¿Existe alguna receta para vivir 109 años?
Clementina Correa, que nació el 14 de diciembre de 1912, reconoce que en la vida hay algo infalible y que le dio excelentes resultados: alimentarse sano, ser solidaria y vivir rodeada de afectos.
Con una salud envidiable –casi no toma medicamentos—“Clema”, que vive con una hija, una nieta y tres bisnietos, nació en el paraje Represa del Carmen, departamento Belgrano, provincia de San Luis. Por entonces ese lugar era pleno campo y Clementina, que era la hija mayor de una familia muy pobre, sufrió la muerte temprana de su madre y se hizo cargo de sus hermanos.
Allí aprendió los quehaceres domésticos y se transformó en una madre postiza para ocho niños.
Por eso cuando en 1936 se casó con Ramón Lucero, un trabajador rural de la zona de San Francisco del Monte de Oro, también en San Luis, no le costó demasiado continuar la vida de ama de casa.
Tal vez por eso hoy, con toda su inteligencia y lucidez, no puede entender a las mujeres modernas: “No tienen idea lo que es cocinar ni lavar la ropa. Dicen que no tienen tiempo. Y al marido le sirven la comida fría”, se queja.
También es muy crítica a la hora de hablar de la tecnología y del exceso del uso de las pantallas: “Ya van a ver las consecuencias que va a traer”, protesta.
A los 28 años, en busca de un mejor porvenir, Clema y su esposo, que ya eran padres de su primer hijo Ramón -hoy de 83 años- se instalaron en Chapanay, departamento San Martín, donde tuvieron que casarse por segunda vez porque en el Registro Civil de San Luis la documentación se extravió.
Más tarde tuvieron siete hijos más, cuatro de los cuales fallecieron. Esos episodios marcaron un antes y un después en la vida de Clema, que de todas formas se puso de pie y salió adelante.
Después de Ramón llegaron Olga, José María, Julio, Herminda, Jorgelina y Antonio, que le dieron nada menos que 22 nietos; 29 bisnietos y 11 tataranietos, además de otro que viene en camino.
Pudorosa al extremo, tal como la define su hija, Clementina tuvo a sus hijos sola. “Ella tuvo sus hijos sola. Cuando mi papá iba a buscar a la partera, ya habían nacido y hasta los había lavado”, cuenta su hija Jorgelina, de 71 años, encargada de organizarle los cumpleaños y elaborar hermosas tortas.
“Todos la adoran y la visitan porque ella se muestra alegre y lúcida. Recién ahora tiene algunos baches, se olvida algunas cosas, pero hasta los 106 regaba las plantas y encendía el fuego, porque no tenemos gas natural”, agrega.
Justamente pocos días después de celebrar 106 años, Clementina se cayó y se fracturó la cadera. Desde allí está en silla de ruedas. También pasa mucho tiempo en la cama. Ella se queja: “Les estoy dando mucho trabajo”, le dice a quienes la atienden.
Viuda desde hace 33 años, la familia se instaló poco después en la zona fronteriza entre Junín y San Martín, donde aún viven casi todos, excepto Antonio, el menor de sus hijos, de 69 años, radicado en la provincia de Córdoba.
Casi sorda –por eso su hija Jorgelina hizo de intermediaria en la entrevista— esta abuela solía empezar a cocinar a las 9 de la mañana. “Y hoy –se sigue quejando—las mujeres modernas preparan un sancocho que no se puede ni comer”.
Pulcra y limpia al extremo, su hija cuenta que la pobreza nunca fue para su madre un impedimento y que todos sus niños lucían “impecables”.
“Era el comentario de la gente: lo ´limpitos’ que andábamos sus hijos”, evoca Jorgelina.Y acota: “Hoy se queja porque se siente inútil ya que poco puede hacer desde la silla de ruedas. Eso sí, que no le falte la comida. El 14 de diciembre, para su último cumpleaños, comió cinco empanadas”, grafica.
Un cariño bien merecido
Los gestos de bondad y solidaridad la marcaron toda su vida, relata su hija. Por eso hoy la sigue visitando muchísima gente que la adora y respeta.
Una muestra fue su inolvidable fiesta de 100 años, el 14 de diciembre de 2012, donde bailó con todos y cada uno de los invitados.
“Nunca está sola, más allá de dos empleadas que siempre la acompañan. Ella siempre recibe la visita de sus seres queridos”, agrega, para traer a la memoria viejas anécdotas, como cuando estaba pendiente de los enfermos del hospital y mandaba a sus hijos a buscar la ropa para lavársela.
Clementina Correa viuda de Lucero cierra la charla con su legado y su consejo a las futuras generaciones: “Nada mejor que la unión de la familia y la solidaridad”, repite, como si fuera ley, mientras confiesa que valora el cuidado y el amor que, hasta el día de hoy, le demuestran sus hijos y que no es más que un regalo merecido.