Daiana y Cintia, las hermanas que dejaron la cosecha de ajo para superarse en la universidad

Rompieron el mandato familiar porque querían progresar. Mediante becas, dejaron la finca en San Carlos y son avanzadas estudiantes universitarias.

Unidas. Daiana y Cintia cursan el cuarto año de sus carreras. Durante la cuarentena volvieron a ayudar a su familia en la cosecha. Foto: Gentileza.
Unidas. Daiana y Cintia cursan el cuarto año de sus carreras. Durante la cuarentena volvieron a ayudar a su familia en la cosecha. Foto: Gentileza.

El deseo de estudiar una carrera de grado y progresar en la vida les permitió torcer sus destinos, que imaginaban en una finca de ajo y tomate. Trabajando de sol a sol en la cosecha en La Cañada, San Carlos. Así parecía ser el futuro de las hermanas Cintia y Daiana Calizaya, hijas de un inmigrante boliviano que llegó hace muchos años a esta localidad agrícola cercana a La Consulta, en busca de un futuro mejor.

Ambas, que se llevan apenas un año de diferencia (tienen 24 y 25), se debatían entre el mandato familiar de trabajar a destajo en la siembra y la cosecha y el de lanzarse a un mundo nuevo a través de una carrera universitaria en la “inalcanzable” Mendoza.

Sí. La ciudad capital era para esta familia una utopía a la hora de pensar en una carrera para sus hijas. Pero pudo más la convicción de estas jóvenes, humildes y bien educadas, y así lograron obtener el puntapié que necesitaban.

Familia. Gabriel, Clara, Cintia, Nilda, Walter y Daiana en plena cosecha de ajo.
Familia. Gabriel, Clara, Cintia, Nilda, Walter y Daiana en plena cosecha de ajo.

El Fondo de Becas para Estudiantes (Fonbec) les abrió las puertas a las carreras de Contador Público, en el caso de Cintia, y de Administración de Empresas, de Daiana.

A punto de comenzar, ambas, a cursar cuarto año, aseguran que sus vidas han dado un vuelco desde que la Universidad Nacional de Cuyo se cruzó en sus caminos. “Me abrió la cabeza, me dio roce, contactos y un mundo nuevo”, advierte Cintia.

Cuenta a Los Andes que durante la cuarentena decidieron regresar a la finca para continuar colaborando en la recolección de ajo. Así, durante la mañana se colocan el sombrero y la ropa de fajina y por la tarde se vuelcan al estudio para rendir de manera virtual las últimas materias de tercer año.

Daiana se emociona hasta las lágrimas cuando repasa su infancia, siempre sacrificada, siempre “agachada y con dolor de espalda”. “¿Quién seré en la vida? ¿Una trabajadora rural?”, cuenta que solía preguntarse a sí misma durante las interminables horas de recolección. “Por su cultura y su educación mi papá fue el más cerrado. Se resistía a que estudiáramos en la ciudad; le parecía peligroso, lejano, no podía pagarlo y en su cabeza tampoco podía ver un poco más allá”, recuerda.

Perseverancia y resiliencia

Fue allí cuando, alentadas por una amiga y especialmente por Nilda, su mamá, que deseaba otro porvenir para sus hijas mayores, completaron trámites, planillas y entrevistas y obtuvieron una beca en el Plan Progresar.

Ambas tenían excelentes antecedentes ya que sus desempeños durante la secundaria habían sido brillantes. Así, la ayuda, que se concretó través de una residencia en la universidad, llegó casi de inmediato.

No obstante, dos años después, cuando ese plan llegó a su fin, apareció la posibilidad en Fonbec, una fundación que trabaja a nivel nacional y que posibilita que estudiantes destacados finalicen sus carreras. Graciela Sanz de Barranco, directora de Fonbec Mendoza, dijo sentirse orgullosa de brindar oportunidades a jóvenes con deseos de progresar y valoró lo importante del padrinazgo, no sólo en lo económico sino en el acompañamiento, la confianza y el proyecto compartido.

“Era una persona tímida, temerosa y vergonzosa hasta que la carrera me cambió para bien. Incluso las salidas con amigos me ayudaron un montón”, define Daiana. Ella, que ahora conoce lo infinito que brindan los libros, anhela también otro futuro para el resto de sus hermanos, Clara de 22 años y Gabriel, de 21. “Por ahora tienen que ayudar a nuestro papá”, justifica.

Cintia repasa sus temporadas en el campo y confiesa que ese trabajo es sufrido, poco valorado. Su novio también se desempeña en una finca. “Me sentía fea, siempre con ropa sucia. Quería salir de ese lugar, aunque sé que toda la vida nos dio de comer” reflexiona.

Cintia y Daiana se criaron en una familia bien constituida donde prevaleció el esfuerzo y la unión entre hermanos.

“Nacimos todos en escalera, muchos años mi mamá estuvo embarazada o con niños pequeños. Hoy me siento satisfecha de poder ayudar estos meses en casa, pero no es lo que elegí”, diferencia.

Ellas ríen y también se emocionan con su propio relato. Tal vez no lo saben, pero representan todo un ejemplo: pudieron darse cuenta del abismo que existe entre pasar la juventud cosechando y estudiando. Y que el esfuerzo tiene su recompensa.

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