La puesta en escena de “Coronados de historia y futuro” ofrece un recorrido por la historia de la provincia, enlazando imágenes, luces y sonido en un escenario de líneas simples que permite distinguir a los actores y bailarines. Mientras que en las pantallas se suceden postales del Aconcagua, alta montaña y otros lugares típicos de ‘Mendoza la grande’ la voz en off presenta los lugares emblemáticos y turísticos, mencionando, a su vez, elementos importantes de la identidad de la provincia como el Zonda y el agua.
Esta narración es la historia de Pedro un orfebre, de pies de acequia y barro, que debe realizar una obra que capte la esencia de su pueblo, como no logra asir y plasmar ese sentir lo asaltan tres figuras, tres sentimientos: insomnio, incertidumbre e inspiración. Esas “presencias” lo van a acompañar mientras piensa como captar la esencia del alma de su gente en un objeto que la materialice. Así cada cuadro irá uniendo la historia con la identidad, respetando e incorporando esos elementos característicos de todas las fiestas vendimiales: agua, la cueca, el riego. Dentro de los infaltables que, aunque quede algo ceñido en el relato, aparecen los pueblos originarios, custodios de las tareas de siembra y cosecha, los tejidos, la cría de cabras, la cestería y el sistema de riego mientras las imágenes de las Lagunas del Rosario (espacio representativo de su eterna presencia) acompañan desde la pantalla. Pedro mira hacia el horizonte y ve las montañas, las que cruzó San Martín, con sus tropas y Granaderos. El cuadro de la Gesta sanmartiniana es simple y capta uno de los puntos más sobresalientes de la historia de la provincia: ser cuna de la ¡libertad!
A continuación, a través de la música como único hilo conductor, Pedro recuerda el surco, a los viñateros de su familia y el vino. Para festejar el patrimonio de todos se entrelazan, en un cuadro de luces y sonido sin un relato que lo unifique, las hileras, los tachos con uvas, los carros, festejando la cosecha en las viñas, con un romance de pañuelos. Se suceden cueca, chacarera, música pop, murga, un carnavalito, una zamba y una milonga, para dar paso a la incertidumbre que lo aqueja a Pedro.
Con sonidos de granizo y colores sombríos se representa el desaliento, una puesta en escena obvia para hablar de las inclemencias climáticas a las que desde siempre está expuesta la cosecha. Sin embargo, la bien lograda elección del tema El Témpano resume la desazón y el sosiego que lo invaden, al mismo tiempo aparecen velas encendidas en las pantallas y la fe del pueblo que le entona el himno a la Virgen de la Carrodilla, presente en el escenario.
Va llegando el final, muy bien elegido el bolero de Rabel para que ingresen los arlequines portando la corona vendimial como símbolo en la que Pedro captó la esencia de un pueblo custodio de vendimia y tradiciones, de símbolos iconográficos como la virgen, el Aconcagua, la corona y San Martín.
Experimenté algo nuevo, la historia que relata esta fiesta conmueve desde la espléndida y bien lograda fusión de la música, las luces y el vestuario. A pesar del corsé que limita el reglamento y de los altibajos en el cuadro del medio la fiesta captura la esencia y cumple no solo con el pedido encomendado a Pedro sino con lo decretado en 1936: dar a conocer la provincia, su producción de vino, sus paisajes, su gente.
*La autora es profesora de grado universitario en Historia Idehesi-Imesc FFyL-UNCuyo, con tesis doctoral sobre Vendimia.