La cata (Myiopsitta Monachus) es un ave que, hasta no hace mucho tiempo, estaba focalizada en distintas zonas específicas de Argentina y, por supuesto, de Mendoza. No obstante, el desmonte de zonas silvestres en el afán de ganar cada vez más lugar para el cinturón productivo, sumado a la mascotización de estas aves han derivado en que estos ejemplares se hayan reproducido de forma desmesurada, llegando a “invadir” las áreas urbanas.
En Mendoza es cada vez más común encontrarlas en las ciudades, verlas volando o posadas en los árboles de las plazas, o simplemente escuchando su tradicional parloteo. El éxodo de estos ejemplares y su adaptación a las grandes ciudades es marcado.
Con esta proliferación, también son cada vez más comunes las quejas de vecinos sobre algunos destrozos en sus plantas o huertas caseras, así como por el ruido. Incluso, hay quienes sostienen que puede repercutir en la proliferación de enfermedades.
No obstante, a nivel institucional no existen en la Dirección de Recursos Naturales Renovables solicitudes de medidas concretas para atender la gran presencia de catas en áreas urbanas, a diferencia de lo que ocurre en zonas productivas.
“En zonas urbanas la principal queja que tenemos con el tema de catas tiene que ver con la parte sonora. Y, quizás, el riesgo más común es el de la caída de los nidos. Porque suelen ser nidos de grandes dimensiones y hemos encontrado reclamos de automovilistas que cuentan que los nidos cayeron y les rompieron el parabrisas del vehículo”, explica el ingeniero agrónomo e investigador del INTA Junín, Antonio Weibel.
Él es parte de la mesa de trabajo que se ha conformado para tratar esta problemática en zonas productivas de Mendoza. Y es aquí donde, de manera excepcional, se ha declarado especie “dañina” a la cata común (o cata verde), por lo que hay métodos para combatirlas.
“En principio, no hay ninguna estadística de la cantidad de catas que hay en Mendoza o del porcentaje de producción afectada. De lo que no hay dudas es que no transmiten enfermedades. Porque cuando las aves silvestres están libres, están sanas. La famosa psitacosis, que es esa enfermedad que transmiten las aves, se da cuando el ejemplar está en cautiverio, con el estrés que genera el encierro. Esa es otra razón para dejar de insistir con la idea de tener animales silvestres como mascotas”, sintetiza la médica veterinaria y presidenta de la Fundación Cullunche, Jennifer Ibarra. Esta ONG es parte de la mesa de trabajo donde se comenzó a analizar el año pasado la manera de controlar, repeler y revertir la presencia de estas aves en las zonas rurales para disminuir daños.
El director de Recursos Naturales de Mendoza, Sebastián Melchor, resaltó a su turno el hecho de que se mantenga la consideración de la cata como especie dañina en un sector específico. “Esa consideración como especie dañina obliga a que podamos hacer manejos, principalmente no cruentos, lo que es positivo. Ahora, con la llegada del invierno, comienza la época de bajar los nidos. En las zonas urbanas, los principales riesgos y daños tienen que ver con que, al tratarse de nidos grandes y pesados, son una amenaza latente de daños a personas y bienes ante una eventual caída”, resaltó Melchor.
Una especie dañina en zonas productivas
La resolución 805/2017 de la Dirección de Recursos Naturales de Mendoza brinda especificaciones sobre cómo trabajar con catas y el control de esta especie superpoblada en áreas rurales. Ya en la década del ‘60 por medio del decreto-ley 6.704, la Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación (actual Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca) había declarado a la cata común como “plaga de la agricultura”.
La resolución provincial de 2017 incluye, entre sus considerandos, que los daños ocasionados por la cata común inciden en las principales actividades económicas, como son la uva, el durazno, almendros, ciruelos, damascos y olivos.
Por esto mismo, en el artículo 1 se declara “especie perjudicial y dañina” a la cata, aunque se especifica que únicamente en San Martín, Rivadavia, Junín, Maipú y Luján de Cuyo (Oasis cultivados Norte y Este). Se sesga la declaración de este estatus a estos departamentos.
“Esta problemática con aves es algo mundial, que se da en determinados lugares. No quiere decir que abarque a todas las áreas de la zona Este y zona Norte, sino que se da en algunos sectores”, aclara Weibel.
Si bien la dieta de las catas normalmente es granífera (comen granos), han logrado una gran adaptación y llegan a comer frutas enteras y hasta llegan a ser carroñeras.
“Hace 15 años, aproximadamente, el problema era muy focalizado en algunos lugares. Pero a partir de un momento, empezó a haber una mayor repercusión del daño ocasionado, sobre todo en zona agrícola. Posiblemente, este incremento tenga que ver con el que trajo el avance del cinturón productivo, lo que eliminó los bosques nativos donde vivían estas especies y las llevaron a migrar y adaptarse a otras zonas. A ello se suma la mascotización, ya que hace unos años se autorizó la tenencia de catas como mascotas”, ejemplifica el ingeniero.
Estas dos razones que llevaron a que prolifere la población de catas también son indispensables para entender su éxodo a las zonas urbanas.
De regreso a la resolución 805/17, y con foco en las zonas productivas afectadas por las catas, se habilita un Registro Provincial de Afectados por Cata Común, donde los damnificados deben inscribirse para poder, previamente a haber sido autorizados, trabajar con los distintos métodos autorizados para el manejo y control de la especie.
Los métodos de control habilitados
Siempre restringidas y limitada a las áreas donde se considera a estas coliridas aves “especie dañina”, ya que la resolución de Recursos Naturales no incluye a zonas urbanas, existen distintas metodologías para controlarlas y repelerlas de zonas productivas.
Las más recomendadas son las metodologías incruentas, que se deben realizar con autorización y supervisión. Una de ellas consiste en extraer los nidos sin presencia de pichones y en la época invernal, fuera de la época reproductiva.
También hay otras, como colocar siluetas y sonidos (cencerros colgados de alambres, ultrasonidos, láseres y hasta siluetas que emulen se aves rapaces), biorepelentes derivados de sustancias vegetales, y hasta cetrería (aves rapaces que las cacen), siempre con ejemplares autorizados por Recursos Naturales Renovables.
“El año pasado se hizo una primera reunión de la mesa y vamos a repetirla. La intención es ponernos de acuerdo en lo legal, delimitar las zonas donde deberíamos hacer estudios, ya que es uno de los objetivos pendientes, y desarrollar medidas claras”, destaca Weibel, quien a raíz de una situación particular decidió estudiar por su cuenta el comportamiento y la problemática de las catas en las zonas productivas.
En cuanto a la caza de estas aves, también debe realizarse siguiendo estrictos requisitos. Recursos Naturales la autoriza siempre y cuando el damnificado se haya inscripto en el registro oficial. Además, debe cumplir a rajatabla lo que establece la ley de caza en Mendoza: sólo se puede hacer con licencia y permiso, con armas de fuego y/o arco (no aire comprimido), sin recurrir a cuadrillas ni trampas o cebos venenosos y explosivos, entre otras restricciones.
De hecho, no está permitido efectuar disparos en dirección a lugares habitados o calles públicas. La caza debe hacerse a una distancia mayor de 3.000 metros de lugares poblados y con munición que no supere los 300 metros de alcance.
“Estas restricciones y medidas incruentas que se han elaborado no impiden que los propios productores salgan con sus rifles a cazar por su cuenta. Es algo que está prohibido si no se cumplen los requisitos, pero ocurre. Hicimos una encuesta en la zona Este, y la mitad de los productores usó esa metodología”, agrega Weibel.
Más allá de algunas denuncias aisladas por daños a frutales particulares o por ruidos, a nivel general no hay una cantidad significante de denuncias por riesgos o episodios en los que las catas asomen como amenazas.
Por fuera de las áreas fijadas en la resolución 805, la cata sigue siendo considerada una especie protegida, por lo que su caza, comercialización, tenencia y captura están prohibidas.
“Las catas en estado silvestre no transmiten enfermedades. En cuanto a problemas que puedan surgir en áreas urbanas, tienen más que ver con gente que tiene sus propios árboles frutales o su producción casera de frutos secos. Y así como en las zonas cultivadas se pueden usar mallas antigranizo, que reducen las consecuencias, estas personas podrían cubrir sus árboles para que queden al resguardo de las catas”, concluye Jennifer Ibarra, de Cullunche.