Mientras nos dirigimos al Museo Provincial de Bellas Artes “Emilio A. Caraffa” nos zumban recuerdos de viejas lecturas del tiempo viejo de la pintura de Córdoba, se nos asocian recientes impresiones de cuidadosos retratos que hemos visto en colegios y sacristías y toman delicada posesión de nuestro espíritu dos reproducciones que alguna vez encontramos en un libro de arte: la de “Lectura”, una muchacha que apoya el libro en el respaldo de la silla, bajo el sol, obra de Andrés Piñero, y la de “Ignacia Moyano”, la señora de Manuel Cardeñoza, pintada por éste, severa y meticulosamente, emergiendo con su rostro oval, la mano apoyada en el mentón, de un fondo oscuro.
No sabemos a ciencia cierta qué es lo que posee el museo cordobés, mas estimamos que sea cual sea su contenido está allí como la consecuencia de un pasado en que campean la realidad cuidadosamente documentada por figuras como Jenaro Pérez y Honorio Mossi, pintores que no son meras firmas, sino que siempre tendrán una presencia pintoresca y una vibración humana y cálida por ese apunte de Herminio Malvino que los representa trabajando, uno de ellos con sombrero de copa y de levita y el otro con una especie de sombrero cordobés español.
Gonzaga Cony y Malvino
Los recuerdos se atan y Jenaro Pérez, al parecer cronológicamente el número 1 de la familia artística cordobesa, se liga al nombre de su maestro, Luis Gonzaga Cony, que era portugués y creó en la Universidad el aula de dibujo, quizás el primer curso oficial de enseñanza artística con que contó la provincia mediterránea.
Piñero fue el otro discípulo de obra recordable que tuvo Gonzaga Cony. Era 15 años mayor que Pérez, había nacido en 1854, y vivió largamente, hasta ser conocido de muchos contemporáneos nuestros, ya que, en efecto, falleció en Córdoba en 1942. Fue no sólo retratista, como de preferencia se hizo conocer Pérez, sino paisajista.
Hay fechas y datos que pueden fijarse fácilmente y tienen su significación, pero es difícil establecerla en el inmediato trajín periodístico; por ejemplo, que ha quedado registrado el paso por Córdoba de artistas como Palliere, que como en todas partes hubo una época de retratistas europeos visitantes a expensas de las familias acaudaladas, que Sarmiento promovió un salón en 1871 y otro, más cordobés, fue realizado por el Ateneo hacia fines de siglo.
Sin embargo, lo que más concurre a este rápido registro de la memoria son algunas figuras claves, como la de Herminio Malvino, el italianito delicado, que estudió en Barcelona y enseñó en Río Cuarto, que trató con exactitud, con verdad, con cariño, la figura de los cabritos y los burritos de la sierra. Malvino fue posiblemente el primer pensionado del gobierno de Córdoba para efectuar estudios en el exterior y de este modo llegó a Barcelona. La política inaugurada con él, de dar a los más capaces oportunidad de aprendizaje en los grandes centros de estudio, habría que continuar, con excelentes frutos, en el curso de este siglo.
Luego de la evocación de Malvino vienen, más fugazmente, las de Honorio Mossi y Fidel Pelliza y, casi como cerrando el ciclo, la del capaz pintor, humilde y abnegado maestro Manuel Cardeñoza, que nació en un pueblecito español, estudió en Madrid y se aposentó para siempre en Córdoba, donde, desde la subdirección, acompañó primero a Emilio A. Caraffa y luego a Emiliano Gómez Clara en la conducción de la “Escuela de Pintura - Copia del Natural” fundada por Figueroa Alcorta allá por 1896.
Taller, Seminario
Ya estamos frente al Museo, ubicado con cierta preeminencia sobre una elevación del terreno, en forma tal que la prestancia añeja de su edificio se distingue, más porque no se halla apretado por construcciones contiguas, sino en torno circula libremente la luz.
Nos parece que vendrán con nosotros todos esos personajes que constituyen el pasado y el cimiento de la pintura cordobesa; no obstante, muy pronto advertimos que así como el arte cordobés de hoy anda suelto por la ciudad y más allá de ella, conquistando posiciones en Buenos Aires y en otras capitales, aquí adentro de lo anterior tiene su lugar, pero lo comparte con la vida actual y bullente de los que han trabajado después de ellos, de los que trabajan ahora.
Justamente el día de nuestra visita finaliza un curso sobre el arte grabado, su historia e investigación, y en los bajos del Museo hay una cantidad de personas, incluso niños, con las manos entintadas tirando sus propias obras y apresurándose por mostrarlas al examen de la titular invitada par el caso, que es la grabadora porteña Alda María Armagni.
Se nos informa que este curso corresponde al Seminario de Artes Visuales que está funcionando allí y que últimamente hubo otro a cargo de Jorge Romero Brest, sobre la crítica y el arte informal.
También tomamos nota de que el Seminario se completa con la Biblioteca especializada y de investigación, y el conjunto nos hace ver que este museo no es nada pasivo, sino que se propone ser un centro docente, de ejercicio y de consulta bien dinámico.
Enseguida hablamos con el director del Museo, profesor Víctor Manuel Infante, y él no oculta su entusiasmo frente a las posibilidades que abren las ampliaciones del edificio, en plena marcha en la parte posterior. Nos dice que, por lo pronto, el Seminario y la Biblioteca tendrán allí ubicación más adecuada.
El sector nuevo y el sector antiguo permitirán un reordenamiento y que todo tenga mayor estabilidad. Porque ahora ocurre, nos explica el director, que es preciso descolgar los cuadros para dar espacio a las exposiciones transeúntes.
Se podrá ofrecer así salas como las que han de titularse “Los precursores del arte en Córdoba”, “El grabado”, etc. También estarán las esculturas al aire libre, se podrá presentar mejor las reproducciones.
En el comienzo, Lavagna
Si la ampliación es lo más actual del Museo, casi podríamos decir, su futuro, a nosotros, visitantes, y con destino a un público lector de otra región del país, nos interesa conocer la historia.
El director nos refiere que el Museo tiene su origen en una colección muy heterogénea que formó en el siglo XIX el P. Lavagna. Este sacerdote tenía una cantidad de objetos históricos, entre ellos, cuadros coloniales de santos y otras piezas de pintura. Con esta base, más otros elementos, el doctor Ramón J. Cárcano fundó el Museo Politécnico, en una casa vetusta de la calle 27 de Abril.
En la segunda década de este siglo, el doctor Cárcano era ministro de Gobierno y se ocupó de nuevo de su interesante creación. Dispuso la provincialización y la división en tres: el Museo Histórico, que hizo alojar en la casa del Virrey Sobremonte; el de Ciencias Naturales, que pasó al Cabildo, y el de Bellas Artes, que tuvo inmediatamente edificio propio.