La búsqueda fue intensa. Ninguno de los emprendimientos que pensaba parecía seducirlo demasiado; ni siquiera las tres carreras que inició le marcaron el camino. Hasta ese día que Agustín Peppi Scopel visitó una fábrica de cuchillos. Entonces, se dio cuenta de que ese oficio había estado como latente en él y lo abrazó para siempre.
“Extremadamente perseverante”, tal vez como las llamas a las que somete el acero para forjar cada pieza, está convencido de que si sueña con algo y se enfoca en ello, lo logra. Por eso, Agustín no duda en responder que en diez años se ve con las mismas ganas que ahora y la misma pasión, aunque “mucho más pensante y profesional”, aspectos que confía le darán la edad y los años de experiencia.
“Quiero que Agustín Peppi Scopel sea el Messi de los cuchillos. Quiero que la persona que me venga a buscar me encuentre en un taller-oficina, que sea como un quirófano; que llegues y esté todo impecable con piso de cerámica, que te puedas tomar un café en una oficina con los diplomas; como te atiende un médico”, grafica este muchacho de 38 años, desde el taller actual “chiquito”, un poco sucio porque estuvo puliendo y hay polvillo rojo por todos lados, que ya tiene un par de diplomas en la pared y que funciona en el fondo de la casa de su abuela (paterna) Teresa en Luján de Cuyo.
Mientras charla, lija metódicamente -obsesivo por borrar las imperfecciones- el lomo de la pieza en monoacero con mango de un micarta rojo que terminaba a pedido de su compañero de trabajo en Peumayén Rugby Club, Nelson.
Sabe que ya es dueño de un nombre asociado a la cuchillería porque vive exclusivamente de la venta de sus piezas desde que su segundo hijo Belisario estaba a punto de nacer hace más de seis años. Pero arrancó con este oficio mucho antes, mientras trabajaba en relación de dependencia para juntar dinero y hacerse de las máquinas necesarias.
Con este bagaje, llegó este año al programa Desafío sobre fuego Latinoamérica, de History Channel, después de un par de intentos fallidos en ediciones anteriores. Aunque no se trajo los diez mil dólares, confiesa que regresó a Mendoza con “muchísimas enseñanzas” y “amistades muy lindas”.
Soñador polifacético
Hijo de Susana -maestra jardinera que nunca ejerció y se dedicó a ser ama de casa- y de Rolando Alberto -economista que fue ministro de Hacienda en el gobierno de Felipe Llaver- cuenta que le costaba mucho estudiar y que fue por eso que pasó por tres escuelas durante la secundaria (Químicos Argentinos, de Ciudad; la ENET de Luján y Francisco Correas, de Chacras de Coria).
“No era atorrante; los libros no eran lo mío -se sincera-. Todo lo que sea práctico, lo aprendo. Todo lo que es teoría y sentarme a leer y a estudiar horas silla si no me gusta, directamente no lo puedo hacer. Eso me pasaba en la escuela. De todas las materias, sólo me gustaban 4 y en ésas me iba muy bien”, explica y detalla que ahora lee sobre los aceros o los tratamientos químicos que necesita para sus piezas. “No te voy a decir que no me cuesta. Si tuviese alguien que me lo enseñara, lo aprendería inmediatamente”, apunta este amante de los deportes que, por entonces, se destacaba en el rugby.
Aún así cuando buscó una carrera, se metió a Bioquímica; pero cursó un solo año. Luego, probó durante dos años el profesorado de Educación Física y otros dos años la tecnicatura en Preparación Física. “Hice deporte toda la vida, pero tenía que entender que en la facultad tenés parte teórica y parte práctica. En la práctica era una luz y en la teórica, no podía estudiar”, remarca y afirma: “Por eso siempre trabajé”.
Comenta que hizo “un montón de cosas” y tuvo “un montón de emprendimientos propios” y agradece que su mamá no le haya llevado el apunte en cada idea. “Iba buscando lo que me iba gustando; como mi mamá -a quien le pedía el dinero para instalar el proyecto- todo el tiempo me decía que no, yo me preguntaba ‘cuándo llegará el momento que encuentre algo que me apasione’”, recuerda.
Cuando por unas lesiones ya no pudo continuar con el rugby, incursionó en las artes marciales. Más allá de la actividad física, con esta práctica adoptó una filosofía de vida. “Te ayuda a ser equilibrado, perseverante y buena persona”, precisa y señala que esa filosofía lo fue encaminando con los cuchillos y se enamoró. “Ésta es mi facultad”, dice Agustín.
Para poder hacerse de las máquinas y perseguir su deseo, trabajó cuatro años en la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza y luego se fue al Registro del Automotor, donde trabajaba de 8 a 14 “y ganaba 10 veces más”.
Ya se había casado con Celeste Méndez, el pequeño Serafín tenía un año y Belisario aún estaba en el vientre materno, cuando Agustín pateó el tablero y decidió dedicarse full time a la cuchillería, y no sólo en los tiempos libres como venía haciendo. A pesar de las dudas que generaba ese salto, ella le “tuvo fe” y le dijo “si te hace feliz, hacelo”. Así, arrancó con los cuchillos de colección, de alta gama y exclusivos.
“Pasamos momentos bastante complicados. Después se fueron acomodando las cosas. Pude armar el taller. Hice cursos. Hoy se da cuenta de que rindió sus frutos”, admite Agustín sin ocultar el amor que siente por su esposa con quien se “amoldan bien”. “Si fuéramos los dos iguales estaríamos disfrutando en una choza o viviendo en un barrio hiperprivado con los mejores lujos sin disfrutar nada”, reflexiona a la vez que se define como “muy estructurado” y que no se vuelve loco si no hay plata.
“De todo lo otro quería huir y acá me quiero quedar, hacer, enfocarme”, agrega este muchacho que además es entrenador de la división de su hijo mayor en Peumayén -el club donde jugó toda su vida y donde también juega su hijo menor-, es instructor de artes marciales en Chacras de Coria y se deja un tiempo todas las siestas para hacer pesas en el gimnasio que queda a la vuelta del taller.
Medirse en otro contexto
Después de haberse presentado sin suerte en los castings de 2017 y 2020 para llegar al programa de History Channel, tuvo su oportunidad este año y en marzo viajó a México durante un mes para grabar Desafío sobre fuego Latinoamérica. Recién el mes pasado, al término de los ocho capítulos pudimos develar que el representante mendocino no se trajo el premio mayor.
Extrovertido, simpático, obstinado por lograr lo que se propone a pesar de las dificultades... así como es, se lo pudo ver durante el programa al que fue con la idea de medirse en otro contexto.
“En el programa te dicen que tenés que sobrevivir. Vos tenés que entregar la pieza. Tu cabeza y tu imaginación te llevan a que tenés que entregar la pieza como sea, y esa imaginación te lleva a crear, y esa creación te lleva a seguir adelante. Entonces, me vine lleno de orgullo porque no sabía cuánto podía dar”, destaca Agustín.
Además de algunos cortes y quemaduras en las manos como testigos de aquellos días intensos de grabación, se trajo enseñanzas, amistades y sobre todo la satisfacción de haber vivido a pleno cada momento. “No fui con la intención de ganar. Siempre competí por mí mismo en todas las cosas que hacía. Quería sacar mi mejor versión”, asegura en tanto señala que quiso mostrarse como es: “divertido, jodón, buen forjador”.
Agustín sabe de competencias y según su experiencia -”en el rugby, en la lucha, en la cuchillería”- quien va por el premio no puede disfrutar. “Si vas a traerte la copa, tenés que entrenar previo sin pensar en nada, la dieta es horrible, dar el peso para una lucha es horrible, estar malhumorado porque no podés comer es horrible, entrenar cuando te duelen los huesos es horrible. Y cuando vas a la competencia, no lo disfrutás porque tu cabeza no se puede salir de foco porque perdés el objetivo”, admite.
El lujanino, que hace unos días recibió un reconocimiento en su comuna, se hizo tiempo para aprender el nombre de todos -maquilladoras, sonidistas, camarógrafos, vestuaristas, cocineros-, sólo basta ver sus posteos en Instagram para comprobar que, como él señala, valoró esas charlas “con las chicas de la cocina” o “con el flaco que manejaba las cámaras”.
“Lo que hice mal fue porque la presión me dio para hacer eso. Diferente es si estoy acá y lo hago mal porque aquí puedo parar, estudiar”, expresa y analiza: “No pasé, pero recibí buenas críticas de la gente. No llegué, pero se me están abriendo otras puertas que me hacen sentir re bien, como que haya una periodista frente a mí haciéndome una nota. La plata ayuda, pero yo quiero que mis hijos estén sanos. Disfruto lo que me está pasando, que es buenísimo”.
-¿Soñaste con llegar hasta donde estás hoy?
-Siempre fui muy soñador. Absolutamente todas las cosas que me propuse en la vida, me las propuse soñándolas. Tengo recuerdos de que todo lo que yo quería, lo pedía con los deseos. Había una fiesta y yo tenía que soplar una velita y yo soñaba. En su época era jugar al rugby y llegar a pleno profesionalismo, llegar a un seleccionado. Después me pasó con la cuchillería. Desde el primer momento que me enamoré de esto, fue empezar a pedir, soñar, focalizarme y pensar en que quería vivir de esto y que me trajera frutos. Soñaba con tener mi taller, que mi familia viviera de esto, con sentirme feliz con lo que hacía, con estar todo el día en mi taller sin rendirle cuentas a nadie. Sí, lo soñaba, lo pedía, lo deseaba y trabajé para esto”.
Inculcar el valor del trabajo y del esfuerzo
Agustín Peppi Scopel trata de transmitir a sus hijos Serafín (7) y Belisario (6) y a su sobrino los gajes del oficio del forjado de cuchillos “para ver si ellos, el día de mañana, quieren seguir con esto porque sino se va a morir”.
Pero sobre todo porque Agustín pretende que ya vayan aprendiendo el valor del trabajo. “Que no esperen que alguien venga a regalarles nada; que sepan lo que es el esfuerzo”, apunta el padre orgulloso de estos pequeños que ya diseñan sus propios cuchillos. “La semana pasada habían hecho 10 cuchillos de cartón y los estaban vendiendo. Los incentivo a que hagan su trabajo y lo vendan”, sigue Agustín que también acompaña a sus niños en la actividad deportiva porque para él son “los que hacen de combustible para seguir cada día”.
“La familia -agrega- es un pilar fundamental en la vida de cada persona. A mí me tocó la suerte de tener mis pilares muy arraigados a la tierra: a mis padres, a mi hermana Giorgina, a mi esposa, a mis hijos. Son mi motor, son las personas por las que doy todo. Todo lo hago pensando en mi futuro y el futuro de mi familia.”