Camilo, el perro policía “de oficio” que patrulla por Godoy Cruz y no se le achica a nadie

El can fue adoptado de la calle y vive en la Comisaría 34. Todos los días recorre las calles de Godoy Cruz con dos bicipolicías; y ya es uno más de ellos. Ayudar a empujar un auto sin batería y salvar a un compañero de recibir una patada en el piso son algunas de sus intervenciones.

Camilo, el perro policía “de oficio” que patrulla por Godoy Cruz y no se le achica a nadie
El perro policía (de oficio) Camilo y sus dos compañeros de equipo, los uniformados David Díaz y Oscar Barraza

El oficial David Díaz y el auxiliar Oscar Barraza son dos bicipolicías de Mendoza que recorren a diario las calles de Godoy Cruz. Todos los días, los efectivos que tiene su base en la Comisaría 34 (en el Barrio Bancario) llegan a la dependencia para alistarse y salir a recorrer en bicicleta las calles de ese punto godoicruceño; toda una rutina ya en sus vidas. Y cada mañana, ni bien llegan a la 34 y antes de salir a pedalear para hacer el patrullaje, son recibidos por Camilo; el tercer integrante infaltable de este ya tradicional equipo para los rondines. A diferencia de sus compañeros, Camilo no tuvo una formación profesional. Ni siquiera pasó por la escuela de adiestramiento canino ni integra la División Canes de la Policía de Mendoza a la que pertenecen muchos de sus colegas. Pero Camilo es un perro policía; de oficio.

Todos los días, Camilo acompaña a los dos bicipolicías en todas sus intervenciones y rondines.
Todos los días, Camilo acompaña a los dos bicipolicías en todas sus intervenciones y rondines.

“Cuando bajamos de las bicis para intervenir en alguna situación, Camilo se queda parado al lado de ellas, en la calle; y las cuida. Es muy bueno él, pero si alguien se le acerca a la bici; empieza a ladrar y a gruñir”, sintetiza David Díaz, uno de los integrantes del inseparable tridente.

Entre las innumerables anécdotas de Camilo como fiel compañero de procedimientos y momentos en estos casi dos años, se destaca -por ejemplo- aquella vez en que el can evitó que un delincuente le propinara una patada a uno de sus compañeros, quien había caído al piso tras recibir una trompada. O aquella otra, hace un par de semanas; cuando el perro acompañó y “ayudó” a Díaz y a Barraza a empujar el vehículo de una mujer que se había quedado sin batería en calle San Martín, a la altura del puente de hierro de Godoy Cruz.

“Como había mucho tránsito, los policías se bajaron de las bicis y la ayudaron a empujar el auto. Y el perro iba al lado de ellos, y se ponía en pose de estar empujando el auto también. Así la acompañaron a la mujer una cuadra y media, y después volvieron”, resume Samira, una de las tantas espectadoras ocasionales del trabajo en equipo de este trío inseparable. “Después compraron dos facturas para ellos, y al perro le dieron una tortita y la disfrutaron los tres. Pero a Camilo le tenían que dar la tortita en la boca, y ellos; porque si no, no la comía”, agrega la mujer que, por supuesto, aprovechó la situación para fotografiar a los tres compañeros. “Le damos de comer todas las mañanas, pero sí o sí tenemos que darle la comida nosotros. Si no, no la come”, acota a su turno Díaz; quien reconoce que ya es un clásico que el rol de Camilo se convierta en un atractivo para los transeúntes. Y que siempre tenga celulares apuntando y siguiendo sus participaciones, para inmortalizarlas en fotos y videos.

El rol de Camilo es fundamental: desde cuidar las bicis cuando sus compañeros bajar para una intervención hasta resguardar a los uniformados.
El rol de Camilo es fundamental: desde cuidar las bicis cuando sus compañeros bajar para una intervención hasta resguardar a los uniformados.

Inseparables

Hace dos años, cuando Camilo era apenas un cachorro, llegó a la Comisaría 34. Lo llevó un comisario que se desempeñaba por aquel entonces en la dependencia, y su apariencia distaba -y dista todavía, para ser sinceros- de aquellos ejemplares con pedigree y que son motivo de asombro para los jueces de certámenes en los que se premian a razas refinadas (y poco carismáticas).

“Es un callejero, y cuando llegó era cachorrito. Desde entonces está con nosotros, empezamos a darle de comer y se crió y adaptó a la comisaría. El perro demuestra mucho amor, no sigue a otra persona que no sea policía, por más que lo llamés. Es sorprendente verlo”, se sincera el auxiliar Díaz.

En una oportunidad, uno de los uniformados había caído al piso luego de que un delincuente le diera una trompada. Y cuando el malviviente se preparaba para darle una patada, Camilo se prendió de su pierna y evitó que lo golpee.
En una oportunidad, uno de los uniformados había caído al piso luego de que un delincuente le diera una trompada. Y cuando el malviviente se preparaba para darle una patada, Camilo se prendió de su pierna y evitó que lo golpee.

Sin que esto implique un conflicto de personalidad, los compañeros de Camilo reconocen que el perro tiene (o parece tener) “algo de gallo”. “Recibimos los turnos de guardia a las 7, y lo encontramos todos los días. Por la noche duerme en la comisaría, pero a las 7:10 o 7:15, todas las mañanas, tenemos que salir e incorporarlo al patrullaje; porque si no empieza a ladrar. Además disfruta de demostrar su jerarquía; siempre va caminando adelante o al costado de nosotros, y cuando la atmósfera se percibe tensa o conflictiva; Camilo ladra para hacer las veces de sirena. Pero eso no es todo, si alguno se detiene por algo y deja de pedalear, él se vuelve para buscarnos y ver si necesitamos algo”, sigue Díaz, quien lo define como “muy compañero” y “uno más de nosotros”. ¡Si hasta monta escenas de celos cuando alguno de sus compañeros acaricia o interactúa con otro perro!.

Cada día, Camilo camina entre 30 y 35 kilómetros acompañando a Díaz y a Barraza; por lo que por la noche no le cuesta mucho rendirse ante el sueño para reponer energías. “Se descose durmiendo”, se sincera -entre risas- Díaz.

Aunque nadie lo confirma oficialmente, la leyenda cuenta que Camilo recibió su nombre en “homenaje” a un comisario que se desempeñaba en la 34. El detalle, según se comenta, es que el Camilo original no era tan querible ni simpático como quien tomó su lugar.

El rol de Camilo

El de sumarse a sus compañeros mientras empujaban un auto que se había detenido en la mitad de la calle -con actitud de ir empujando el vehículo también- o la ocasión en que se prendió de la pierna de un ladrón que estaba por patear a uno de los uniformados mientras estaba en el piso (de esta manera logró evitar que le asestara el puntapié); son solo un par de las historias de Camilo. Pero no las únicas.

“Cuando vamos a identificar a un sujeto, Camilo se planta con prepotencia y marca la distancia, está siempre a la expectativa. También recuerdo que, cuando hubo una caravana por la muerte del Morro García, nosotros tuvimos que ir haciendo el despeje de las calles. Y aunque los móviles habían encendido las sirenas, Camilo se paró delante e iba ladrando para avisar”, sigue Díaz.

El vínculo entre los bicipolicías y Camilo trasciende lo laboral, y es de mutuo cariño. “Cuando dejamos el turno por la noche, ya de regreso en la comisaría, lo escuchamos llorar. Y la gente del Barrio Bancario, cuando nos ve solos por la calle, lo primero que hacen es preguntarnos por el Camilo”, concluye el oficial Díaz.

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