A esta altura de su vida, Osvaldo Sagal -nacido y criado en una zona rural del sur de Malargüe- admite que es demasiado tarde para cambiar de rumbo (y de rubro). Por eso, en medio de estas rigurosas temperaturas invernales que oscilaron, a primera hora de la mañana, los 10 grados bajo cero, asume que no queda otra que enfrentarlas y resignarse.
Osvaldo es hijo de puesteros dedicados a la cría de vacas, cabras y ovejas en una zona cercana a Laguna de Llancanelo, al sur del departamento. Toda el agua entrante del lago se origina del derretimiento de nieve a través del Río Malargüe. Sus padres, ya mayores, aún hoy siguen viviendo en el mismo lugar.
“Cuando fue momento de pensar en mi futuro seguí los mismos pasos, porque creo que lo llevo en la sangre. Lo mismo está sucediendo hoy con mi hijo Braian, que tiene 22 años y su vocación es criar animales. Me ayuda mucho, pero también entiendo que es una vida dura y muy difícil de sobrellevar, especialmente en el invierno, con temperaturas muy bajas y falta de gas natural”, se sincera y reflexiona: “Quisiera otra vida para él”.
Osvaldo, su esposa Mabel y sus hijos Cintia (de 11 años) y Braian amanecieron con una temperatura de casi 10 grados bajo cero. Fernanda, su hija mayor, estudia en San Rafael.
“No puedo decir que este clima es diferente al de otros años. Estamos acostumbrados a que se congelen los bebederos de agua, que intentamos romper para que los animales puedan hidratarse; a la nieve, a la falta de leña y de gas natural. Es la vida que nos ha tocado y, a excepción de mi hija mayor, que tuvo la posibilidad de irse, no conocemos otra manera de afrontar los inviernos”, señala.
Por estas horas bajo cero, relata, sufren el congelamiento de las cañerías, por eso el suministro de agua es limitado. La leña no abunda y debe cuidarse muchísimo frente a una contingencia aún más extrema.
“Temprano en la mañana encendimos el hogar a leña y salimos abrigados a romper el hielo del bebedero. Pero la leña hay que cuidarla porque no siempre se consigue, de la misma manera que los vehículos para trasladarla. Hay que ser conscientes y no desperdiciarla”, advierte, para agregar que los 75 kilómetros que separan su puesto de la ruta 40 se encuentran en pésimo estado.
“Nos afecta a nosotros y afecta a todos los puesteros. Jamás pasa una máquina y nunca sabemos si llegamos a destino. Nosotros somos jóvenes, pero mis padres son grandes, están solos y deben atravesar 120 kilómetros de tierra para llegar a la ciudad”, completa.
Y agrega: “En definitiva, esta época es propicia para las dificultades, nosotros lo sabemos muy bien porque somos nacidos y criados acá. Que llegue una ambulancia es una odisea, nunca se sabe si lo hará a tiempo o si se quedará en el camino. Días atrás una persona sufrió un accidente con su caballo y pudimos actuar rápidamente gracias a que tengo señal en el teléfono”, recuerda. La muerte de los animales, su único capital, también es dolorosa, señala. “Y a la vez convivimos con eso”.
Además de ganadero, Osvaldo es celador en la escuela albergue Embajador Pablo Neruda, ubicada en el paraje de Carapacho, Malargüe, donde concurre la menor de sus hijas. Mientras él está fuera de casa, dice, es Braian quien se ocupa de los animales.
“Con estos fríos han muerto algunos. Adelgazan y se debilitan porque las pasturas no tienen suficientes vitaminas. Es triste verlos cuando no resisten pese a todo nuestro esfuerzo y también es una pérdida económica importante, nosotros vivimos de eso”, insiste.
Pese a que, según Osvaldo, los pobladores de Malargüe muchas veces están olvidados por parte de las autoridades correspondientes, aflora la solidaridad entre vecinos y puesteros de zonas cercanas.
“Uno se acostumbra a resolver los problemas cotidianos y, a la vez, pedimos y recibimos ayuda. Por ahora no hemos quedado aislados, aunque debemos tener en cuenta de que puede suceder en cualquier momento. El invierno recién comienza y viene muy duro”, anticipa.
Por un futuro mejor
Osvaldo asegura que, como todo padre de familia, desea junto a su esposa un mejor porvenir para sus tres hijos.
“La mayor está en cuarto año de la carrera y vemos que de a poco va despegando. Ya no volverá al campo y está muy bien que así sea. A nosotros nos supera la tecnología y ella, desde San Rafael, nos ayuda muchísimo en ese sentido y, por supuesto, con distintos trámites. Fue, y sigue siendo, un gran esfuerzo poder darle estudios fuera de casa, pero lo estamos logrando”, define.
En cuanto a su hijo varón, confiesa que tiene sentimientos encontrados. “Por un lado ama lo que nosotros, junto a mi padre, hemos hecho toda la vida y siento que tiene expectativas en Malargüe. Sin ir más lejos, ahora, por ejemplo, en medio de esta helada, está en el campo desde muy temprano alimentando a los chivos. Sin embargo, pienso que hay una vida afuera y que podría ser mejor, pero él debe decidirlo”, sostiene.
“Mis padres llevan toda la vida en el mismo puesto y aquí la gente adulta se siente vulnerable, especialmente en invierno”, acota.
Osvaldo reflexiona que, a pesar de las vicisitudes lógicas de vivir en una zona con características particulares por su aridez, su clima de alta montaña, frío extremo y dificultades en los caminos, no piensa bajar los brazos.
“Muchas veces siento que nada nos acompaña. La sequía, el frío. Sin embargo, acá está nuestra vida, no podemos dejar todo y mucho menos bajar los brazos”, concluye.