Una habitación del hospital Humberto Notti unió en agosto de 2019 a Joaquín Seresoli (14) y Román Loretti (12), dos niños mendocinos que luchaban contra enfermedades complejas y dolorosas. Joaquín sufría cáncer y Román padecía síndrome nefrótico y aguardaba un trasplante de riñón. El tiempo que duró la internación alcanzó para formar una amistad sana, genuina, inocente que se mantuvo con los años.
Los niños conversaban, se daban ánimo, se reían y también compartían momentos difíciles. Entre los temas, nunca faltaban los superhéroes. Ambos conocían muy bien a los Avengers, sus personajes favoritos. Y también, tal vez por el tiempo que solían pasar en reposo, puertas adentro, compartían la pasión de jugar a la Play Station.
Fueron tiempos difíciles para ambas familias, que también entablaron lazos y se solidarizaban una con otra. Más tarde ambos recibieron el alta y tomaron otros rumbos.
Román había sido diagnosticado a los 3 años con síndrome nefrótico y sobrellevó la enfermedad ocho largos años. Probaron todas las alternativas posibles para tratarlo y nada funcionó. Así, sufrió una insuficiente renal y debió pasar a diálisis. Al momento de conocer a su compañero de cuarto, el pequeño aguardaba que le colocaran un catéter de diálisis peritoneal.
Más tarde logró el trasplante en Buenos Aires y alternó su educación con maestras domiciliarias y clases virtuales.
Joaquín, que desde los 2 años de vida viene sobrellevando distintas variantes de cáncer, sigue luchando y va en vías de recuperación.
Un reencuentro casual
Lo cierto es que el tiempo siguió su curso y aquellos dos pequeños amigos, que nunca más se vieron, se convirtieron en adolescentes.
Pero el destino hizo que, días atrás, con el inicio del ciclo lectivo, cuando cada uno acudió por su lado a la escuela Gilda Cosme de Lede en Maipú para iniciar el primer año de la secundaria, volvieran a reunirse en la misma aula.
Al principio no se reconocieron. “Joaquín llegó a casa y me habló de un tal Román. Lo seguí indagando y, de a poco, llegamos a la conclusión de que se trataba de su amigo del hospital. En esos días, antes de despedirnos de su familia le obsequiamos al niño un llavero de Avengers, su superhéroe favorito”, relató a Los Andes Luis Seresoli, papá de Joaquín.
Román también hizo en su casa el comentario sobre aquel encuentro y, al día siguiente, convencido de que se trataba del mismo Joaquín, llevó al colegio aquel recuerdo que seguía atesorando con tanto cariño: el llavero.
Efectivamente, Joaquín y Román se habían vuelto a encontrar en el primer año de la secundaria. Uno ya trasplantado; el otro en tratamiento y mejorando. Los dos felices. Inseparables.
“Dios es tan bueno y maravilloso que permitió este encuentro y estamos felices. Mi hijo pudo crecer luego de la intervención y a Joaquín lo vimos más grande y con cabello”, dijo a este diario Jorgelina, mamá de Román.
“Creo que la vida los unió porque son guerreros que tienen mucho en común. Atravesaron momentos de todo tipo, estaban destinados a ser amigos”, expresó la mujer. Y agregó: “Se divierten, se cuidan, se entretienen”.
Dos historias difíciles
Luis, papá de Joaquín, se quiebra al hablar de su hijo, un luchador con todas las letras que debutó con un cáncer denominado rabdomiosarcoma a los dos años de vida. Hasta los 8 años luchó entre quimioterapias, internaciones y rayos X.
“Un día nos dijeron que estaba curado y fue tanta la alegría y el agradecimiento que nunca nos vamos a olvidar. Retomó los scouts en Luzuriaga, el colegio y su vida normal. La pesadilla volvió tiempo después con otro tipo de cáncer. Otra vez fue empezar de nuevo, el dolor, la incertidumbre”, relató.
Fue en una de esas internaciones cuando “Joaco” coincidió con Román y surgió la complicidad. Román logró el cometido con el trasplante en Buenos Aires. Joaquín en cambio, tras quedar nuevamente “limpio” de la enfermedad, transcurrió un año de vida normal y su cáncer volvió.
Esta vez, la tercera, el pequeño debutó con leucemia linfoblástica aguda producto de los efectos residuales de los tratamientos anteriores, según explicaron los especialistas a sus padres.
“Jamás bajó los brazos hasta el día de hoy. La enfermedad repercute de muchas maneras. Debido a sus bajas defensas sufrió Covid, influenza, neumonía bilateral, bacterias intrahospitalarias y hasta una deficiencia cardíaca que le impide un trasplante de médula”, enumeró su papá.
“De todas esas situaciones siempre salió adelante con una sonrisa y gran deseo de disfrutar la vida”, agregó.
Hijo de Luis, policía retirado, y Rosana, técnica en hemoterapia, Joaquín tiene dos hermanos, Romina y Nicolás. Román es hijo de Héctor y de Jorgelina, que tienen una pinturería. La familia se completa con otros dos hijos menores.
Ambos suelen juntarse a la salida de la escuela. Van a la plaza, patean una pelota, se ríen, conversan. Y, claro, nunca falta la PlayStation.
Hoy, en medio de los controles de rigor, Joaquín y Román siguen siendo ejemplos de vida, de superación, de amistad. El destino los unió otra vez y, ahora, para siempre.