de abordar a la gente. No era un estilo riguroso sino más bien adaptado a la realidad. Me sentí cómoda, había encajado y respondía a mis aspiraciones. En 1987 me fui a una formación a Formosa y durante dos años, desde la pastoral, estuve en contacto con muchas personas necesitadas. Esa vida seguía resonando en mí, y lo que más me gustaba de la iglesia formoseña era su sencillez y falta de estructura rígida. Me abrió puntos de vista y me hizo crecer a otro nivel.

Una imagen de los fieles católicos cantando en una celebración.
Una imagen de los fieles católicos cantando en una celebración.

-¿Cuándo partió a Italia?

-Poco después, en el período del noviciado realicé una experiencia cerca de Roma, la cuna del cristianismo, donde conocí gente todas partes del mundo. La vida multicultural me marcó muchísimo. Estuve dos años y aún no era religiosa. Recién en 1991 me consagré con votos simples. Como siempre sabemos que nuestra congregación es misionera, luego de Italia partí a Estados Unidos, donde permanecí diez años en Michigan muy en contacto con los migrantes de la cosecha y con la población hispana que vive allá, muchos provenientes de México o República Dominicana. Por otro lado, durante ese período estudié Sociología, porque no olvidemos que nuestro estilo de vida implica tener ciertos conocimientos y profesionalismo. Hay religiosas enfermeras, sociólogas, psicólogas, asistentes sociales y maestras. Por todo esto, apenas surgió partir a Mongolia dije que sí, rotundamente.

-¿Se extraña la tierra natal?

-Visito Mendoza aproximadamente cada tres años. Estuve en 2023 cuando falleció mi papá y observé una economía deprimida, sufrida. Como siempre, inflación y crisis. De todos modos, rescato que Mendoza lleva una vida más provinciana, distinta al caos de Buenos Aires. Los grandes personajes como Messi, Maradona y el Papa siempre son nombrados en todos lados, incluso acá. En cuanto a extrañar, por supuesto. Siempre añoro a la familia, las amistades, los viñedos y los paisajes cordilleranos tan encantadores.

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