Después de años de esfuerzo por alcanzar sus sueños, Alan Roa repasa este presente lleno de logros y confiesa que está orgulloso de haber cumplido su propósito.
Ríe cuando trae a la memoria sus primeras incursiones en la cocina de su casa, con recetas simples, improvisadas y algo “insulsas”, y del reconocimiento de su madre, que -deduce hoy- era sólo para dejarlo contento.
Eran épocas difíciles para él, que crecía en un barrio muy humilde de la Ciudad de Mendoza y debía soportar el bullying de sus compañeros de la escuela por su sobrepeso y su notable cicatriz en la cara: a los 5 años lo mordió un pitbull y atravesó numerosas cirugías.
Por entonces, relata hoy a sus 24 años, se refugiaba horas mirando programas y videos de Francis Mallman, el reconocido chef argentino que dirige diversos restaurantes en Argentina y Uruguay. “Sentía mucha admiración, me intrigaba su particular estilo y su manera de cocinar en medio de la nieve y las montañas”, recuerda Alan.
El tiempo siguió su curso, Alan finalizó la secundaria y no dudó en estudiar para ser chef en la escuela Islas Malvinas de Mendoza.
Poco después, cuando comenzó a hacer sus primeras armas en el restaurante María Antonieta, conoció a Mallman y supo que el sueño estaba más cerca. “Me di cuenta de que todos somos de carne y hueso”, fundamenta.
Y así fue que el destino lo encontró, tiempo después, desplegando su vocación como jefe de cocina en el restaurante que dirige la reconocida figura en el hotel Termas Lahuen-Co, un lugar privilegiado del Valle de Los Molles, a 17 kilómetros de Las Leñas, en Malargüe.
En esa construcción tradicional de montaña, donde Alan elabora cocina internacional y continúa adquiriendo una gran experiencia, asegura que es una persona sencilla y que se muestra “feliz” cada vez que en su plato tiene carne con papas.
“Llegué al lugar que realmente anhelaba y voy por más”, anticipa Alan y cuenta su deseo de poder viajar por el mundo.
“Francis suele ofrecerles a algunos jóvenes cocineros que lo acompañen a eventos en varios puntos del mundo y la verdad es que tengo muchas ilusiones de ser parte de ese proyecto”, se entusiasma.
En cuanto a sus preferencias a la hora de elaborar platos, entre dulces y salados, dice que ambas le encantan aunque aclara que los ñoquis caseros a la plancha, con manteca y limón, representan una de las recetas que más exquisitas le salen.
Lahuen-Co, según cuenta este joven cocinero, recibe clientes de todo el mundo, especialmente a los que eligen las termas y el esquí y agrega que apunta a la cocina de alto nivel.
“Este invierno seguimos apostando a la excelencia, a mantener a los clientes y a convocar a los nuevos”, señala Alan, para romper con el mito de que los valores que se manejan son muy elevados. “Al contrario, es una carta con valores sumamente accesibles y razonables”, señala.
Alan define a Francis -quien acude con mucha frecuencia al restaurante- como una persona sencilla y de buen humor en el trato.
“Creo que en cuestiones laborales soy yo más exigente conmigo mismo de lo que es él”, compara.
Superación
Hijo de una madre soltera, Alan vuelve a su infancia difícil en un barrio “pesado” en su momento: el San Martín, de Ciudad.
“A los 5 años sucedió lo del perro y por suerte no me tocó el ojo, pero pasé por numerosas cirugías y las cicatrices eran evidentes. A eso le sumaba mi sobrepeso y, claro, muchos años los chicos se burlaban”, evoca.
Tras mucho tiempo de sufrir con su autoestima, un día por fin se decidió y consultó con una nutricionista. “Bajé 25 kilos y, al tener una estatura media-baja, se notaba muchísimo mi nueva figura. Siempre el sobrepeso fue todo un tema y sufrí muchísimos vaivenes”, acota.
Entre dos pasiones
Más allá de sus grandes expectativas dentro del mundo de la cocina, Alan es un amante de la música electrónica y así, de a poco, proyecta nuevas ideas para combinar música y platos gourmet “a medida y a pedido”.
“Me apasiona la producción musical y el poder de cada instrumento en cada canción, pero más que nada amo cómo impactan los sonidos en cada persona y los enormes sentimientos y emociones que despiertan”, reflexiona. Por eso, en sus tiempos libres, se dedica a crear beats, es decir, ritmos con una batería para reproducir patrones.
En realidad, su inclinación musical comenzó de niño, cuando creó una banda que hacía covers con mucho éxito. “Fue un profesor de matemática quien me incentivó a la música y siempre estaré agradecido. Me apasiona tanto como la cocina y creo que ambos son verdaderos artes que bien pueden combinarse”, destaca.
De sus tiempos pasados y con episodios difíciles, Alan sintetiza que llegó a este presente promisorio no sin esfuerzo, pero a su vez repleto de nuevos sueños que, está segurísimo, seguirá cristalizando.