La piel curtida, quemada; el infaltable sombrero, las manos ásperas de tanto sol… Luis Mazzella (78) y Dominga Cartellone (76) comparten la vida y también el trabajo. Ambos nacieron en familias dedicadas a la cosecha de uva, en el departamento de San Martín, y el destino los unió para continuar por esa misma senda hasta el día de hoy: casi ocho décadas entre hileras, tachos y racimos de uva.
Luis y Dominga son verdaderos protagonistas de la Vendimia, los que trabajan de sol a sol, los que se levantan mirando el cielo, los que soportan la rigurosidad del clima y los vaivenes económicos del país.
Hijo de inmigrantes napolitanos, José y Felipa, Luis nació el 24 de septiembre de 1944 en Alto Salvador, y toda su vida transcurrió en el mismo lugar donde sus padres se instalaron luego de la guerra para hacerse la América, en una finca mendocina donde abundaba la producción de uva.
“Chicha”, que llegó al mundo el 15 de agosto de 1946 y era hija de inmigrantes nacidos en Roma, nació en Montecaseros, también San Martín, y creció colaborando con la cosecha.
Ambos aprendieron el oficio desde muy pequeños y nunca más se alejaron de la actividad: el destino estaba escrito. Se cruzaron en un baile y nunca más se separaron. Dieron el “sí” el 27 de junio de 1970 y hoy, propietarios de dos fincas (una en Chivilcoy y la otra en Montecaseros) siguen apostando a lo único que saben —y quieren— hacer.
“Mi padre era contratista de Juan Lelio. Éramos cuatro hermanos y aprendí de chico el oficio. La veía a mi madre ayudar y todos nosotros hacíamos lo mismo, recolectando uva con tarros de leche”, repasa Luis, bajo la atenta mirada de Milagros, su nieta de 22 años y exreina de la Vendimia de Chivilcoy en 2020.
“Hoy –dice— vamos quedando pocos. Los viejos agricultores han ido falleciendo y con ellos la cultura del trabajo. Cuesta muchísimo encontrar gente que sepa y que quiera trabajar en este rubro y, ojo, yo pago muy bien el tacho”.
Luis asegura que la tecnología cambió al mundo y también el trabajo. Asegura que suele hablar con ingenieros dedicados al rubro, aunque la experiencia, la verdadera trayectoria la hace el tiempo. “Amo la tierra y me sigue sorprendiendo lo mucho que me brinda. Tiro una semilla y, simplemente, tengo la comida: tomate, choclo… nunca uno se muere de hambre”, reflexiona.
Luis y Chicha tuvieron una sola hija, Laura, quien les dio dos maravillosos nietos: Giselle Milagros, de 22 años (reina de Chivilcoy en plena pandemia y estudiante de Farmacia) e Iván, de 17. “Iván me sigue bastante, es emprendedor, me observa y le gusta”, relata el abuelo.
“Mili”, la nieta, sostiene: “Amo la actividad de mis abuelos y aunque estudio otra carrera me encantaría poder continuar con sus dos fincas, una en Montecaseros y la otra en Chivilcoy, a pocos metros de mi casa. Vivimos muy cerca y disfruto verlos trabajar con tanto amor y pasión”.
Dominga ayudó toda la vida, y hoy lo hace desde otro lugar. Se dedica casi exclusivamente a la parte administrativa. Aunque, claro, conoce al pie de la letra cada secreto y no se le “caen los anillos” si tiene que ponerse a podar, arar o curar.
“Mili” dice estar convencida de que el trabajo de la viña es hermoso, gratificante, pero también sacrificado. “Los vi siempre trabajar de sol a sol, con clima riguroso y el riesgo de piedras, tormentas y granizos”, señala.
El abuelo cuenta que el 50 por ciento de sus cultivos tiene malla antigranizo, pero que ha soportado inclemencias muy “bravas”. “De todos modos siempre hemos vivido bien y, además, a esta altura estamos acostumbrados”.
“Chicha” dice que lo que más ama de la Fiesta de la Vendimia es el carrusel, algo que jamás se lo pierde. “A la fiesta central he ido una sola vez en mi vida aunque, claro, cuando la nieta fue reina de Chivilcoy la seguimos a muerte”, recuerda.
“Mili” agrega: “Fui elegida en una época muy rara, pero ellos estaban igual de felices, me hicieron el aguante y me siguieron a muerte en cada presentación”.
“Creo que mis abuelos merecen este reconocimiento. Ellos son protagonistas con mayúsculas de esta gran celebración mendocina. Creo que no hay que perder de vista a la gente que trabaja en las viñas, que le pone el cuerpo y que soporta todo lo que esta actividad conlleva”, reflexiona y cierra: “Aplauso a mis abuelos. Los aplaudo de pie”.