En la tranquila madrugada del sábado 26 de enero de 1985, la apacible Mendoza fue testigo de un evento que rompió con su rutina: un terremoto que, en apenas nueve segundos, dejó una marca imborrable en la memoria colectiva de la provincia.
Este sismo, con una intensidad de 7 grados en la escala Mercalli Modificada y 6.3 de magnitud en la escala de Richter, tuvo su epicentro en la “falla de Barrancas”, en Maipú. Las vibraciones fueron tan intensas que las agujas de los sismógrafos se quebraron.
Eran los primeros minutos de aquel caluroso sábado hace 39 años cuando la tierra, propia de una región sísmica, comenzó a temblar. La sorpresa inicial se transformó rápidamente en temor, mientras la población, en medio de la oscuridad por el corte de energía eléctrica, se vio obligada a estirar su vigilia por el miedo a réplicas que no tardaron en llegar, prolongándose hasta el amanecer.
En los barrios, algunos perros, perceptivos ante lo inminente, ladraron y corrieron antes de que la tierra se moviera. Un pequeño temblor y un ominoso ruido subterráneo anticiparon uno de los sismos más violentos de los últimos años en la región. El polvo de las viviendas caídas cubrió la ciudad mientras los habitantes, aturdidos, intentaban comprender lo que acababa de ocurrir.
Godoy Cruz, el departamento más afectado, junto con Guaymallén y Las Heras, se sumieron en el desconcierto. El hospital El Carmen, erigido en 1900, se vio especialmente golpeado. Techos desplomados y una enorme cisterna que se desprendió provocaron lesiones en los pacientes, forzando la evacuación de más de 200 enfermos hacia otros centros asistenciales.
Las escenas de pánico se multiplicaron. Vecinos de edificios céntricos, solo vestidos con ropa de cama, corrían desesperados en busca de refugio en plazas, mientras otros, en vehículos, intentaban llegar a sus hogares para asegurarse de que sus familias estuvieran a salvo.
En los cines, las butacas ondeaban cerca de la pantalla, y los espectadores, espantados, abandonaban las salas. Turistas, sorprendidos y desconcertados, evacuaron hoteles en una carrera presurosa de regreso a sus lugares de origen.
Al amanecer, la magnitud del desastre se hizo evidente: seis personas perdieron la vida y cerca de 250 resultaron heridas. Más de 12.000 viviendas, en su mayoría construcciones de adobe, yacían esparcidas en el suelo. El gobernador Felipe Santiago Llaver declaró el estado de emergencia, marcando el comienzo de la reconstrucción.
Pero el impacto no se limitó a lo físico. Meses después, la Fiesta Nacional de la Vendimia fue suspendida, y la reina de 1984, Mora Ana Stocco, renunció al trono, cediéndolo a Rosana Tous, la virreina electa.
Las horas posteriores al sismo estuvieron plagadas de increíbles historias. Se habló de un misil estadounidense desviado, de luces en el cielo y hasta de un OVNI con forma de cigarro. Sin embargo, la realidad era innegable: aquel sábado de enero, Mendoza experimentó la fuerza destructiva de la naturaleza, una experiencia que, incluso décadas después, sigue grabada en la memoria de sus habitantes.