Paula Reynoso, de 31 años y su pareja, Walter Berella, se cansaron del encierro y decidieron irse a vivir a Villa Paranacito, Entre Ríos, a inicios de la pandemia. Ella hacía home office para la compañía de seguros en que trabaja y no dudó un segundo en este cambio de hábitat. Vivirían en la casa de una isla de Entre Ríos, que habían construido sus padres hace casi 20 años y su novio se ocuparía del emprendimiento turístico en el lugar.
Ya sin necesidad de presentarse todos los días en las oficinas Merlo, de repente se encontró en el día a día rodeada de una naturaleza exuberante. Lo que no se esperaba era su nueva vida acompañada de carpinchos. Las fotos pueden verse en su Instagram (@carpinchurros). Se ven imágenes con la especie más grande de roedores, que fueron noticia también durante la pandemia al circular por los jardines de las casas de Nordelta, situación que generó una grieta entre los vecinos.
Antes de que llegaran los carpinchos a su vida, los días transcurrían frente al río, en su playa, debajo de sus arboledas y en medio del ir y venir de turistas y pescadores. Durante el verano, aumenta el movimiento y los visitantes se bañan en el arroyo La tinta, que surca esa isla.
“En octubre del año pasado, me llamó una amiga, que vive de otro lado del río, pero que es pueblo y no tiene tanta naturaleza como de este lado y me dijo que había encontrado un carpincho bebé y tenía miedo de que se lo comieran perros de caza. ‘¿Te lo llevo?’, me preguntó. Suponemos que habían matado a la madre y quedó huérfano”, relata.
Y sin tener idea sobre cómo rescatar un carpincho, Paula y su novio fueron a buscarlo. Recibió muchos consejos de los isleños para alimentarlo, era todo nuevo y confiesa que hizo algo mal: “Durante los primeros seis meses durmió en nuestra cama. Sé que está mal. Me juzgaron mucho. Pero era muy chico para dejarlo libre, acá se los comen, repito, no sé, un perro se lo iba a comer”, asegura.
En Instagram, la acusan de mascotismo, pero ella vive reiterando a quienes la atacan que lo rescató, porque se lo iban a comer. “Molesta el mascotismo, pero no se respeta la ley. Hay una ley que los protege de la caza. En zonas rurales se alimentan de carpincho. Y en las casas de artesanías, la mayor parte es de cuero de ese animal”, expresa con enojo. La joven se refiere a la Resolución 237/79 de Entre Ríos que prohíbe la caza del carpincho, Gato Montés y desplume de Avestruz o Ñandú.
“Cuando lo rescaté fue un lío. Le daba pan con leche. A la semana le arrancaba pasto. Buscaba camalotes, unas plantas que están en el río. Las ama. También le gusta la manzana, las zanahorias. Hago lo que puedo. Y como pecado confiesa que alguna que otra vez vez le dio una galletita. Ya sé que no se debe”, dice la mujer, que habla de “el churro” como si fuera un perro.
Paula asegura haber recibido asesoramiento por una veterinaria de animales exóticos que iría a verla este fin de semana. “El churro últimamente aparece cuando quiere. Mi casa está al lado de la balsa, al lado hay dos casas que tienen un canal, en esas casas ya los conocen, ellos están chochos en ese arroyo. Ellos me vienen a ver cada dos días”, explica.
Churro ahora tiene un año. Debe pesar unos 50 o 60 kilos. “Es un montón, pero he visto carpinchos en la ruta y eran enormes y no creció tanto. Es muy cariñoso. Son animales muy amorosos con todos, explica. Y cuando lo acaricia emite un sonido como un gru gru gru, parecido a un ronroneo. “Juegan en el agua como si fuesen chicos, te morís de amor. Lo voy a visitar al arroyo donde están”, cuenta.
Yo grabo toda la cotidianidad del carpincho, no es que lo obligo a meterse en mi casa. Abro la puerta y se mete en la cama, se sube al sillón. La relación se dio naturalmente. Nadie forzó nada. Lo que hice fue intentar salvarle la vida. Los animales son increíbles”, concluye.