La cadena de empatía, amor y solidaridad que generó una historia simple y esperanzadora protagonizada por Ciro, un niño que le donó a su mamá zapatillas que le habían entregado en la escuela, parece no tener fin.
Tras la nota que publicó Los Andes el pasado 13 de junio, que daba cuenta de que Ciro, de 13 años, recibió a través de la escuela Tierra de Huarpes, de Buena Nueva, Guaymallén, un par de zapatillas (porque las suyas estaban rotas), las que prefirió donárselas a su mamá, llegó al establecimiento y al domicilio del niño gran cantidad de elementos: alimentos, ropa, zapatillas y mucho más.
Sin embargo, en esa cadena de favores tan propia de los mendocinos también apareció un hombre anónimo, oriundo de Junín, que acercó gran cantidad de materiales de construcción para que la familia pudiera acondicionar su humilde vivienda situada en un asentamiento llamado Paraguay, de Buena Nueva.
Y así, dijo la maestra de Ciro, Valeria Juri, quien fue la impulsora de esta historia, “los sueños de Ciro se siguen cumpliendo”. “Es una alegría ver cómo la gente se fue sumando a esta causa. Todavía nos emocionamos”, comentó a Los Andes.
Erick y Florencia, esta última su mamá del corazón, todavía no salen de su asombro. “Aquella historia contada en el diario fue un antes y un después. Pronto tendremos mucha más comodidad y la casa no se nos lloverá”, dijo Florencia. Erick, que es albañil, es quien vuelca horas en los ratos libres para poder acondicionar la construcción en la que vive la numerosa familia.
La historia de Ciro está ligada a estos tiempos de pobreza y desempleo que castigan cada vez más a los barrios vulnerables. Se hizo pública cuando su maestra de sexto grado observó sus zapatillas rotas, casi con los dedos a la intemperie en un día de mucho frío. Inmediatamente le donó otro par que tenía en el ropero comunitario y que el niño, ya en su casa, prefirió cedérselo a su mamá del corazón. Argumentó que ella, que suele hacer changas, las necesitaba más que él.
Desde allí, la “catarata” de regalos, donaciones y gestos de solidaridad llegaron de todas partes. Es que Ciro, de 13 años, movilizó no solo a su comunidad educativa sino a toda la sociedad y aún hoy lo sigue haciendo: frente a lo mucho que ha recibido, decidió distribuir donaciones a los más necesitados de su entorno.
“Estamos felices y sorprendidos por la repercusión, jamás nos imaginamos todo esto. Siento un gran agradecimiento”, sostuvo Erick, su papá, quien manifestó que está luchando por la tutela definitiva del menor.
Fue en julio cuando, más allá de la ropa recibida, calzado, abrigo y alimentos, llegó a su domicilio lo que más necesitaba: un cargamento con materiales de construcción para poder levantar su casa. Hasta ese momento Ciro, junto a sus hermanos Morena, Uriel y Elena, vivían en un precario habitáculo de nylon y cartón.
La docente había señalado: “Hace 28 años que soy maestra y siempre hice lo mismo, pero cuando estas cosas tienen repercusión en la prensa el impacto es mucho mayor. En la escuela todo es bienvenido porque podemos visibilizar las carencias, y por supuesto también en los hogares. Creo que esta historia, insisto, es apenas una de tantas. Mañana seguramente habrá otra igual o parecida y así sucesivamente. Los maestros tenemos que observar a nuestros niños y jamás mirar hacia el costado”, reflexionó en la publicación que dio tanto que hablar.