“Estábamos todos en mi casa, desesperados, esperando alguna novedad de las chicas, cuando nos llamaron de Ecuador para decirnos lo peor”. Este será el octavo año que Marina Menegazzo (21) y María José Coni (22) no estarán sentadas en la mesa para pasar las Fiestas con sus familias y brindar con sus amigos. El próximo 22 de febrero se cumplirán nueve años de los brutales femicidios ocurridos en Montañita, que dejaron una herida abierta en la comunidad mendocina y a dos familias que debieron rearmarse para aprender a vivir con la ausencia y el dolor.
Estudiantes de Fonoaudiología y de Economía, ambas decidieron emprender el viaje de sus sueños a mediados de enero de 2016, después de haber trabajado y ahorrado durante un año para poder emprender una travesía que abarcaba el milenario Machu Pichu de Perú y luego subir hasta la ciudad balnearia en la que encontraron la muerte. “Fueron a cumplir un sueño y les arrebataron la vida. Eran imparables, muy maduras para su edad y se querían comer el mundo”, resume nostálgico Juan Manuel Coni en diálogo con Los Andes.
Su regreso estaba previsto 45 días después. Sin embargo, cuando el reloj marcaba algunos minutos de las 3 de la tarde del 22 de febrero, Marina y “Majo” ya no leyeron sus mensajes ni volvieron a comunicarse con nadie.
“Estaba trabajando cuando una de las amigas me llamó para pedirme el número de pasaporte de Majo. Eso me puso muy nervioso, me acuerdo”, rememora el hermano mayor de María José, en un duro relato.
Los días pasaban, el silencio de las viajeras hacía aumentar el pánico. La imagen con los rostros de Marina y Majo ya había trascendido a los medios nacionales y había copado las redes sociales. Era un hecho que estaban desaparecidas, Mendoza se revolucionó y el país entero quedó en vilo esperando alguna novedad de aquellas universitarias que dedicaban su tiempo libre para ayudar a los “sin techo”.
“Estábamos todos en mi casa, desesperados, esperando alguna novedad de las chicas. Había amigos de ellas, de mi familia, un montón de gente que nos acompañaba, cuando nos llamaron del Ministerio de Interior de Ecuador para decirnos lo peor”, relata Juan con notable pesar en la voz al recordar uno de los días más tristes de su vida.
Los cuerpos de Marina y Majo fueron encontrados envueltos en plástico y con cinta de embalar en una zona de vegetación cercana a las playas de Montañita, el jueves 25 y el sábado 27 de febrero respectivamente.
El alto precio de la angustia
La noticia que llegaba de Ecuador devastó a todos los que aguardaban con esperanzas que las jóvenes aparecieran con vida. A partir de ese momento, todo cambió. Para todos, para siempre.
Gladys Stefani, la mamá de Majo, viajó al día siguiente a Ecuador y llegó para enfrentar lo que ninguna madre debería tener que vivir: reconocer el cuerpo de su hija en la morgue judicial. “Uno actúa como le sale; mi vieja se llevó el mundo por delante”, expresa Juan con orgullo por el accionar que posteriormente adoptó su mamá, quien viajó en varias oportunidades al país caribeño en busca de pericias y para participar en la investigación. Pero también con el pesar de sentir que todo ese proceso llevó a su madre a una muerte temprana.
En agosto de 2016, el Tribunal Penal de la Corte de Santa Elena declaró culpable a Alberto Segundo Mina Ponce, apodado “El Negro”, y a Aurelio Eduardo Rodríguez, alias “El Rojo”, a la pena de 40 años de cárcel. Un año y un mes después, condenaron a José Luis Pérez Castro.
Después del segundo juicio, cuando Gladys volvió a Mendoza, tras una serie de estudios, le diagnosticaron un cáncer letal de pulmón, probablemente producto del dolor que le causó conocer los detalles de tanta atrocidad.
Durante los dos años que luchó para que el femicidio de su hija tuviera justicia, Gladys participó en un grupo de madres que había perdido a sus hijos en crímenes similares. Mantenía estrecho contacto con Jimena Aduriz, mamá de Ángeles Rawson, y Adriana Belmonte, la made de Lola Chomnalez, entre otras.
“Mi mamá siempre decía que, si le tocaban a un hijo, se volvía loca”, recuerda el joven. “Y así fue, no paró. Pero mucho de eso se le fue para adentro”, agrega Juan Manuel con tristeza.
El recuerdo diario y un “altar”
Jorge, el papá de María José Coni, tiene 78 años. Después del femicidio de su hija fue diagnosticado con diabetes. En su casa de Godoy Cruz conserva un espacio especialmente dedicado a recordarla con diversas fotos con las que elige levantarse cada mañana, para mantener viva la imagen de la joven, que hoy tendría 31 años.
En octubre de 2018, Jorge protagonizó un momento que se hizo viral en las redes sociales luego de que una pasajera compartiera una foto del hombre viajando en colectivo con un retrato gigante de Marina y Majo juntas. “Había ido hasta el Centro para imprimirla y enmarcarla”, explica Juan sobre el cuadro que se destaca en el comedor de la casa de su papá.
Además, Jorge Coni ha participado en varias oportunidades de charlas sobre violencia de género en la Legislatura de Mendoza y en la Municipalidad de Guaymallén. Y no sólo eso, sino que también brindó su testimonio para el libro “Violencia de género: abordaje jurídico”, de la abogada Nadia Aloisio.
“No hay un día que uno no la recuerde. Todos los días, de algún modo u otro o en algún momento del día uno se acuerda de ella”, dice categórico Juan Manuel, quien fue papá tiempo después del doble femicidio y, gracias al nacimiento de su hijo, encontró alegría en medio de la incesante cadena de infortunios y muerte que rodeaba a su familia.
“A mi hijo le hablo siempre de Majo. Sabe que tiene una tía que ya no está. Le cuento cómo era ella: era increíble, tan madura y con tanta alegría. Pero no le cuento lo que pasó”, explica mientras remarca que él también tiene fotos de Majo en el escritorio de su trabajo.
Una carta de despedida
Sin saberlo, Majo pareció haberse despedido de sus seres amados antes de emprender el viaje a Ecuador. La joven alegre y soñadora, como la describe su familia, dejó una carta escrita a mano en la que les aseguraba que “los iba a extrañar horrores”.
“Llegó el momento de desplegar mis alas y volar sola”, escribió Majo, como si se tratara de un pasaje premonitorio de lo que ocurriría 40 días después. “No peleen mucho, ríanse y disfruten el día a día, que la vida es corta y pasa rápido”, indicaba en otro párrafo.
Cuando ocurre el proceso de duelo, la persona que ha fallecido se va físicamente, pero no se aleja de adentro, porque continúa viviendo dentro de quien la piensa. El duelo no entiende de límites de tiempo y en muertes tan trágicas e injustas como un femicidio, quienes quedan aprenden a vivir con ese dolor.
“Siempre lo digo, hay dos opciones después de algo así: seguir o no seguir. Cada uno hace lo que puede, como le sale. No vivo pendiente de lo que pasó, yo sólo recuerdo a Majo como era ella: alegre, soñadora, humanitaria. Tengo marcado lo bueno de ella. No se podría vivir de otra manera”, cerró Juan Manuel.
Y esas palabras de un hermano que no olvida coinciden con aquellas que una vez pronunció el reconocido psicoanalista Gabriel Rolón cuando le preguntaron por el proceso de duelo: “En la vida muchas veces hay que morir un poco, para no quedar melancolizado y morir del todo”.
Negativa. Pese a los reiterados intentos por varios medios y durante varios días, Los Andes no pudo contar con el testimonio de la familia Menegazzo ya que, finalmente, desistieron de acceder a una entrevista.