Sobre ruedas

Sobre ruedas

Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Cada pueblo tiene sus preferencias, nosotros, los mendocinos, tenemos algunas destacables. Nos gusta el mar y entonces vamos a Chile a pagar para disfrutar temblores. Por supuesto que nos gusta el vino, somos elaboradores pero también consumidores. Somos adictos a la “farra cuyana”, esa que en ciertos lugares de nuestros pueblos, suele durar por días. Pero una de las cosas que más nos gusta, nos atrae, nos seduce, es el auto.

El auto es codiciado en todo el mundo, por eso la industria automotriz es una de las más importantes del planeta y por eso el petróleo es tan valorado que ya ha producido varias guerras. En Mendoza el auto tiene un tratamiento especial. Nos dedicamos a él mucho más que a algunos integrantes de la familia, aunque, tal vez, sea el auto considerado como uno de los familiares más queridos, porque los cuidados que le brindamos exceden el interés de una posesión para pasar a ser territorio del sentimiento. Algunos llegan a amar a su auto.

En definitiva todos los autos hacen lo mismo, nos llevan. Su tarea fundamental es llevarnos sea el modelo que sea. Puede el auto tener aire acondicionado, levantavidrios automático, música de alta fidelidad, relojes por todos lados, GPS, baño químico, televisión, teléfono incorporado, pero su función fundamental sigue siendo la simple tarea de llevarnos.

El cariño por el auto transforma nuestra personalidad, como si al sentarnos al volante fuésemos otras personas. Se nos eleva a niveles increíbles el placer y el coraje, como si andar en él significara un poder. Muchos se sienten impunes arriba de su vehículo sin tener en cuenta que, cuando bajamos del auto volvemos a ser simples peatones.

Las fallas o los defectos que nuestros automóviles puedan tener alteran nuestro ánimo. Uno lo ve al tipo preocupado y piensa: este tiene un entripado con su mujer, o este tiene unas deudas que lo abruman, pero no, el tipo ha descubierto un ruido raro en su coche que parece provenir del radiador. Un raspón minúsculo en la chapa puede dolerle más que una operación de vesícula. Ve una nube liliputiense sobre el horizonte y guarda el auto por temor a que se lo abolle el granizo. El granizo es el terror de los productores rurales pero también de los propietarios de autos.

Podés tocarle de todo, pero no le toqués el auto porque la circunstancia puede transformarse en virulenta. Podés pedirle prestado un libro, un disco, un artefacto eléctrico o hasta su mujer, y accederá sin inconvenientes, pero no le pidas que te preste el auto porque se le va a arrugar la frente y otros lugares más dorsales pero menos periodísticos.

Cambiar el auto es una de sus máximas ambiciones. El modelo lo desvela, llegar al cero kilómetro es su Aconcagua. Tener un auto nuevo, de los llamados “alta gama”, es una de las aspiraciones máximas de su vida. Y cuando les da pudor tanta ambición autística se excusan diciendo que lo hacen “para invertir en algo”.

Mentira, lo hacen porque les encanta hacer ostentación de vehículo, para darse dique, como decían los antiguos, para que los otros giles que no pueden lo miren pasar y se pongan a chorrear envidia. Hay quien es capaz de vender su casa para muñirse de estos artefactos lujosos.

Veo pasar unidades de las llamadas “cuatro por cuatro” y noto que esas máquinas jamás han transitado los caminos y los terrenos para los cuales se han creado. Las compran para hacer ostentación por el centro no para disfrutar de las posibilidades de horadar paisajes.

El tipo se pierde por su auto, se enajena, se transforma, es decir, por su auto el tipo pierde el autocontrol.

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