Diego Traverzaro tiene 39 años y es padre de dos adolescentes de 16 y 11 años. Por circunstancias de la vida la Justicia le otorgó la custodia completa de ambos chicos y con muchísimo esfuerzo y un gran trabajo en equipo lograron armar su pequeño gran hogar.
“Yo tenía 17 años cuando conocí a la mamá de mis hijos y a los 23 fuimos padres de Geovanni” , contó Diego a Los Andes. En ese tiempo, trabajaba para distintos lugares haciendo mantenimiento. Los años pasaron, la pareja vivía en su casa de Godoy Cruz donde había puesto un negocio aunque Diego seguía haciendo sus “changas”.
Cuando cumplió 28 años nació su segundo hijo, Ignacio. En ese momento su pareja empezó a tener consumos problemáticos. “Por las circunstancias de la vida se le fueron agravando los problemas de salud que tenía ella”, explicó.
La pareja se terminó separando y Diego se fue de la casa. “Ella puso una denuncia en la Justicia para que yo no viera a mis hijos. Es como que hizo uso inadecuado de la Justicia para cortar el vínculo con los chicos”, consideró.
Mientras resolvía esta situación, Diego siguió trabajando y vivía “de prestado” en lugares que le facilitaban conocidos. Hasta que un día recibió un llamado de la OAL, que en la actualidad se denomina ETI, y su vida cambió para siempre.
“De la escuela vino una denuncia porque se dieron cuenta que las cosas no estaban bien. Yo en ese tiempo ya no podía acércame a mis hijos. Pero me llamaron por teléfono de la OAL y me dijeron ´Venga a buscar sus hijos´”, recordó.
“Yo no entendía más nada, los chicos tenían 4 y 9 años. Cuando fui a buscarlo me encontré con que estaban en situación de abandono. El más chico me vio y me dijo ´gracias por rescatarnos´”, recordó Diego. Habían pasado cuatro meses sin verse.
“Ahí comenzó como una aventura para los tres. Después de haber tenido negocio, un departamento, todo, me separé y me quedé en la calle”, recordó.
Ante esto, Diego habló con su padre y regresó a la vivienda familiar junto a sus hijos. “Los llevé a la casa de mis padres y empecé a arreglarla para atenderlos a ellos, para recibirlos”, dijo.
“De a poco nos fuimos acomodando, en el primer año estuvimos en una batalla legal para mantener la custodia. Los cambié de escuela, de domicilio, de todo. Quería que tuvieran una vida nueva”, dijo.
“Yo creo que el hombre sufre muchas cosas pero las callamos. No las dicen por vergüenza y para no quedar como un cagón”, reflexiona Diego al recordar aquellos años.
Como todo padre soltero o madre soltera, Diego adaptó su vida para hacerse cargo de la casa, los gastos y la educación de sus hijos. Aprovechaba para trabajar cuando los chicos estaban en la escuela y, a veces, en las vacaciones los llevaba al trabajo con él.
“Yo creo que los hijos saben y entienden las cosas que pasamos los padres y nos acompañan. Quieren hacer un esfuerzo para ayudarnos” dijo.
Aunque Diego está feliz con la familia que logró armar junto a sus hijos, reconoce que ha sido una tarea muy difícil de concretar en soledad. “Siempre tiene que estar la otra parte. Hay que hacerse cargo, sea quien sea”, afirmó.
La casa de los Traverzaro
Los Traverzaro se convirtieron en un equipo muy bien coordinado. Conforme fueron pasando los años, los chicos comenzaron a ocuparse de las tareas de la casa y Diego pudo dedicarle más tiempo al trabajo.
“Ayer llegué de laburar y me habían hecho una sopaipillas perfectas”, recordó con una sonrisa. Estos pequeños detalles son las pruebas de las cosas que Diego les enseña a sus hijos día a día.
“Todos los días se aprende algo nuevo. Leen mucho mis hijos. Tienen mucha disciplina”, explica. Aunque Diego es un hombre de oficio, desea que sus hijos se dediquen a otra cosa el día de mañana. “El que hace plata trabaja con la mente no con las manos”, afirmó.
Volviendo al “equipo Traverzaro”, las decisiones del grupo se van tomando en función de las necesidades de sus integrantes. Tal es así que, cuando el mayor de los chicos entró a la secundaría, se mudaron al Centro para estar cerca de la escuela. “Nos vinimos al Centro para hacerle el aguante al Geovanni, que le había tocado la escuela acá”, dijo.
“Ahora estamos los tres hechos unos pinguinitos “bonitos y gorditos”. Somos un equipo muy organizado y ellos me van guiando. Yo soy un papá que creció en la frialdad y aprendí con ellos lo que es el amor, que no recibí de chico”, explicó Diego.
“La paz que tengo hoy no la cambio por nadie. Cuando salís vulnerable a la vida te pegas cualquier cosa. Todos tenemos capacidades para vivir donde queramos y elegir donde queremos estar”, cerró.
*Diego tiene otro hijo de cuatro años producto de otra relación y está tratando de vincularse a través de la Justicia.