México se ha sumado a Chile en la propuesta de que el bloque comercial de la Alianza del Atlántico se asocie al Mercosur. Cuando el gobierno recién llegado de Michelle Bachelet planteó esa alternativa, tuvo la prudencia de hacerlo sosteniendo que se debía desligar la agenda del intercambio de bienes de los esquemas ideológicos.
La intención era diluir las objeciones previsibles de algunos de los miembros más fundamentalistas del acuerdo rioplatense convencidos de que el mundo tiene aún los blancos y negros de la Guerra Fría.
México sigue también la prudencia chilena. La Alianza es una estructura que une a Perú, Chile, Colombia y el país azteca. Su fundación es reciente, 2012, pero muestra una dinámica y crecimiento tal que este año -no uno de los mejores en la región, por cierto-, duplicará al rendimiento del agrupamiento rioplatense: 3,1% contra 1,5%.
Una fuente diplomática mexicana le comentó a este cronista recientemente que el gobierno de Enrique Peña Nieto impulsa con firmeza esa vinculación de ambos bloques y repitió la vieja aspiración de su país de convertirse en un vínculo entre el sur y el norte, con EEUU y Europa, de la mano del nutrido paquete de acuerdos de libre comercio que ha firmado esa nación con el mundo.
Difícil que eso último suceda dadas las antiguas rivalidades geopolíticas ente México y Brasil, las economías más prominentes de la América Latina.
Pero aún lejos de ese debate rancio, lo que hoy tironea las propuestas de un amplio acuerdo comercial interbloques es más la necesidad que los principios.
Sucede que las perspectivas económicas de América Latina ya no exhiben el ímpetu de los años pasados, cuando el viento de cola era suficiente para sostener leyendas y relatos. Ahora lo que la realidad exige es habilidad para no perder el tren.
Veamos. Según la dirección de Hemisferio Occidental del FMI “hay una debilidad mayor a la esperada en la gran mayoría de los países latinoamericanos”.
El jefe de ese área, Santiago Alejandro Werner, amplió este mes la idea sosteniendo que se está registrado lo que llamó un punto de inflexión en el ciclo económico de América Latina “en donde aquellas economías que deberían estar comportándose mejor, todavía no lo hacen, y las que deberían desacelerar, se han desacelerado de manera muy profunda”. El cálculo es que el crecimiento del área este año será menor al 2%.
Podría ser un punto a favor de la narrativa de que el mundo se desplomó sobre las economías. Pero convendría observar un poco más antes de revolear ese argumento.
Un estudio del BBVA Research, también reciente, coincide con el pesimismo del FMI pero remarca que si aún hay espacio para ese magro crecimiento y para una expectativa al alza de 2,4% el año entrante, se debe al rendimiento señalado de la Alianza del Pacífico entre otros jugadores.
Ese bloque duplicará este año no sólo al Mercosur sino el promedio de crecimiento de toda la región latinoamericana. Y pasará del 3,1% de este año al 4% el año siguiente.
Si se discrimina esa foto se observa que tres países andinos, además de Paraguay, destacan por su crecimiento. Mientras los PBI de Paraguay y Colombia se expandirán un notable 4,9% en 2014, Perú crecerá desde 4,1% este año a 5,9% en 2015, y Chile saltará de 2,9% a 3,8%.
En el Mercosur, en cambio, sus tres principales economías, Brasil, Argentina y Venezuela, que representan 98% del bloque, crecerán en conjunto apenas 0,6% en 2014 y 1% en 2015.
Aquí también conviene desagregar, porque mientras el gigante sudamericano que acaba de entrar en recesión puede rondar un piso de expansión de 1,3% este año y poco más el próximo, nuestro país y la Venezuela bolivariana pagarán la factura de enarbolar como si fuera algo bueno las mayores inflaciones de la región y las trabas más graves al comercio y a la inversión.
El fallo de los números es fatal: Argentina no sólo no crecerá como Colombia o Perú, sino que se encogerá al menos 2% en 2014. Y sus cófrades bolivarianos se retraerán 4%, según el cálculo conservador de la patronal Fedecámaras, que anticipa además, un derrumbe de 9% del sector manufacturero.
La lección sencilla de estos datos es que hay cuestiones que se han hecho extremadamente mal en algunos países y no se trata del resultado de ideologías en colisión.
La desaceleración existe, pero ha golpeado de un modo tenue a economías incluso más débiles que las que muestran los peores prospectos.
La vocación integradora de la Alianza del Pacífico está fuera de este presente contradictorio. Apunta a un futuro cercano en el cual la potencialidad de esas economías gigantes, hoy en retracción, revivan amplificando mercados y oportunidades.
Es una apuesta además a un cambio de dirección política que valide ese desarrollo. Esa ambición es consistente con la presencia del bloque en el área Asia-Pacífico, que es la que marcará la agenda política y económica del futuro inmediato.
Chile, por iniciativa del entonces presidente socialista Ricardo Lagos, es desde 2005 miembro fundador junto a Brunei, Nueva Zelanda y Singapur del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (P3-CEP). A ese organismo se han sumado o lo negocia México y Perú, además de Australia, Canadá, EEUU, Japón, Malasia, y Vietnam.
Lo interesante para comprender de qué se trata es que ese acuerdo se comprometió a reducir progresivamente los aranceles al comercio entre sus miembros hasta eliminarlos completamente el año próximo.
De ahí que los países del Pacífico se marquen el desafío de potenciar la inversión extranjera, un básico para que el esquema funcione. No parece que lo estén haciendo mal.
La UNCTAD, el organismo para el desarrollo de la ONU, reportó que la inversión extranjera directa, conocida como IED, creció en 2013 un extraordinario 92% en Centroamérica.
Pero en América del Sur, decreció 6,8%. Si se observa sólo el comportamiento del Mercosur, esas inversiones fueron el año pasado menores que en 2011 y 2012.
Hay otro costado más grave. La IED al Mercosur cayó 2,3%. Pero si Brasil recibió una parte de 3,9% del total que si vino, en el caso de Argentina la inversión extranjera directa se desplomó 13%. No es una cuestión ideológica, vale insistir, sino de habilidades.
La verdad suele tener ese estigma de carecer de remedio.