A los conservadores les gusta decir que su posición se trata de la libertad económica y, por tanto, hacer que la función del gobierno, en general, y del gasto gubernamental, en particular, sea tan reducida como sea posible. Y sin duda que hay individuos conservadores que realmente tienen esos motivos idealistas.
Sin embargo, cuando se trata de conservadores que tienen poder real, existe una perspectiva alternativa, más cínica, de sus motivaciones: a saber, que todo se trata de confortar a los acomodados y afligir a los afligidos; de darles más a los que ya tienen mucho. Y si se quiere evidencia contundente a favor de esa perspectiva cínica, sólo hay que echarle una mirada al estado actual del juego sobre Medicaid.
Algunos antecedentes: Medicaid, que brinda seguro médico a los estadounidenses de menores ingresos, es un programa altamente exitoso que está a punto de ser más grande debido a que su expansión es una pieza clave de la Ley de Atención Asequible, también conocida como Obamacare.
No obstante, hay un truco. El fallo de la Corte Suprema del año pasado que ratifica el Obamacare también abrió un hueco que permite a los estados rechazar la expansión de Medicaid si así lo deciden. Y los gobernadores republicanos han hablado sin rodeos sobre sostener una posición firme en contra de esta noción terrible y tiránica de ayudar a los no asegurados.
Bien, es probable que al final, la mayoría de los estados acepten la expansión por los enormes incentivos financieros: el gobierno federal pagará el costo total de ella durante los primeros tres años y el gasto adicional beneficiará a los hospitales y médicos, así como a los pacientes. No obstante, algunos de los estados que permiten a regañadientes que el gobierno federal ayude a sus ciudadanos más necesitados ponen una condición a esta asistencia, insistiendo en que se opere mediante aseguradoras privadas. Y eso dice mucho sobre qué es lo que realmente quieren los políticos conservadores.
Se puede considerar el caso de Florida, cuyo gobernador, Rick Scott, hizo su fortuna personal en el sector salud. En un momento dado, por cierto, la compañía que estableció se declaró culpable de los cargos delictivos que levantaron en su contra y pagó millones de dólares en multas relacionadas con un fraude a Medicare. De cualquier forma, Scott consiguió que lo eligieran como un fiero oponente del Obamacare, y Florida participó en la demanda por la cual se solicitaba a la Corte Suprema que declara inconstitucional todo el plan. No obstante, Scott impactó hace poco a activistas del Tea Party al anunciar su apoyo a la expansión de Medicaid.
Sin embargo, lo dio con una condición: estaría dispuesto a cubrir a más de los no asegurados sólo después de recibir una dispensa por la cual podría operar Medicaid mediante aseguradoras privadas. Ahora bien, ¿por qué quería hacer eso? No me hablen de mercados libres. Todo esto se trata de gastar el dinero de los contribuyentes, y la cuestión es si ese dinero debería gastarse directamente para ayudar a las personas o manejarlo a través de un conjunto de intermediarios privados.
Y, a pesar de algunos reclamos endebles al contrario, privatizar Medicaid terminará requiriendo más gasto gubernamental y no menos, porque hay evidencia arrolladora de que Medicaid es mucho más barato que los seguros privados.
Esto refleja en parte menos costos administrativos porque Medicaid no se anuncia ni gasta dinero tratando de evitar cubrir a las personas. Sin embargo, mucho refleja el poder de negociación del gobierno, su habilidad para prevenir que especulen los hospitales, las farmacéuticas y otras partes del complejo médico industrial.
Ya que se ha dado mucho la especulación en la atención de la salud -un hecho que los economistas de esa actividad conocen desde hace mucho y está documentado en forma especialmente gráfica en un artículo reciente de la revista Time. Como señala Steven Brill, el autor del artículo, las personas que buscan atención de la salud pueden encarar costos increíbles, y hasta las grandes aseguradoras privadas tienen una capacidad limitada para controlar las ganancias excesivas de los proveedores. A Medicare le va muy bien, y, aunque Brill no lo señala, pareciera que a Medicaid -que tiene mayor capacidad para decir no- le va mucho mejor todavía.
Se podría preguntar por qué, en ese caso, gran parte del Obamacare se operará mediante aseguradoras privadas. La respuesta es: poder político incontrolado. Permitir que el complejo médico industrial se salga con la suya al cobrar excesivamente fue, en efecto, un precio que tuvo que pagar el presidente Barack Obama para que se aprobara la reforma sanitaria. Y dado que la recompensa es las decenas de millones de estadounidenses más que tendrán seguro, era un precio que valía la pena pagar.
Sin embargo, ¿por qué se insistiría en privatizar un programa de salud que ya es público, y que funciona mucho mejor que el sector privado a la hora de controlar costos? La respuesta es bastante obvia: el reverso de la moneda de costos más elevados para el contribuyente es ganancias más altas para la industria médica.
Así es que hay que ignorar todo lo que se dice sobre demasiado gasto gubernamental y demasiada ayuda para los gorrones que no lo merecen. Siempre que el gasto termine en los bolsillos adecuados y los beneficiarios indignos de la esplendidez pública estén políticamente conectados a las corporaciones, pareciera que a los conservadores con poder real el gran gobierno les viene a pedir de boca.