La historia dice que hubo muchos escenarios para la fiesta central de la Vendimia en Mendoza antes de llegar al teatro griego Frank Romero Day. Incluso, alguna vez, por penurias económicas y también por decisiones políticas no siempre acertadas, ese escenario cambió por otro (como fue el año en que la fiesta se hizo en el Estadio Malvinas Argentinas). Pero lo que es cierto es que hoy nuestra fiesta y su escenario principal son sinónimos. Diríase más: para el imponente espacio dedicado a la fiesta escénica más importante del oeste argentino, su razón de ser es esa fiesta y la mayor parte del año duerme en la soledad de los cerros, a la espera de que el colorido vendimial lo llene otra vez de vida. Sólo en contadas ocasiones otros festejos y otros sonidos se instalan allí para aprovechar su magnificencia.
Sin embargo, cuando en 1963 la fiesta debutó en ese ámbito, hubo algunas voces de protesta. A veces se piensa en que las innovaciones de fiestas tradicionales suelen ser rechazadas hasta que se convierten ellas mismas en tradición: algunos interpretan eso como que se puede hacer cualquier cosa con una tradición (en este caso, hasta eliminar las reinas o sacar a la Virgen de la Carrodilla), pero en otras ocasiones, en el fondo, algunas innovaciones terminan mejorando el hecho cultural al que se aplican.
Para quienes quieran dictar sentencia condenatoria sobre las críticas que recibió el cambio de escenario de la fiesta en esos inicios de los 60, hay que reconocer también que había argumentos de peso: luego de un arranque modesto, la fiesta había ido creciendo tanto que espacios cada vez mayores. Cuando se decidió la mudanza, venía de juntar –según los cálculos de la época– a 100.000 espectadores en el viejo autódromo General San Martín.
Por eso es que, si bien pocos negaban las virtudes propias de un espacio preparado para la escena y la belleza del entorno en el caso de este teatro griego, las críticas arreciaban en cuanto se olvidaba del núcleo más importante de la fiesta: el público. Y es que, en este nuevo espacio, el aforo era de 20.000 espectadores. ¿Qué pasaría con los otros 80.000?
El éxito de la fiesta en cuanto a lo estético (más allá de algunas objeciones de la siempre exigente crítica especializada) hizo que el teatro griego se impusiera finalmente, pero también que se le diera la razón a ese cuestionamiento. Así, en principio, se armó un nuevo espacio para el público, improvisado, pero a la vez con un encanto más que especial: el de los cerros aledaños.
Por otra parte, el Gobierno de Mendoza entendió que una fiesta de estas dimensiones y con tanta convocatoria merecía ser vista por la mayor cantidad de gente posible, y por eso se agregarían luego las “repeticiones”, que permitirían a la gente disfrutar al mismo tiempo de una fiesta con pocos parangones en el mundo y de un escenario igualmente impar.
Cómo se vivió el cambio de escenario
Para entender mejor cómo reflejaron el cambio de escenario los mendocinos de la época, compartimos fragmentos de los artículos periodísticos que publicó Los Andes el 10 de marzo de 1963, un día después de celebrada la primera fiesta en el Frank Romero Day.
Es importante destacar, además, cómo una tradición nueva, como la aparición del público en los cerros, fue reflejada fielmente por estas crónicas.
“El abanico de cemento fue mayor que la concurrencia”
El artículo de Los Andes que en la época reflejó el problema de “dejar afuera” a mucha gente por el cambio de escenario. También se apunta el nacimiento de la mística de los cerros.
Mil conjeturas y otras tantas discusiones. Todas previas y alrededor del cambio de escenario desde la ya casi tradicional explanada al teatro Griego. Se opinaba en general que éste iba ser chico. El cálculo era elemental: la explanada cobijaba un número superior a los 100.000 espectadores. La capacidad del teatro Griego redondea los 20.000. Quedaban pendientes 80.000 o más espectadores.
Naturalmente hubo un cronista que dejó el asiento estático y cómodo del interior del anfiteatro y fue a ver al anfiteatro por detrás. Fue a ver qué pasaba con las ochenta mil personas para las cuales no alcanzaban las graderías.
80.000 espectadores que se quedaron en casa
Lo comprobado superó las posibilidades. Simplemente porque lo que en principio apareció como agudo problema, en la realidad fue un problema que no se produjo. No hubo problemas con los 30.000 espectadores de más allá de las graderías, simplemente porque no vinieron. De tal forma el teatro se presentó inesperadamente holgado.
Eran las 22 y las graderías denunciaban enormes claros. Los sectores G, F y J estaban prácticamente deshabitados. Las cosas no variaron ni quince ni media hora después, es decir, cuando el espectáculo comenzaba. Las clásicas aglomeraciones no se produjeron. Las boleterías actuaban con tranquilidad.
Antes el cerro mochado que pagar 50 pesos.
Una vez cubierto el gran sector de entrada gratuita, cosa que ya ocurría a la hora indicada, la gente debía optar entre pagar 50 pesos en los sectores que restaban vacíos o simplemente instalarse más allá de las graderías, en las inmediaciones o en el cerro mochado. La mayoría prefería esto último. Distancia, visibilidad acústica eran más o menos semejantes. El terreno, aún con las huellas de los tractores, estaba en condiciones dişcretas, bastante mejoradas sin duda como consecuencia de las últimas lluvias, que lo habían afirmado.
El cerro mochado, destinado a servir de plataforma para los casos de excedentes, era cubierto sólo en alrededor de un diez por ciento de su extensión. El resto de la gente no ubicada en graderías permanecía muy diseminada en lugares estratégicos de los cerros vecinos. La visibilidad, en todos los casos, óptima. Y desde algunos ángulos, muy singular.