El calentamiento global es el origen de los cambios del clima terrestre. Sus efectos, directos e indirectos, son tan significativos que alcanzan a casi todas las actividades que hacen a la vida en el planeta, una de las cuales, tal vez la más importante, sea la disminución de las reservas de agua dulce por derretimiento de glaciares o pérdida de masas heladas y el consecuente aumento del nivel de los océanos a causa de ello.
La importancia de este proceso que, lentamente pero sin pausa, viene desarrollándose desde las últimas décadas, es que en un marco de población creciente podemos estar acercándonos a una crisis mundial del agua y, además, a la amenaza de menor superficie habitable por invasión marina a regiones costeras bajas. El continente antártico es un territorio internacional. Por lo tanto, su cuidado es responsabilidad de la comunidad mundial y no sólo por su tamaño de 14 millones de km2 sino también por ser reservorio de agua y potencial generador de riesgos ambientales a causa de desprendimientos de bloques helados. No obstante lo expresado, ya se han registrado pérdidas significativas de hielos antárticos.
El científico brasileño Carlos Rocha Campus, ha afirmado que el calentamiento de la atmósfera es un fenómeno global con efectos regionales, es decir, que no afecta por igual a todos los puntos de la tierra. Refiriéndose expresamente al continente antártico, afirma que ese calentamiento sólo ha involucrado hasta ahora a la región occidental. Es decir, el área más cercana a nuestro territorio. Allí, dice Rocha, la temperatura aumentó 3 grados en los últimos 60 años y eso justifica sobradamente la pérdida de hielos continentales.
La Antártida comenzó a generar preocupación al mundo científico al final del siglo pasado, específicamente en 1995 cuando una parte de la plataforma Larsen A, se desprendió del bloque de hielo para desintegrarse en el Mar de Weddell. Luego ocurrió lo propio con Larsen B en 2002 y en marzo de 2008 fue el turno del bloque Wilkins, distante a unos 1.300 Km de Ushuaia, comenzando su desmoronamiento luego de haber permanecido estable durante todo el siglo XX. Tenía un tamaño original de 15.000 Km2, lo que se desprendió del continente quedando convertida en una inmensa isla flotante de hielo en el Mar de Bellingshausen al oeste de la península antártica.
Además de las citadas, otras plataformas heladas ya han sido afectadas por derrumbes o por pérdida de volumen en los últimos años, entre las que podemos citar a Larsen C en 2017, episodio que no dejó de alarmar al mundo científico por su tamaño en una franja costera de 200 km de largo y 190 metros de profundidad y de una superficie aproximada de 6.000 Km2 que terminó desprendiéndose del territorio antártico en un 12% de su tamaño para ir disolviéndose en el mar, afortunadamente sin provocar grandes desequilibrios naturales.
Finalmente, a mediados de febrero pasado, nos despertamos con la novedad de un desprendimiento más de los hielos antárticos de nada menos que unos 1.300 Km2 en la zona conocida como Barra de Brunt cerca de una estación científica inglesa al sur del mar de Weddell, hecho del que dieron cuenta la mayoría de los medios del mundo.
El bureau científico del Instituto Antártico de nuestro país ya había advertido de este evento el anteaño pasado y también prevenido la continuación más que probable de desprendimientos debido a que se habían detectado otras grietas en lugares cercanos.
Los fenómenos descriptos han afectado la parte norte del continente por lo cual todavía no es de máxima preocupación para los científicos. El problema sería más grave, dicen, si el fenómeno continuara también en zonas más australes cercanas al polo en las cuales las capas de hielo son mucho más voluminosas y que, en caso de desestabilizarse, podrían generar problemas con el crecimiento de los mares cercanos.
Otra preocupación está relacionada con el estado de los glaciares antárticos, por ejemplo, el “Pine Island” que es el más voluminoso situado sobre el mar de Amundsen. También en la parte occidental con 400 metros de profundidad ha perdido ya 45 metros de altura en los últimos 20 años y continúa al mismo ritmo en la actualidad, mientras que, en el este, el “Totten” con más de 500.000 km2 no es la excepción y podría, por su tamaño, generar grandes daños como los citados anteriormente.
Los investigadores afirman que ya se han perdido unos 25.000 Km2 de los glaciares antárticos que es algo más que la superficie de la provincia de Tucumán con lo cual se ha cambiado el mapa de dicho continente. Ellos califican a este fenómeno como muy grave y son consecuencia del aumento de 3 grados en la temperatura de la región en los últimos 60 años lo cual representa el crecimiento térmico más alto del hemisferio sur en dicho período. La comunidad científica cree que hoy no existe en el mundo ningún glaciar que esté aumentando su volumen.
En la Antártida se alojan también otras enormes masas de hielo como el glaciar “Thwaites”, uno de los más voluminosos ubicado en la Antártida Occidental. Su tamaño es igual al Estado de Florida en Estados Unidos y con suficiente hielo como para aumentar en 2 cm el nivel oceánico mundial. Su importancia es tal que, según la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio – EEUU), la ciencia ambiental debería estudiarlo y prever los efectos observados de una pérdida de su volumen en la base, de unos 14.000 millones de toneladas producida en los últimos 3 años.
Estas observaciones se han complementado con estudios realizados por UCLA (Universidad de California), que concluyeron que el glaciar no está suficientemente adherido a la roca por lo cual presenta una cierta movilidad que no parece menor. Para su estudio fue creada la International Thwaites Glacier Collaboration, un proyecto en curso destinado a obtener todas las respuestas de su evolución dado que se lo considera muy peligroso.
El último aspecto para destacar es el trabajo de investigación de la oceanógrafa canadiense Corinne Le Quéré que viene estudiando la pérdida de capacidad de los mares que rodean al continente antártico para absorber dióxido de carbono, estimando que este fenómeno está en alrededor del 10% cada 10 años. Según la científica, el peligro está en que esto provoque una elevación mayor de la temperatura en la región. Los mares antárticos, dice la científica, tienen una vida marina muy rica en microorganismos que realizan fotosíntesis, de igual forma que las plantas terrestres, retirando carbono del aire y liberando oxígeno, de modo que, con la ayuda de los vientos de la región y las corrientes marinas, el carbono retenido va a parar al fondo del mar. Este es precisamente el proceso que se busca mantener.
En esta situación, y mientras la humanidad no haga el esfuerzo de contener las emisiones, asistiremos a la reducción sostenida de la capa de hielos, a los que antes llamábamos eternos. Consecuentemente, debemos esperar en el futuro no sólo un mero cambio del paisaje terrestre a causa del mayor nivel de los mares, sino algo más, que tal vez no podríamos explicar en detalle debido la cantidad de dificultades a la que estará sometida la vida en la tierra.
*El autor es especialista en temas ambientales.
Edición y producción: Miguel Títiro.