Crónica de Di Benedetto: la visión de Ionesco y Sartre en la Sorbonne

El 24 de abril de 1960 se publicó la cobertura que realizó el escritor y periodista mendocino en la Universidad de París.

Crónica de Di Benedetto: la visión de Ionesco y Sartre en la Sorbonne
La Sorbona fue el escenario de la cobertura realizada por Antonio Di Benedetto.
La Sorbona fue el escenario de la cobertura realizada por Antonio Di Benedetto.

Unos carteles pequeños, con los nombres de Eugene Ionesco y Jean Paul Sartre, en el vestíbulo de la Universidad de París; en los “snacks” y “braseries”, de Saint Germain y Saint Michel, de las calles Souttlot, Cujas y des Escoles; en el estratégico cierre de una obra en construcción cerca de place Sorbonne... Es suficiente: queda hecha la convocatoria -que será bien oída a la juventud.

... Y no se oye la obra

Una cara redonda y morena; un poco de pelo negro por encima de las orejas; muy chiquita de la nariz. Dibujo rudimentario para conformar, exteriormente, una cabeza desarrollada por dentro con tanto avance.

Ionesco lee durante cincuenta minutos. Casi todos esos minutos son para atacar a los críticos que atacan sus piezas especialmente “Rhinocéros”. La obra anda sensacionalmente, por los escenarios de Francia, Alemania e Inglaterra; pero no pocos críticos la han examinado con violencia a menudo insultante.

Al replicar algunos cargos, Ionesco desarrolla consideraciones que pueden ser reunidas así: ¿Hamlet no expresa la soledad y la angustia? Es en la soledad fundamental en la que nos reencontramos. Los que aman las construcciones imaginarias responden a una exigencia profunda del interior la de crear.

Al generalizar, tomando en cuenta lo que ocurre con frecuencia, dice que la obra ya no cuenta, entre los comentarios y las interpretaciones que se solicita hasta al propio autor. Deplora que en el tumulto del debate ya no se oiga más de la obra. “Se discute alrededor de la cosa, pero indiferente a la cosa.”

Considera que si alguna lección puede dar él, es “un llamado a la vigilancia (que, según dice, se puede volver contra mí)”.

Ionesco parte, con un cortejo de aplausos, y queda a medio hacer el sexto apunte de la cabeza “elemental”, que ha tomado los cincuenta minutos, en el anfiteatro Descartes, de una muchacha pintora.

Lectura de una pieza de Ionesco (“Jo joven casadera”) mientras en las vecindades comienzan las cortesías con el conferencista, aplicando un programa que es el mismo de Mendoza o Buenos Aires para los escritores visitantes: copetín más o menos íntimo, en la institución organizadora (aquí la Maison de Lettres, rue Féroud); luego, a pie, en diálogo múltiple, hasta un café (en este caso, “Au Metro”, rue de Rennes). Y, como en Mendoza o Buenos Aires, cuatro o cinco hablan más o menos seriamente con el intelectual y los otros diez conversan entre ellos, sobre cualquier cosa.

Realidad e imagen

Para Sartre, el “gran amphitheatre”, ¿Qué menos? No es sólo la autoridad que trae, sino la que impone, con su palabra firme, sustanciosa y precisa, a través dos horas diez.

El teatro -considera él- establece una doble relación, entre el hombre y su propia representación. La condición, para dar esa realidad, es darla como imagen.

Perpetuamente, los hombres están en tren de objetivarse. Son objetos para los otros, pero no para sí mismos. El hombre mira con interés profundo su rostro y lo que representa, porque tiene interés profundo su rostro y lo que representa, porque tiene interés profundo en sí mismo. Un retrato es una imagen que hace parte de uno mismo, una especie de subjetividad exterior.

El teatro es gesto. Gesto es un acto o movimiento destinado a mostrar otra cosa. El gesto significa acto y es imagen de la acción.

Acción dramática es acción de los personajes. No hay otra acción. (No es movimiento, decorados, accesorios, etc.)

Que el lenguaje sea acción y no un ruido que acompañe la acción. Que manifiesta decisiones, que no sea indeciso.

Tal manera de concebir el lenguaje nos obliga a un lenguaje irreversible, como la acción misma.

¿Qué más? Mucho más, naturalmente, que no cabe en esta reseña, donde aún queremos anotar algunos aspectos externos.Cuidado de sí mismo (gemelos, cuello almidonado), no frecuente en el gremio.

Un cuerpo pequeño, el pelo castaño y entrecano.

Alguna broma, alguna ironía, lanzadas por Sartre dispuesto a acentuar la comunicación con su público.

Al hablar, las manos se encorvan, caen de revés, se mueven ayudando “a decir”, lo cual da lugar a que alguien proponga este juicio, no exento de simpatía: “Es un actor”. Pero son más los movimientos incontrolados: un dedo horizontal a los labios que frota nerviosamente la nariz, la palma alisando la cabellera tantas veces como si en la sala soplara viento.

Una muletilla o latiguillo: el vocablo “donc” (pues, por consiguiente) replica durante todo el discurso.

En general no se hace presentación de conferencistas. Esta vez parece que será distinto. Instalado Sartre en el escenario, se adelanta un hombre joven. Se establece el silencio para escucharlo. El hombre joven toma un micrófono y dice: “Quiero recordar al público que está prohibido fumar en la sala”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA