Dicen que el hombre, Francisco Narciso de Laprida, empuñó la pluma como quien enarbola una espada y puso su firma, la primera, en el acta que el congreso acababa de aprobar y redactar. Ese momento basal para la historia de lo que podríamos llamar “el nacimiento de una Nación” tenía, entonces, un documento que lo ratificase para la posteridad, esto es, para los historiadores del futuro.
Sin embargo, esa Acta de la Independencia de Argentina de aquel 9 de julio de 1816, compuesta en la casa de Francisca de Bazán, en la Ciudad del Tucumán, se perdió y parece que para siempre. Se han mantenido, por supuesto, sus conceptos, que es lo que importa y tienen la misma fuerza, pero el soporte material que originalmente firmaron los congresistas de Tucumán para la declaración de la independencia, se extravió o la robaron.
No deja de tender un manto de amarga ironía el hecho: que un país pierda el documento original que declara “solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España”.
Ahora bien, ¿qué fue lo que realmente sucedió? Hay varias hipótesis, pero bien vale, primero, trazar el contexto. El 15 de abril de 1815, José María de Alvear, director supremo de las Provincias del Río de la Plata, que insistía en mantener el centralismo del gobierno, fue derrotado en una revolución que decretó que al año siguiente se realizara un congreso general constituyente. El plan secesionista (separarse del Imperio Español) venía trabajándose, como se sabe, sangrientamente desde 1810. Cuando en 1816 sesionan los diputados que han enviado varias provincias, se elabora la famosa acta que firman 29 de los 33 congresistas.
A partir de allí, vienen las dudas sobre su destino. Se dice que el acta fue enviada a Juan Martín de Pueyrredón, que fungía como director supremo en ese entonces, pero que el chasqui enviado fue asaltado y el documento original se perdió en el momento. Aun así, fue Pueyrredón el que mandó a imprimir 1.500 copias en castellano, más (a moción de José Mariano Serrano) 500 en quechua y 500 en aymará.
El acta, tal como se sabe, estuvo inspirada en la redacción del Acta de la Independencia de los Estados Unidos. Aquella acta, que sí se conserva, tiene aspectos salientes, no sólo en lo que declara (que es lo fundamental) sino también en su confección, de admirable caligrafía, que no aparece en casi ninguna de las copias que Argentina posee de la suya: de hecho, la copia que la mayoría ha visto es una de las impresas por Pueyrredón.
Junto con la teoría del robo al chasqui, hay otra que habla de que el acta se la quedó en un momento Juan Martín de Rosas y se la llevó a su exilio inglés. Según el historiador Daniel Balmaceda, “la única certeza es que el documento más trascendente de la historia argentina jamás apareció. Lo que hoy se nos presenta como tal, son simples copias del original”.
La historiadora mendocina Oriana Pelagatti (UNCuyo-Conicet) le quita dramatismo al hecho y ofrece, además, una nueva versión que explicaría la desaparición. “Desde hace un par de años ha vuelto a circular una historia curiosa sobre el acta de la independencia. Algunas narraciones, basadas en memorias que se remontan al siglo XIX postulan que el documento original se habría perdido cuando el oficial encargado de entregárselo al Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, fue asaltado en Córdoba. Se añade, sumando dramatismo a la anécdota, que los bandidos habrían sido partidarios de Artigas, líder de la Liga de los Pueblos Libres que no participaron en aquel congreso constituyente”, apunta. Sin embargo aclara: “Pero, entre quienes avalan la historia del robo no hay consenso sobre cuál habría sido el documento perdido, ya que algunas versiones consideran que el acta robada era una copia y no el original. El razonamiento resulta lógico porque la declaración de independencia se redactó en el libro de sesiones del Congreso, y es probable que las copias realizadas para difundir la noticia a lo largo y ancho de las Provincias Unidas se hayan confeccionado en folios sueltos que se incluían en la correspondencia”.
La licenciada en Historia recuerda también la hipótesis que involucra al litógrafo con el que se enfrentó Rosas: “A mediado de los años 1960, Bonifacio del Carril analizó algunas copias firmadas por los congresistas, sin fecha ni pie de imprenta, y planteó una alternativa diferente para explicar la pérdida. Señaló que las firmas, que no eran originales, podrían haber sido realizadas por el litógrafo suizo César Hipólito Bacle, en la década de 1830. De esta manera, conjeturó que este podría haber sido la última persona en utilizar el libro original, que quizás se perdió en su estudio. Aunque se trata de una hipótesis plausible, los interrogantes que plantea resultan imposibles de resolver”.
Acá es cuando Pelagatti recuerda un hecho que podría explicar mejor la pérdida. “Graciela Swiderski ha destacado que hacia 1822 el gobernador de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, estableció el traslado de la documentación del congreso al Archivo General de la Provincia de Buenos Aires, de reciente creación. Sin embargo, la orden no se cumplió y se desconocen los motivos por los que ese fondo terminó dividiéndose. Una parte fue a parar a manos de particulares y, recién hacia 1920, fue rescatada por Augusto Maillé, director del Archivo. Otra parte, sobre todo la producida en Tucumán, permaneció en la legislatura provincial que ocupó el mismo recinto que el Congreso en Buenos Aires. A principios del siglo XX, el diputado Agustín Piaggio la retiró para llevar adelante sus investigaciones históricas y, luego de su muerte, fueron enviadas al colegio Pío IX. En 1966, los salesianos devolvieron al estado nacional más de 3.000 fojas que se incorporaron en el Archivo General de la Nación”.
En esas divisiones, préstamos, idas y vueltas, acaso, haya sucedido el extravío. Como bien resume la historiadora mendocina, “aunque la trayectoria del fondo documental resulta menos romántica y atractiva que la anécdota del robo conservada por la memoria, el azaroso y centenario trayecto hace comprensible su pérdida en alguno de sus recodos. Según el catálogo del fondo todavía se conserva una copia de época del acta de independencia certificada por uno de los diputados y otra copia trunca, ambas guardadas en cajas fuertes para evitar el peligro de la tentación”.
Lo cierto es que, en algún punto del camino, la tentación o el descuido hicieron su tarea. Y ese papel que tocaron las manos de Laprida, de los diputados por Mendoza Tomás Godoy Cruz y Juan Agustín Maza y del resto de los firmantes, ese papel con el que nació una Argentina aún sin bautizar, ese documento, está extraviado. Algunos acotarán: “como el país mismo”. Pero ese es otro cantar.
Qué dice el texto original
El documento, según la copia más conocida, consta de una primera parte titulada como “acta”, que dice: “En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio de 1816: terminada la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto y sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España, los representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, pueblos representados y posteridad. A su término fueron preguntados ¿Si quieren que las provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli? Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país, fixando en su virtud la declaración siguiente.
Allí aparece un apartado que reza “declaración”, y dice:
“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud-América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas, y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, baxo el seguro y garantía de sus vidas haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios”.
Días después se haría un añadido importante: junto a la frase “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” se agregó “y de toda dominación extranjera”.
Los firmantes son:
Presidente
Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan.
Vicepresidente
Mariano Boedo, diputado por Salta.
Secretarios
José Mariano Serrano, diputado por Charcas.
Juan José Paso, diputado por Buenos Aires.
Diputados
-Por Buenos Aires: Dr. Antonio Sáenz, Dr. José Darragueira, Fray Cayetano José Rodríguez, Dr. Pedro Medrano, Dr. Esteban Agustín Gascón, Dr. Tomás Manuel de Anchorena.
-Por Catamarca: Dr. Manuel Antonio Acevedo, y el Dr. José Eusebio Colombres.
-Por Córdoba: Eduardo Pérez Bulnes, José Antonio Cabrera, y el Lic. Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera.
-Por Jujuy: Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante.
-Por La Rioja: Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros.
-Por Mendoza: Tomás Godoy Cruz, y el Dr. Juan Agustín Maza.
-Por Salta: Dr. José Ignacio de Gorriti.
-Por San Juan: Fray Justo Santa María de Oro.
-Por Santiago del Estero: Pedro Francisco de Uriarte y Pedro León Gallo.
-Por Tucumán: Dr. Pedro Miguel Aráoz, y el Dr. José Ignacio Thames.
-Por Mizque: Pedro Ignacio Rivera.
-Por Charcas: Dr. Mariano Sánchez de Loria, y Dr. José Severo Malabia.
-Por Chichas (incluyendo a Tarija): Dr. José Andrés Pacheco de Melo.