Crítica de “Historias de Vendimia”: un producto desparejo que no es ni película ni teatro

Aún con un registro y abordajes muy dispares, mucho por pulir y trabajar, la película es un formato que llegó a la Fiesta Nacional y pide quedarse.

Crítica de “Historias de Vendimia”: un producto desparejo que no es ni película ni teatro
Uno de los fotogramas de "Historias de Vendimia"

Si algo nos tiene que quedar clarísimo a los mendocinos, luego de ver Historias de Vendimia, es que en asuntos de lenguaje audiovisual la provincia -o mejor, el sector- está anunciando a gritos que merece un desarrollo fuerte, sólido, sostenido, con una apuesta política a generar industria propia y económicamente sustentable. Podemos estar orgullosos los mendocinos de los realizadores, productores, directores de fotografía, montajistas, iluminadores, diseñadores de arte y demás técnicos en este lenguaje que hay en nuestra tierra. Tal nivel profesional no tiene otro destino que el de la independencia, dentro de la centralista producción de la industria audiovisual argentina.

Sepámoslo: podemos ser potencia regional porque tenemos con qué. Este es el mérito y la conclusión más incontrastable que surge del análisis de “Historias de Vendimia”. Ya desbrozando este producto audiovisual como construcción total surgen muchos aspectos a relevar.

La película como discurso completo es despareja, inconexa, y no alcanza a “narrarnos a Mendoza y su fiesta” en el marco de Vendimia; algo que no estaría mal si la propuesta hubiese sido despegarse de la idea de la obra artística en el teatro griego para gestar un filme que remita a la relación identitaria-cultural de esta fiesta con su pueblo. Pero no fue así en su germen conceptual. Es evidente que el intento ha sido remitir a ese espectáculo presencial con escasa independencia narrativa del orden audiovisual.

Quizás este doble comando que se produjo en cada cápsula, entre realizadores y directores escénicos históricos de la fiesta (sumado al escasísimo tiempo para trabajar: arrancaron en noviembre) sea el que ha conspirado en el resultado general. Es que, como dice el dicho, “zapatero a tus zapatos”: no es lo mismo narrar en un escenario que en una película. Son dos lenguajes completamente distintos, cada uno con sus reglas. Y es este “choque sintáctico” el que hace que los episodios naufraguen o salgan airosos.

El orden en que han sido dispuestas las cápsulas responde, a grandes rasgos, a esa lógica lineal que tiene el espectáculo de Vendimia y eso se agradece porque ayuda al anclaje de cada episodio en un marco común. El problema es que visto el producto en general, cada episodio -según quién haya ganado la pulseada creativa en esta yunta conceptual entre cine-escenario-, se debate entre un filme musical, un videoclip o una alegoría.

Uno de los mayores desafíos de realizar el filme fue el tiempo: en 90 días realizaron una producción que por lo general tarda un año. / Gentileza Ciro Nestor Novelli
Uno de los mayores desafíos de realizar el filme fue el tiempo: en 90 días realizaron una producción que por lo general tarda un año. / Gentileza Ciro Nestor Novelli

Esta hibridez no le sienta bien al total de la producción. Desde la perspectiva de la narración audiovisual las cápsulas más logradas son “Inmigrantes” de Alejandro Conte y Valentina González (episodio 2) y “Deme dos” de Pedro Marabini y Natanael Navas (episodio 5). En las dos hay una historia clara a contar, con sus atmósferas y sus climas. En “Inmigrantes” es algo polémico y confuso el discurso que enfrenta a patrones y trabajadores (unos oprimen, otros son oprimidos y la corrupción ronda en ambos bandos sin que quede claro lo “bueno” y lo “malo” en términos morales). En “Deme dos” son las reflexiones de San Martín y sus guerreros y la pregunta sobre el por qué y el para qué de la gesta independentista. Con interesantes flashbacks e inserts de historias mínimas dentro del guión total.

“Creadores de oasis”, de Claudio Martínez, Alicia Casares y Gaspar Gómez (episodio 1) es la historia del agua y el desierto en diálogo para convertirnos en lo que somos como cultores de la tierra; a través de la historia de una nena y su mamá que trabaja en la finca. Pese a la belleza de sus planos y de una narración clara, no termina de cuajar en el guión como un filme musical, que es lo que pretende ser.

“Aconcagua, espíritu de mujer y vino”, de Vilma Rúpolo y Camila Menéndez intenta contarnos sobre el valor que la diversidad y los pueblos originarios tienen en nuestra tierra. Pero su carácter totalmente alegórico, repleto de signos -con una ceremonia a la Pachamama incluida-, conspira contra la comprensión narrativa y la cohesión necesaria para anclar esa construcción semiótica a la idea de Vendimia y Mendoza. En esta hibridez poco feliz que mencionamos, es el caso donde se impone la idea escénica por sobre la narración audiovisual. No estaría mal si no se tratase de una película.

“Hechizos” de Alejandro Grigor, Héctor Moreno y Leandro Suliá Leiton (episodio 4) cuenta una historia de amor en un guión con serios problemas de tiempo-espacio. Dos chicos entran en una bodega abandonada para contar el romance de otros dos jóvenes. Nos preguntamos: ¿todos pertenecen a un mismo tiempo?, ¿los chicos que están en la bodega son personajes del futuro que cuentan el pasado?; si es así, ¿por qué todos están transcurriendo en un aparente presente?, ¿qué le pasa al amante de la historia?, ¿cuál es su conflicto? Entre tanto: mucho tango, por que sí.

“Somos Vendimia 2021” de Walter Neira, Guillermo Troncoso y Ciro Novelli tiene sus tropiezos en el guión y, como en el caso de “Creadores de oasis” no termina de definir su índole de musical. Se juega entre un videoclip con hermosos momentos visuales y un corto musical con la historia de una pareja y el bebé que traen al mundo. Las imágenes circenses son bellísimas, las de la gestación del niño muy simbólicas pero... ¿cómo se engarzan en este asunto? Ahí están las fallas narrativas para explicarlo.

Fotograma de "Historias de Vendimia".
Fotograma de "Historias de Vendimia".

Diseño de arte, fotografía, montaje y edición son los puntos que ganan largamente en todas las cápsulas (el vestuario tiene sus bemoles). Hay momentos visuales y sonoros para deleitarnos. Hay mucho de nuestros paisajes bellamente expresado en esas escenas. Y la mano de Daniel Martín en la música de la banda sonora aporta un pulso atmosférico que colabora con elegancia a la cohesión del conjunto.

Celebramos la llegada de “Historias de Vendimia” porque con sus tropiezos es la elocuente prueba de que el sector audiovisual tiene mucho para entregar en esta fiesta de la cultura popular mendocina (y no hablamos de mapping). Ojalá en las futuras ediciones pueda expresarse en su plenitud y no encorsetado en esta hibridez que no ha venido para crear “un género vendimial” sino para darnos una Vendimia que celebrar en estos tiempos aciagos: y se agradece.

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