Cuando la cuarentena se había convertido en un callejón sin salida para Daiana Villanueva y su familia, el esfuerzo y el ingenio que pusieron de manifiesto cuando quedaron sin trabajo terminaron convirtiendo a la crisis en una gran oportunidad.
Oriundos de Guaymallén, Daiana y Mauricio, que son padres de tres hijos, la venían “remando” desde antes del aislamiento obligatorio: ella tenía un local de ropa y él hacía fletes. Apenas sobrevivían.
Pero en marzo y con la pandemia el panorama se tornó complicado al principio y desesperante después. Ella cerró su local y Mauricio quedó literalmente sin actividad.
Sin tiempo que perder, en su horno de barro decidieron elaborar tortitas para vender en el Centro. Amasaban durante toda la madrugada, salían de mañana y repetían la misma labor a la tarde. “Nos acompañaba Axel, nuestro hijo del medio. Estábamos agotados, sin descanso, pero empezamos a observar que el esfuerzo valía la pena. Vendíamos 200 tortitas por día”, recuerda Daiana.
En medio del peor panorama económico del que tuvieran memoria -les cortaron el gas por falta de pago- surgió el IFE, una ayuda del gobierno que supieron aprovechar al máximo: cancelaron las cuotas vencidas y adquirieron un horno pizzero para ampliar la producción e intentar expandirse.
De a poco, con sacrificio y horas eternas frente al horno, las cosas se fueron acomodando.
Comenzaron a ofrecer empanadas y se sorprendieron con los pedidos de la primera semana: nada menos que 40 docenas.
“Toda la familia empezó a trabajar. Axel tomaba pedidos y repartía la mercadería junto a mi esposo, mientras que los chicos menores y yo nos encargábamos del relleno”, relata Daiana.
“Todos trabajamos a la par y no voy a negar que es sacrificado. Pero estamos en casa, podemos hacer frente a todas nuestras necesidades, los chicos se sienten útiles y hasta tomamos un empleado”, agrega.
Aquellas interminables horas de elaboración de tortitas se transformaron en la rotisería “La Familia”. Cómo iba a llamarse sino de ese modo.
Elaboran con servicio de delivery pizzas, empanadas, hamburguesas, lomos, panchos y papas fritas.
La mujer asegura: “nuestro local es nuestra casa”, cuenta y advierte: “¿Volver al negocio de ropa? No, eso es pasado, igual que el servicio de fletes. Nos hemos dado cuenta de que encontramos nuestra oportunidad de crecer”. La familia tiene su clientela fija y una rutina que fueron puliendo con los meses hasta llegar a este presente auspicioso.
“Nadie nos ha regalado nada, simplemente utilizamos la ayuda del gobierno en producir”, reflexiona Daiana.
Aunque al principio no se dieron cuenta, la cuarentena les dio un empujón inesperado.
No les sobra nada, pero tampoco les falta. Daiana admite que jamás hubiese pensado que iba a suceder una epidemia a nivel mundial y reconoce que la pasó difícil, sobre todo por los chicos. “Uno siente la angustia de no poder brindarles lo que necesitan”, manifestó.
Pero todo eso ya forma parte del pasado. La crisis se volvió oportunidad, como sucedió con otras tantas familias que consiguieron hacerle frente y ganarle a la adversidad.