Kurfürstendamm es el equivalente de Champs-Elysées. En el rondpoint que lo encabeza está la Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, iglesia de la Conmemoración, que, siendo tres, es una sola y constituye una muestra de lo que pasó y pasa aquí. La guerra quemó la iglesia original; pero, aún mutilándola, ella quedó en pie. Así se conserva, con su cuerpo exhibiendo los signos del fuego y la destrucción, y junto a ella, al venir la paz, han subido hasta su altura dos edificios de igual destino religioso. Estos dos lucen una resplandeciente arquitectura de avanzada.
Berlín es de esa manera: volteado en parte por la guerra, en el tiempo nuevo se limpió de escombros -materiales y espirituales- y se construyó de nuevo. Al hacerlo, todo lo que se erige con ladrillos o cemento y hierro vino de la mano del nuevo arte de construir. Los arquitectos pudieron darse el gusto de operar sobre vastos espacios abiertos -oportunidad tan inusual en una aglomerada ciudad europea- y sin límites para la imaginación, es más, internacionalmente invitados y económicamente sostenidas para ejercerla. Hasta sobró terreno a fin de hacer, junto a los edificios, no sólo los especializados campos de juegos para los niños, sino algún parque de esculturas en que desbordaron su dominio y malabarismo de las formas. Todo esto sucede de un modo sobresaliente en la “Ciudad de Mañana”, en el sector de la Hansa, viviendas levantadas para cubrir necesidades sociales.
Kongresshalle es lo nuevo. Su forma es tan singular que ha picado la imaginación de los berlineses, tan dados al buen humor y a la sátira, y es así que ya cuenta con un par de ingeniosos sobrenombres, no fácilmente reproducibles.
Kongresshalle posee dos teatros e inagotables salones de recepción. Ahí empezó el Festival de Cine.
Beethoven, Willy Brandt, Sidney Poitier, Liz, no
La inauguraron la música de Beethoven y la palabra del alcalde de Berlín, Willy Brandt.
En la sala había muchas flores, muchas mujeres elegantes de edad variada y muchos hombres. El quién es quién de la nombradía se despejó después con la “Starparade”:
Elisabeth Bergner, aquella actriz de un memorable cine.
Daliah Lavi, Karin Baal, Heidi Brühe, Graciela Borges, Christine Schmidtmer, en el sector de eminente impacto visual.
Vaheda Reman, con un sari naranja: Ineko Arima, de Japón; Chae Un Hee y Un-Hi-She, de Corea, en la sección “Así somos”.
Charles Aznavour, Daniel Gelin, Sidney Poitier y Peter van Eyck en el plano prestigioso.
Eddi Constantine y un surtido de colegas alemanes en el alemán , que asistió a la resurrección del aplauso para ella.
Sean Flynn, el hijo de Errol Flynn, intérprete con Christine Schmidtmer de “Retraso en Marieborn”; Lex Barker, exTarzán; Leonardo Favio, actor de “La terraza”, el film argentino del festival; Lilia Skala, Biktor de Kowa...
Otros nombres de importancia quedaron en la sala, sin trascender a través del escenario. Como los de Karl Malden y Jean-Pierre Melville, ya que pertenecen al jurado.
No estaba Liz Taylor, como no estaba tanta gente de fama; pero en el Zoo-Palast Hans Rosenthal lo trajo a colación, para un gracioso juego de palabras en que entra el nombre de Richard Burton.
En el Zoo-Palast (sala circular, otro alarde de arquitectura actual aplicada al espectáculo cinematográfico) en la misma noche se repitió el desfile de astros y la proyección del film de apertura “Retraso en Marienborn”.
(La suma de películas da 63, largas 20 de ellas, correspondientes a 35 naciones).
Un film a propósito de ese corazón dividido
Berlín es un corazón. Alemania tiene el corazón dividido.
Will Tremper contó por escrito una historia de lo que aquí suele suceder y Rolf Hädrich, director de 31 años de edad, lo narró mediante correctas imágenes, con el apoyo de un gran actor en el elenco: José Ferrer (Toulouse-Lautrec, Cyrano de Bergerac).
El episodio, de dramática fricción, es real: ocurrió el 21 de noviembre de 1961. El personaje que provoca el conflicto está encarnado -se explicó al día siguiente en conferencia de prensa- por un auténtico emigrado de la zona oriental: Hans Joachim Schmiedel.
El film interesó, importó. Pero es imposible no pensar que el tema de este Berlín tan dolorosamente conflictual, si se deseaba llevarlo al mundo mediante el cine, requería una película más profunda, más completa y madura.
En Kongresshalle, antes de la película se dio música de Hindemith y después una cena y amagos de baile, no desarrollados. Personalidades de la cultura alemana y de la cinematografía mundial; tres o cuatro dilatados salones en diferentes planos, pero intercomunicados, champagne alemán (muy dulce); reflectores; vestuario femenino de París, Londres, Berlín; pelucas (más en cabezas de mujeres que de hombres) y, en fin... lo que un periodista francés llamó en la gaceta del Festival, “une réception gigantesque”.
Clarea a las 2.30, pero no sobra alguna “folie”
“Une réception gigantesque”, pero... el tono sobrio. De regreso al centro de la ciudad, cuando clareaba (acá amanece tan pronto, a las 2.30 o poco más) el comentario fácilmente establecía diferencias con otros festivales (por ejemplo el de Cannes cuando se presentó “La dolce vita”) hizo decir a un periodista de Viena que éste es un festival serio, sin ruido. “Sans folies” (sin locuras).
Además, en Berlín no hay playa.