La historia de Osvaldo Selva (59) tiene mucho en común con la de tantos veteranos de Malvinas que regresaron al país tras resistir a los embates, bombardeos y asedio británico durante más de 70 días; pero también tras sobrevivir al frío y al hostil terreno de las islas del Atlántico Sur. Inentendiblemente –al menos para la óptica con que se conmemora este conflicto en la actualidad y a 40 años de la recuperación que marcó el inicio de la guerra-, el regreso de Selva y sus compañeros estuvo rodeado por una atmósfera de vergüenza y silencio.
“Se nos ocultó cuando llegamos, y durante varios días”, coinciden la totalidad de los veteranos entrevistados por Los Andes durante los últimos días y con motivo del 40 aniversario de la recuperación de las Malvinas aquel viernes 2 de mayo de 1982. “Nos costó conseguir trabajo, la gente no nos tomaba cuando se enteraban de que habíamos estado en Malvinas, nos tomaban como ‘los loquitos de la guerra’. Y el Gobierno tuvo que ver mucho en esa idea”, amplía Renato Ruiz, quien participó en Malvinas como parte del Ejército. En combate, el 9 de junio de 1982 y tras pisar una mina, Ruiz perdió su pierna derecha.
Sin embargo, la historia de Selva tiene un llamativo detalle que –en ese momento- le jugó a su favor. “Cuando llegamos a La Tablada después de la guerra -y tras 2 o 3 días en que nos tuvieron encerrados-, hubo todo un recibimiento, un desfile. ¿Te digo la verdad? Yo llegué, me bajé del micro y, como llegué, me fui. No tenía medalla, diploma ni nada. Ni siquiera el documento me llevé conmigo, porque no quería saber más nada ya”, rememora con el dolor de repasar en sus recuerdos aquel día.
A diferencia de muchos de sus compañeros, Osvaldo Selva (quien nació en Buenos Aires, pero actualmente vive en Junín, Mendoza) no solo vivía cerca de La Tablada, sino que tenía un trabajo que lo esperaba al regresar al continente. “Yo nací en un circo y, al nacer en ese ambiente, tuve la posibilidad de ir a despejarme y trabajar enseguida. El circo estaba en La Plata y yo era payaso. Estar ahí me ayudó a despejarme y no tuve ese problema que tuvieron otros compañeros de estar muchos años sin poder trabajar por ser un ‘loquito de la guerra’. Tengo amigos que tuvieron que salir a vender estampitas, cadenitas y hasta alfajores. Y así estuvieron 20 años o más”, se explaya Selva.
La historia de Osvaldo Selva
En 1981, Selva completó el servicio militar. “El 23 de diciembre de 1981 salí de baja y el 10 de abril de 1982 me reincorporé para ir a Malvinas, aunque no le dije nada a mi familia”, recuerda Osvaldo, quien se presentó ese 10 de abril a las 7 en el regimiento de La Tablada.
El 11 de abril, entre las 21 y las 22, el juninense por adopción aterrizó en Malvinas y a las 23 pisó por primera vez el suelo malvinense. “Fui con 19 años y cumplí 20 años el 21 de mayo, ya en Malvinas”, acota.
En su primera mañana en Malvinas, el 12 de abril, a Selva le asignaron su posición y comenzó a cavar con sus compañeros lo que se conoce como “pozos de zorro”. Se trata de aquellas excavaciones en las que los soldados se refugiaban de los bombardeos navales y aéreos, con chapas y turba malvinense ubicadas como techo. “Pegábamos dos paladas y brotaba el agua, Estábamos a 700 metros de la orilla del mar, por lo tuvimos que replegamos 100 metros para atrás, donde nos quedamos definitivamente. El 1 de mayo de 1982 los ingleses quisieron desembarcar donde nosotros teníamos todas las posiciones (en la zona de Puerto Argentino) Ese día empezó el cañoneo naval y ese día comenzó también la Guerra de Malvinas” recuerda el ex combatiente que pasó 72 días en el Atlántico Sur.
“Estábamos tirados cuerpo a tierra y veíamos a los aviones tirar municiones, pasaban las municiones trazantes contra los ingleses por encima nuestro. También pasaba el cañoneo naval de los ingleses que contestaban. Teníamos fuego cruzado”, agrega.
El avance y el repliegue de la formación de Osvaldo Selva –posición en la que permaneció durante 52 días- se dio prácticamente en fotogramas, con escenas dignas de una película bélica. “Por radio daban la orden de que se tiren municiones iluminantes a la sección de apoyo. Esa munición iluminaba el campo durante 10 segundos, y en ese lapso cesaba el fuego argentino, ya que era el momento para replegar. Desde que se apagaba la munición, tenías 10 segundos hasta que se empezaba a tirar de nuevo. Además, había campo minado delante nuestro, con un senderito de 2 metros que estaba marcado con gasa para poder caminar fuera del peligro. Teníamos que replegar por ese senderito”, rememora. Y agrega que la salida comenzaba una vez que se apagaba la “luz”, momento en que debían correr y contar hasta 10 antes de volver a echarse cuerpo a tierra ya que se reanudaba el ataque. Todo esto fue recién durante el primer día de combate.
El desembarco inglés y la rendición
Tras el frustrado intento de las tropas británicas por desembarcar en la zona de Puerto Argentino, finalmente lo hicieron en San Carlos (a 90 kilómetros al oeste de donde estaban las posiciones argentinas). Y en ese momento el combate se trasladó a tierra firme.
“El 13 de junio nos mandaron a hacer combate en localidad. Entramos en las casas de Puerto Argentino -que estaban todas cerradas y con el FAL volábamos las cerraduras- y nos apostamos adentro, ¡como en las películas!. Hasta que llegó el momento de la rendición, ya el 14 de junio de 1982″, acota.
Dentro de la rendición, el momento más duro que recuerda Osvaldo Selva fue el tener que entregar el armamento. “En ese momento sentís que estás entregando a tu familia, fue durísimo. Yo pensaba: ‘¿cómo lo voy a entregar si en el Ejército me enseñaron que no lo tengo que dejar en ningún lado?’. Cuando íbamos camino a entregarlo, desarmamos las pistolas y tiramos las partes en el mar y en distintos lados para que queden inutilizadas. Entregar el armamento es decir que estás muerto, ya no tenés con qué pelear”, redunda.
El regreso a Argentina
Los veteranos de la Guerra de Malvinas coinciden con contundencia en un punto: quienes regresaron tras la rendición -y no lo hicieron antes o después, como heridos-, fueron vergonzosamente escondidos. “Estuvimos 2 o 3 días en Campo de Mayo sin que nos dejaran hablar con nadie, ni nuestros padres -que estaban en el alambrado- podían acercarse. Nos hicieron una revisión médica, entre comillas, porque fue un médico con estetoscopio. Y después nos largaron”, rememora el ex combatiente.
A 40 años de la toma de la Casa del Gobernador, de Puerto Argentino y de la recuperación de Malvinas (que se cumplen este sábado, 2 de abril), Osvaldo Selva dice sentirse bien.
“Hace 10 años doy charlas en las escuelas sobre las vivencias en la isla. ¡Es impresionante como prestan atención los chicos y escuchan al veterano de guerra! Además, con los compañeros de la Compañía B, nos juntamos periódicamente. Lo único bueno que nos dejó Malvinas es la camaradería entre nosotros”, sintetiza.