Abelardo Vázquez: forjador del estilo de la fiesta de la Vendimia en el Frank Romero Day

Cuando la fiesta principal de los mendocinos decidió mudarse al teatro griego, hacía falta un creador de fuste para cumplir con el desafío de deslumbrar en ese escenario. Y allí estaba el poeta y puestista, figura fundamental para el espectáculo.

Abelardo Vázquez: forjador del estilo de la fiesta de la Vendimia en el Frank Romero Day
Abelardo Vázquez: el poeta monumental de la Fiesta de la Vendimia

Los hechos culturales y las tradiciones no surgen de la nada en las sociedades, en los pueblos. Son producto de una infinidad de factores históricos, políticos y económicos, del clima social y artístico que los posibilitan. Pero, además, en muchas ocasiones, es la presencia de hombres notables lo que termina de forjar los momentos, las historias. Los que hacen el molde de una tradición tienen que ser personas dispuestas a revertirlas sin quitarle el ojo a la idiosincrasia del lugar.

Cuando en 1963, por decreto provincial, se decide mudar la Vendimia al teatro griego enclavado en los cerros, había recursos de artistas capacitados para asumir semejante responsabilidad. Mientras tanto, la política no estaba a tono: en medio de la seguidilla de interventores que vivió la provincia en ese tiempo convulsionado (el año anterior, un golpe militar había derrocado a Arturo Frondizi y el presidente era Carlos María Guido), el gobernador al momento de realizarse la Vendimia era Augusto Lavalle Cobo.

Pero volviendo a la fiesta, en términos teatrales, el nuevo escenario proporcionaba una mayor comodidad para el movimiento de los artistas, tanto en escena como detrás de ella. A la vez, la acústica del lugar y la posibilidad de impactar a la audiencia con el sonido y las luces, hacían del espacio un excelente reducto para la experimentación escénica. Y ahí fue cuando Mendoza se encontró con el azar de que uno de sus coterráneos estuviera a cargo del desafío, y ese no fue otro que el poeta y puestista Abelardo Vázquez (1929-2001).

Desde 1958, este lírico y hombre de teatro había participado de la fiesta central con la escritura de guiones o adaptaciones de los mismos y había sumado su particular e innovadora mirada a las puestas. Cuando llegó el año del cambio al Frank Romero Day, él escribió un libreto titulado La viña junto al camino. En el territorio de la puesta, había otro encargado, Santiago Vidal, coreógrafo y bailarín, que figuró como director. Sin embargo, fue el poeta quien supo darle forma, desde su talento, al aprovechamiento del nuevo escenario de la Vendimia para empezar a crear un género que es único y que sólo por comodidad de la nomenclatura se llegó a mencionar, cuatro décadas después, como “teatro épico”.

La de 1963 fue el tablero de ensayos para que Abelardo Vázquez moldeara una fiesta que aún hoy lleva su impronta. La académica Marta Castellino, en un texto publicado en Los Andes como semblanza de este autor, destaca cuáles fueron esos aportes: “El mismo Vázquez (...) introduce elementos que caracterizan el espectáculo hasta la actualidad: el predominio de la luz y el aprovechamiento de los cerros como escenarios naturales para la teatralización de determinadas escenas. Además, en las décadas del 70 y del 80, las Vendimias son reconocidas (N. de la R.: en cuanto a su influencia) por las denominaciones poéticas de sus libretos. Todo ello le aseguró un lugar privilegiado en el sentir popular, cariño que el mismo poeta reconoció y valoró”.

Sin embargo, como toda primera experiencia, aunque trajera muchos logros, a la fiesta de 1963 le faltó cierta madurez artística, a juzgar por los comentarios que Los Andes destinó en su edición del 10 de marzo de ese año. En principio, la cobertura –amplísima– que dedicó este diario a esa fiesta no se privó de valoraciones sobre una celebración, la de ese año, que ya tenía aspecto de ser histórica.

En ese sentido, las expectativas del periodista asignado, al parecer, tenían que ver con una mayor presencia de la cultura y el arte local en escena, especialmente en lo concerniente a la música. “Resulta que en todo el espectáculo a Cuyo le tocó sólo la cuarta parte. No está mal, ser generoso con el folclore del resto del país. No obstante, si bien el espectáculo se pronunció hacia un nivel aceptable, hay que observar que no valía tanto despliegue para dar versiones de tan escaso enfoque en lo espectacular y en la repetición de temas y visiones características. Nada nuevo, y lo importante, una función que al final se caracterizó por su tono chato”, subrayaba el artículo.

Después, el reclamo tenía que ver con que la parte dramática y textual del libreto no se había lucido debidamente en escena. “En cuanto a la función en sí, ocurrió algo de lo que hasta el momento no hay información oficial. El espectáculo debía desarrollarse de acuerdo a un libreto del poeta Abelardo Vázquez, titulado La viña junto al camino, con textos, en parte en verso, y una coordinación dramática de los números musicales y coreográficos que demandaban la presencia de actores, voces relatoras, escenografía especial, etc. Nada de eso se dio, excepto la lectura, por locutores, de una docena de versos, y en consecuencia, la función quedó en un mero desfile de bailarines y cantores, en tanto permanecían sin uso, mudos sin explicación, los decorados puestos en los cerros, como por ejemplo la capilla de estilizadas líneas”, objetaba, con firmeza, la nota.

Aun así, y esto puede leerse ahora a la luz de la historia y con el panorama que en ese entonces faltaba, otros rasgos que Vázquez impondría a las fiestas (su espectacularidad y el dejar a veces la verborragia, a pesar de ser él mismo escritor, de lado) fueron justamente los que más rescató la crítica de Los Andes de aquel 10 de marzo de 1963: “No han faltado valores, sin embargo, en la función de anoche: de la coreografía en varios momentos; de algunos solistas, de algunos conjuntos; en ciertos pasos de luz, en algunos ambientes bellamente creados por este, aunque no se omiten defectos en la iluminación; del complemento musical siendo a veces, la música, protagonista, y fundamentalmente, del aprovechamiento de los cerros, tanto para mover actores como para hacerlos intérpretes, ellos mismos, mediante las luces”.

Sin saberlo, en ese 1963 el público asistió al nacimiento de una Vendimia nueva, y a la vez digna de la tradición precedente. Y con Abelardo Vázquez, su hacedor más destacado, al frente de la misma, como no podía ser de otro modo.

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